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El orgullo de trabajar

Recién por estos días la empresa Citroí«n Chile S.A.C. ha enviado una carta y unos adhesivos para ser pegados en automóviles que dicen «orgulloso de dar trabajo, soy empresario».










Desde un tiempo a esta parte los empresarios -particularmente los que han asumido un rol político como representantes del empresariado- repiten y declaman orgullosos que ellos «crean empleo» o, mejor todavía, que ellos «dan trabajo».



Ese discursillo tan repetido ha venido subiendo de tono y en tiempos como éstos, de alta cesantía, es voceado casi con aires de desafío, como exigiendo agradecimientos y, sobre todo, retribuciones.



Recién por estos días la empresa Citroí«n Chile S.A.C. ha enviado una carta y unos adhesivos para ser pegados en automóviles que dicen «orgulloso de dar trabajo, soy empresario». El obsequio viene con argumento: «Porque hoy los empresarios no están de moda. Porque es un deporte nacional atacar a los empresarios. Porque ser empresario, para algunos, es como ser una mala persona», etcétera, etcétera. Me imagino que el adhesivo pretende ser un modesto aporte de los ejecutivos de Citroí«n -que no de sus trabajadores- para poner las cosas en su lugar. El lugar de ellos.



Me permito discrepar: nunca los empresarios en Chile han estado tan de moda, han tenido tanto reconocimiento y tanto poder como hoy día. Y la carta y los adhesivos son la mejor prueba: el autobombo y la capacidad de lucir los estandartes es el más claro síntoma de poder. Nada de malo tiene eso. Lo malo es pretender -como otros en su época pretendieron- ser los actores centrales de la sociedad. Pretender ser los nuevos iluminados. Otra versión de los «hombres nuevos».



Desde su indesmentible posición de poder, el empresariado se ha erigido en el mayor grupo de presión de la sociedad chilena. Por ejemplo, desde allí se exige que no haya reforma laboral o iniciativas para impedir la evasión tributaria. Más simple todavía: desde ese coro se pide mayor «flexibilidad laboral». O sea, mayor facilidad para despedir y para contratar por menos dinero o con menos seguridades al trabajador.



Podría resumirse el actual cuadro con que no pocos empresarios te gritan en la cara que ellos son los que dan trabajo, pero al mismo tiempo quieren que esos trabajos sean más miserables. ¿Será, entonces, que no aprecian lo que «crean»? No, por cierto. Porque ellos, en verdad, no están creando trabajo, sino riqueza. El cuento de crear trabajo es un efecto inevitable, en cierta medida, para alcanzar ese fin (en cierta medida porque por algo se privilegia la automatización).



Tanta perorata en torno al slogan de crear trabajo y tan poca preocupación por el trabajo mismo. Es otro síntoma: nadie habla de los trabajadores, de los sujetos, de esos conciudadanos. Nadie valora el aporte de ese individuo que se desloma en su trabajo. Siempre es sospechoso cuando en las sociedades se empiezan a ensalzar conceptos genéricos -como dar trabajo- y se menosprecia o se olvida a las personas de carne y hueso.



Sería oportuno producir un adhesivo que, entonces, diga: «Orgulloso de ser trabajador: vivo de mi esfuerzo».



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