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Sobreseídos por la locura


Propongo la creación del Partido de la Locura. Llamo a la ciudadanía no tanto a inscribirse, sino a refugiarse en él. Prometo que dentro de muy poco estaremos en el poder. Eso está asegurado: éste es un país de locos. No obstante, por dementes que seamos no cometeremos errores al inscribir a nuestros candidatos, ni dejaremos a nadie fuera de las listas. Ningún orate tendrá que andar mendigando un cupo para ser candidato. Las nóminas de la locura son tan amplias que todos caben en ellas.



Nuestro programa es simple. No somos demagogos. Reconocemos desde el principio que ninguno de los grandes problemas que afligen al país tiene solución. Nuestras ciudades se hundirán en los crecientes cerros de desperdicios que ellas mismas producen. La congestión vehicular y la polución obligarán a las autoridades a decretar la restricción total: diez dígitos, con o sin catalítico.



Se regulará también el derecho a respirar. Cada hombre de más de 60 kilos tendrá derecho sólo a 20 inspiraciones por minuto, con sus respectivas exhalaciones, y a otras tantas pulsaciones cardíacas. Más adelante habrá días de emergencia en los que sólo quienes tengan cédula terminada en número impar podrán respirar.



La seguridad ciudadana se deteriorará hasta el punto que los ciudadanos honestos buscarán refugio en las cárceles, dejándole las calles a los delincuentes. Esto sin contar que los trabajos se harán cada vez más competitivos, estresantes y exigentes, hasta el punto que será mejor estar cesante. Por lo tanto, los altos niveles de cesantía se considerarán como un indicador favorable para el bienestar.



Así las cosas, no queda otro camino que buscar asilo en la locura. Solicitar peritajes siquiátricos y neurológicos, estudios tomográficos que muestren nuestros pobres cerebros como quesos roquefort, horadados por cavernas, túneles y lagunas, y ensayar frente al espejo expresiones de debilidad mental. De esta forma seremos temporal o definitivamente sobreseídos de todas las obligaciones agobiantes que nos impone la vida.



Seremos liberados del trabajo, del matrimonio y de la ciudadanía. No tendremos el deber de votar ni ser vocales de mesa, de elegir ni ser elegidos, de hacer el servicio militar, de ir a matrimonios, bautizos ni funerales. También seremos eximidos de las reuniones de apoderados, los bingos y las kermesses de colegios, y de todos esos horribles compromisos sociales que nos comen el poco tiempo libre que nos dejan las jornadas de 12 horas de trabajo.



Todo esto sin contar los beneficios a que podrán acogerse los deudores, los estafadores, monreros, rateros, lanzas, homicidas, violadores, deudores morosos y sobreindemnizados, cuyas cuentas pendientes les serán condonadas si alcanzan ese estado semiangelical de la locura.



Los presos comunes ya están exigiendo que se les de el mismo trato que a Pinochet. Yo llamo a ir más allá, a radicalizar posiciones: Ä„Salgamos a la calle a exigir nuestro derecho a la locura! No nos conformemos, compañeros, con el simple stress laboral, con la depresión tapada con diazepam, ni con las neuras menores. Ä„Avancemos hacia la enajenación total!



Al saber que sería sometido a proceso, una de las hijas de Pinochet declaró pomposamente «mi padre se defenderá de la única manera que sabe hacerlo: como un soldado». El mismo Pinochet, reasumiendo su liderazgo, nos ha señalado el camino. Si de aquí en adelante los soldados se defienden como él, declarándose locos, las guerras serán mucho más humanas y menos sangrientas. Unos se creerán Napoleón, otros Julio César, y cada cual dará órdenes que ninguno de los otros locos cumplirá. Las batallas serán caóticas y parecerán más carnavales que combates.



En la vida civil, la locura nos pondrá a salvo de la dictadura de la razón instrumental, del culto a la eficiencia y a la eficacia en cuyos altares se están sacrificando muchas más víctimas de las que inmolaron los aztecas o los cartagineses a sus dioses sanguinarios.



Sólo es cuestión de atrevernos a dar el salto, y a decirle adiós a la horrible cordura que nos obliga a levantarnos todos los días a la misma hora, ejecutar series de estúpidas rutinas, observar una cantidad de normas de comportamiento, relacionarnos con los demás a través de formalidades y protocolos.



Renunciemos a todo eso, entreguémonos al sueño y al delirio, y ya estaremos militando en el Partido de la Locura, que es también el de la suprema liberación.



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