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Preguntas para Emilio Meneses


La tortura constituye un delito contra la humanidad, castigado por convenios internacionales suscritos por la inmensa mayoría de los estados civilizados, y que estuvieron a punto de dejar procesado en Europa a nuestro hoy silencioso dictador.



Sin embargo, nuestro singular tránsito a la democracia ha provocado un casi absoluto blanqueo de individuos que la practicaron cotidianamente en contra de miles de chilenos y chilenas durante el régimen militar. El salvajismo de hacer desaparecer prisioneros, enterrarlos clandestinamente o lanzarlos al mar ha puesto en segundo lugar la acción de uniformados y civiles que recibieron sueldo para cometer cobardes y sofisticados, -pero no por eso menos brutales- tormentos a seres humanos indefensos, amarrados y la mayor parte de las veces con los ojos vendados.



Los que cumplieron tal oficio, cargados por su fanatismo, las órdenes superiores o la simple degradación humana, pueden caminar libres por las calles, simular una vida honorable y esconderse en el anonimato.



Por cierto, existen algunos casos conocidos de torturadores que por gravísimos crímenes hoy se encuentran sometidos a proceso en nuestra justicia ordinaria. Pero la inmensa mayoría de ellos puede intentar pasar por ciudadanos intachables.



Cuando algunos chilenos se han sacudido el escepticismo por las consecuencias que podrían tener sus revelaciones, y en un acto de sanación de las secuelas que la tortura deja en sus vidas han identificado a sus verdugos, hay quienes han rasgado vestiduras, con la vieja treta del ladrón detrás del juez.



La cara del torturador jamás se olvida, como tampoco la de los interrogadores que en medio de una sórdida sesión de ablandamiento tuvieron gestos valientes para impedir el crimen.



Felipe Agüero y yo -fuimos detenidos juntos- nunca olvidamos al capitán Jorge Silva, quien nos salvó la vida en la Escuela de Especialidades de la FACh pocos días después del golpe militar.



Felipe Agüero tampoco olvidó los rostros de sus torturadores que pudo ver en el Estadio Nacional. Muchos años después me relató sus emociones cuando reconoció a uno de ellos, transformado en reconocido analista de defensa y académico de la Universidad Católica. Conocí de sus dudas sobre qué hacer con sus sensaciones encontradas. El ya ha relatado el proceso personal que lo condujo a revelar su verdad a las autoridades universitarias.



Yo no puedo negar la irritación que me provocaba la continua aparición pública de Emilio Meneses, asimilado al establishment de la Defensa Nacional. Por lo mismo sentí también un alivio cuando Felipe Agüero emprendió la inciativa, que ahora ha motivado la predecible respuesta comunicacional y legal de Meneses, sustentada en que para el analista «significa costos personales y económicos, porque implica estar en la prensa y es un desgaste de tiempo».



Meneses ha emprendido una estrategia comunicacional para lavar su imagen recurriendo a argumentaciones y relatos tan fantásticos como su descripción de la situación que se vivía al interior del Estadio Nacional, campo de prisioneros donde él afirma haber desempeñado funciones de interrogador hasta que pidió licencia por estar muy agotado.



Meneses describe el recinto como un singular resort donde atendía a sus interrogados frente a un escritorio en una «silla parecida a la de un restaurante». Dice haber ignorado entonces la práctica de torturas, y por cierto niega haber participado en ellas, pues sólo cumplía su aséptico trabajo en horarios de oficina.



Como habitante del Estadio Nacional en los mismos tiempos de Emilio Meneses, creo pertienente hacerle las siguientes preguntas elementales:



—¿Su reclutamiento como joven interrogador tuvo alguna relación con sus vinculaciones con un grupo extremista de derecha, por lo que estuvo detenido algunos días durante el gobierno de la UP?



—¿No fue esa circunstancia un estímulo personal para el tratamiento que otorgó a sus interrogados, adherentes del gobierno anterior?



—En sus cotidianos movimientos por el Estadio, ¿nunca se encontró en algún pasillo, escotilla o camarín con alguna persona torturada, -perdón- maltratada o apremiada?



-¿No recuerda, en los primeros días, a un grupo de jóvenes mujeres con evidentes muestras de abusos y tratos degradantes, quienes a duras penas se sostenían contra un muro a la espera de una nueva sesión de preguntas?



-¿Recuerda la existencia de un hospital de campaña, y las condiciones en que allí llegaban algunos interrogados?



-¿Nunca vió salir de una sesión de preguntas a personas trasladadas en vilo en una frazada para evitarles mayores dolores?



-¿Recuerda los llamados de prisioneros por altoparlantes al disco negro (punto de partida en la pista atlética) y el destino que tenían los allí convocados?



-¿Ha olvidado el traslado de grupos de prisioneros al Velódromo? ¿Diría que allí también eran recibidos en agradables sillas frente a un escritorio? ¿Vio las condiciones en que volvían de ese tour los afortunados invitados?



-¿No se topó personalmente con el ya legendario encapuchado del Estadio? ¿Supo de la suerte corrida por quienes el personaje (también detenido) indicaba?



-En fin: Con todo lo que usted sabe y vio en el Estadio Nacional, ¿No se le pasó por la mente un gesto humano distinto a la negación y la querella?



-¿No sería una mejor contribución a la reconciliación que afirma desear, reconocer los hechos y enfrentar derechamente sus situación con Felipe Agüero, en lugar de esmerarse en construir teoría distractivas —supongo serán propias de su formación en inteligencia— para salvar su imagen ante las autoridades de la Universidad y la comunidad de defensa?



Yo, como -estoy cierto- muchos otros que pasaron por ese campo de prisioneros que prostituyó la larga tradición deportiva de nuestro querido Estadio Nacional, estoy disponible para cualquier intercambio de impresiones o puntos de vista con el señor Meneses acerca de lo que sucedió en su interior durante esos amargos días.



Lo que en cualquier caso resulta una bofetada a la inteligencia de los chilenos es pretender mostrarlo como una cárcel modelo o un singular resort, como lo insinúa el querellante analista.



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* El autor, economista y periodista, permaneció detenido, tras el golpe militar, en recintos de la Fach, el Estadio Nacional y la Cárcel Pública.



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Vea además:



El frente a frente de Emilio Meneses y Felipe Agüero (25 de mayo de 2001)






  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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