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Liderazgos sin proyecto en la derecha


Resulta un tanto chocante la pleitesía con que sectores del gobierno y de la Concertación han acogido el nuevo liderazgo de Renovación Nacional.



Entiendo lo dañina que ha sido la hegemonía de la UDI, su identificación con el pinochetismo, su complicidad y falta absoluta de autocrítica en materia de derechos humanos, su oposición obcecada y las actitudes matonescas a lo largo de su historia de muchos de sus dirigentes. Entiendo también que la anterior directiva de RN era una simple proyección en ella de la UDI, como lo fue Jarpa y otros y que, en términos de línea política, Piñera representa algo más democrático.



Pero no veo qué aporta su liderazgo en materia de superar los atavismos y primitivismos de la derecha actual ni tampoco en qué pueda ser mejor para una oposición democrática que el mismo Lavín o que Allamand, ambos hoy más políticos y menos apoyados por el autoritarismo y el dinero. Como decía un joven independiente cercano a la derecha «entre un matón y un patrón como líderes, me quedo con Lavín o Allamand».



Me explico, Lavín ha significado dos cosas en la política chilena. Una, despinochetizar a la derecha, lo que es un paso significativo y positivo. Otra, la banalización de la política, reduciéndola a ofertas totalmente desprendidas del debate de ideas y proyectos, lo que es muy negativo.



Frente al primer punto, Allamand ya había intentado lo mismo, por lo que Piñera no representa, ninguna novedad. Frente al segundo punto, Piñera representa una variación tanto o más peligrosa: la introducción en la política del poder del dinero, la prepotencia de la riqueza al servicio de la carrera política, como lo demostró abundantemente en su primera incursión en política y, luego de su semi-retiro, a través de su fundación. Ahora, como lo recordara Fernando Villegas, si no hay proyecto y contenidos detrás, la operación de su liderazgo podría parecerse a la compra un partido como plataforma para sus aspiraciones personales.



Que las posiciones de Piñera sean más cercanas o menos antagónicas respecto de la Concertación, que su liderazgo no sea matonesco, como el que existe en la UDI, que no sea pinochetista como la UDI y la anterior dirección de RN, no quita que estemos frente a una nueva ofensiva del poder económico hacia la política y a una nueva subordinación de ésta a aquél.



Ello tendría un atenuante si se percibiera no un proyecto personal, sino un proyecto colectivo, una idea de largo plazo sobre la derecha y sobre Chile. Y de eso se está muy lejos. Las apariciones triunfalistas y un poco perdonavidas como la de la visita a La Moneda no han ido acompañadas de ninguna idea sustantiva.



Así, la derecha, más allá de los dividendos que pueda otorgarle una oposición ciega, queda encerrada en la alternativa entre el matonaje pinochetista expresado en la UDI y el pinochetismo más barnizado de sectores de RN, por una lado; la trivialización, sin duda democrática, de la política del lavinismo, por otro; la estéril advertencia del «yo lo había dicho antes» de Allamand, por otro; y, finalmente, la arrogancia del poder económico de Piñera. Es decir, ninguno de los graves problemas que impiden tener una derecha claramente democrática y defensora de un proyecto no ligado estrictamente a intereses de los poderes fácticos, ha sido superado. Nada bueno para la derecha.



Y si bien el gobierno y la Concertación pueden sacar partido de la mantención y agudización de las divisiones de la derecha y de la ausencia de proyecto de ésta, lo que posterga indefinidamente su posibilidad de acceso a un gobierno propio, no hay nada bueno aquí para la democracia y la calidad de la política en Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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