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El gesto de Agüero y la amnesia


Después de oír la entrevista concedida a Manuel Contreras estuve a punto de cambiar de tema, conmovido por el horror del cinismo. Pero prefiero dejar que se produzca distancia. Comentaré el gesto de Felipe Agüero. Después de mucho tiempo habló sobre las torturas soportadas en el Estadio Nacional. Hombre introvertido, la exposición publica de sus dolores debe haberle costado mucho. El gesto de Agüero me parece importante, porque nos habla de las marcas imborrables que deja ese tipo de experiencia límite.



Así como Agüero guardó largo tiempo silencio, algunos de los grandes torturados presentan a menudo un síndrome de recurrencia. Es el caso de Jorge Semprún, quien estuvo preso en Buchenwald entre los 19 y los 21 años. Después de eso fue el encargado del Partido Comunista de España en la clandestinidad, se hizo escritor, ha vivido una existencia rica en experiencias de todo tipo, pero vuelve una y otra vez en sus novelas y en sus ensayos sobre su horror juvenil, como si no existiera otro recuerdo, como si esa parte de la vida fuera inolvidable.



Ahora, con casi 80 años, regresa a Buchenwald en su nueva novela Viviré con su nombre, morirá con el mío. En una entrevista cuenta que, interrogado una vez sobre lo que era, si francés o español, si novelista o político, respondió: «Soy un deportado de Buchenwald».



Ese síndrome de recurrencia lo tenía también Primo Levi. La imposibilidad de olvidar lo condujo a buscar para siempre el silencio. Se suicidó como el único medio seguro de no recordar más.



Felipe Agüero, agobiado quizá de tanto recordar, decidió hablar y decir lo que hace tiempo sabía, el nombre de su torturador.



Los torturadores tienen el síndrome contrario al de los torturados: la obsesión de la amnesia. El académico acusado por Agüero reconoció que había estado en el Estadio Nacional, pero dijo que sólo le había correspondido el papel de interrogador. Agregó que no sabía que en el Estadio Nacional se torturaba. ¿Cómo se las arregló para ignorar un hecho masivo? ¿Tampoco supo que desde allí desaparecía gente?



El dice que sólo fue interrogador. Si sólo actuó como tal, fue de todos modos un torturador. Participó de un sistema que disponía de los prisioneros sin orden judicial alguna, sin proceso, seres muertos de miedo de que pasara un encapuchado que podía delatarlos, seres entregados a los humores buenos o malos del interrogador.



La tortura no sólo consiste en golpear los testículos, poner electricidad o colgar a las víctimas. Consiste en someter a otros seres humanos a sufrimientos corporales, psíquicos y morales. Consiste en interrogar a alguien bajo la presión de la amenaza, del miedo.



Meneses participó en esos actos, según propia confesión. No importa si a él le correspondía el papel del bueno que sacaba confesiones por persuasión. Fue parte de un dispositivo de tortura, incluso si, como dice, no aplicó electricidad. ¿Se ha preocupado sobre qué pasaba después con sus interrogados o qué se hacía con las personas que ellos nombraban, presionadas, deseosas de evitar los golpes que él niega haber propinado?



En vez de responder con querellas a quien fue una víctima de un sistema de tortura en el cual reconoce haber participado, aunque niegue haber torturado físicamente, Meneses debió contribuir a iluminar esas zonas de odio que lo llevaron a hacerse partícipe de esas tareas, como dice en esta misma página un condiscípulo. Cuando se ha tenido responsabilidad en ese tipo de actos hay que encontrar el camino de enfrentarla.



Si en vez de jugar el papel de víctima de una acusación injusta Meneses hubiera dialogado sobre lo que lo condujo a ser interrogador en un campo de concentración, podría haber creado una zona de encuentro con quienes, desde el otro lado, no nos creemos a salvo de los aspectos malditos de la condición humana y sospechamos de nuestras propias acciones si hubiéramos estado en su lugar. En vez de eso, prefirió continuar esclavizado por la amnesia y la negación.



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