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La comedia de la familia chilena


Las familias de la clase media nacional siempre han necesitado reconocerse en sus propias parodias. Así, a lo largo del tiempo se han venido realizando una cantidad de comedias de costumbres que crearon ciertos tipos, como el padre esforzado, proveedor, víctima de la suegra autoritaria y del cuñado perezoso y pinganilla que vive de allegado en la casa y al que todos sus vicios le son perdonados gracias a la complicidad de la madre. Ésta, a su además de permisiva, es una gran administradora de la pobreza.



En los años ’50 había un famoso programa radial, La familia chilena, con libretos de Gustavo Campaña. Cuentan que Campaña mandaba las carillas al locutorio a medida que las sacaba de la máquina de escribir. Luego vino Hogar dulce hogar, de Eduardo de Calixto, y ya en la televisión, Los Venegas y tantas otras comedias sobre la vida familiar del medio pelo.



Hoy se dice que -como casi todo en este país- la familia está en crisis. Muchos temen que una ley de divorcio termine de una vez con ella. Los estudios de historia social demuestran, sin embargo, que la familia en Chile siempre ha sido una institución tan precaria como los libretos que improvisaba día a día Gustavo Campaña.



La Conquista trajo el masivo amancebamiento de españoles con indígenas, y desde entonces las uniones tienden a ser esporádicas e irregulares, como si nos hubiera quedado el hábito.



La antropóloga Sonia Montecino, en un estudio que ya es casi un clásico, dictaminó que somos un país de madres y guachos. El padre es una figura nómade, transitoria, desconocida o ausente. Las mujeres, en especial las del pueblo, siempre se las han arreglado para criar solas a sus hijos. Sin ellas el país se habría disuelto.



Aún en las familias bien constituidas de la clase media de mediados del siglo XX, el padre sigue siendo una figura ausente o distante, que está en el trabajo, en el espacio público o en el mundo social, y llega a la casa tarde y malhumorado. Llega para ser atendido y para imponer su justicia suprema, sentenciando castigos a los hijos acusados por la madre.



Cuando la mujer entra masivamente a la universidad y luego al mercado de trabajo, aquella endeble familia de clase media pasa a ser de madres y padres ausentes. En la casa cada vez más estrecha están los hijos, al cuidado de una nana y entregados a la otra suprema nodriza: la televisión.



Madre y padre, además de tener exceso de trabajo y horarios laborales que se estiran sin misericordia, postergan el momento de llegar hasta el inhóspito hogar donde sólo los esperan problemas. El lugar de reposo para estos guerreros y guerreras laborales ya no es más el sillón del living ni las pantuflas calientes, sino el bar, el pub o el motel.



En los períodos de recesión, cuando aumenta la cesantía, el padre vuelve a veces a aparecer en la casa como una triste figura, como un pelele que lo perdió todo, puesto que la única fuente de su autoridad era el dinero con que se ponía para los gastos. Ahí se da cuenta de que no soporta estar en el hogar.



Aún existen, además, muchos hogares de los que los padres han emigrado definitivamente en busca de pastos más tiernos. Uno se encuentra a menudo con mujeres que son a la vez madres, padres y proveedoras. Se hacen cargo de los hijos que han tenido, a veces en más de un matrimonio, y viven poniendo demandas judiciales contra sus ex maridos prófugos, que no pagan ni la corbata del uniforme de los niños. En estas familias lo más parecido a un padre son los tíos, es decir los pololos provisorios y también migratorios de la madre.



Actualmente la familia chilena es de padres, madres e hijos ausentes. En la casa, en el mejor de los casos sólo quedan la nana peruana, el gomero y el perro. Si alguno de los hijos permanece es porque está chateando por internet. En todo caso, eso es preferible a la ausencia física. Los padres más preocupados todavía se ocupan de monitorear a sus hijos por los teléfonos celulares y recomendarles que no se expongan a los riesgos de la noche, el reviente y el carrete.



Es imposible, por lo tanto hacer comedias sobre esta familia chilena de hoy, altamente desterritorializada, porque ya se han esfumado todas las escenas que la reunían. El único vínculo que mantiene son las comunicaciones inalámbricas. Basta que les suspendan el servicio para que la familia desaparezca.



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