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El miedo

Cuando el miedo manda, la libertad muere. Eso América Latina lo conoció ya de sobra. La fiscalización y participación ciudadana creciente es la unica que a la larga podrá terminar con estos peligros, ya que por estos lados la ciudadanía todavía está muy mal organizada y nuestros líderes, bastante temerosos.


En un extraño cuento llamado Instrucciones-ejemplos sobre la forma de temer, perteneciente a sus Historias de Cronopios y de Famas, Julio Cortázar enseña algunas hermosas aproximaciones al temor. Entre ellas, cómo no perturbarnos ante los infinitos asombros que nunca terminará de proporcionarnos la vida y, por supuesto, a no dejarnos desasosegar en demasía por uno de sus componentes primordiales: el miedo.



En ese cuento habla, por ejemplo, sobre un pueblo de Escocia donde se venden libros con unas páginas blancas perdidas en algún lugar de los volúmenes. Si un lector llega a encontrarse con ellas a las tres de la tarde, simplemente muere.



También cuenta cómo en la plaza del Quirinal, en Roma, hay un punto que conocían los iniciados hasta el siglo XIX, y desde el cual, con luna llena, se ve moverse lentamente las estatuas de los Dióscuros con sus caballos encabritados.



Advierte que en Amalfi, al terminar la zona costanera, hay un malecón que entra en el mar y la noche. Y que allí se oye ladrar a un perro más allá de la última farola.



Todas éstas son pequeñas narraciones que dan cuenta sutilmente de los pequeños filones del miedo a ciertas oscuridades de la vida. Esos delgados hilos que la une con la penumbra y con la muerte.



Más adelante, en esa misma narración, Cortázar penetra en lo que comúnmente se llama el miedo vivo, o el prosaico acontecer de los momentos difíciles y amenazantes a la existencia misma, como el de un viajante de comercio a quien comenzó a dolerle la muñeca izquierda justamente debajo del reloj pulsera. Al arrancárselo saltó sangre: la herida mostraba las huellas de unos dientes muy finos.



Al final, Cortázar describe el miedo que se podría llamar pánico de útero, es decir, la desconfianza a lo extremadamente seguro, la desconfianza hacia la madre, el padre, la esposa o el hijo. Ese que trae ese ligero remezón de estómago cuando, por ejemplo, un ser es traicionado por un cónyuge, un hermano o un amigo. El miedo, en el fondo, a perder los asientos básicos en que descansa la seguridad sicológica más elemental.



Profesionales del abismo



El ser que es experto en manejar el miedo, sea por entrenamiento sistemático, informal o por simple adquisición natural, entre quienes se encuentran los delincuentes comunes, los terroristas políticos y de estado, los interrogadores de las policías, los militares, los expertos en guerra sicológica y los simples sicópatas, entre otros, sabe que frente a su habilidad pocos conocen el antídoto. Que sólo un puñado es capaz de no perder la calma interna, por mucha calma exterior que su talante trate de mostrar a los demás.



Hay pocos hombres extraordinarios en la historia contemporánea que han sabido enfrentarse a situaciones límites con dignidad, valentía y con esa sabiduría fronteriza del coraje con la prudencia. Como ejemplo se me viene a la cabeza el rey de España, Juan Carlos I, cuando en 1976, a poco de iniciado su reinado y después de haber legalizado sorpresivamente el Partido Comunista de España, unos cuantos generales se alzaron en su contra.



Su actitud, además de prudente, comedida y transparente, fue de sencilla autoridad. Como generalísimo de las fuerzas armadas, poco demoró en destituir a quienes cometieron tal ilegalidad tratando de burlarse de los españoles y de la constitución que se habían dado.



En América Latina el miedo es algo que influye más de la cuenta en los ciudadanos: el miedo a perder el trabajo, el miedo a ser encarcelado y tener que esperar un juicio eterno, el miedo a no ser juzgado por lo que se es sino por lo que se tiene, el miedo a ser asaltado en alguna esquina, el miedo a llegar a viejo y no tener dónde caerse muerto; en fin tantos miedos íntimos frente a los cuales no todos los ciudadanos tienen las mismas ventajas.



Miedo a los invisibles



También muchos hombres de estado, además de soportar los miedos privados, deben enfrentar temores a poderes de hecho oscuros que muchas veces los empujan a no ejercer a cabalidad la autoridad delegada. Las víctimas pueden ser militares, políticos, jueces o parlamentarios.



Para superar estos miedos la voz de la autoridad, llámese presidente de la república, ministro del interior, de defensa, senador o diputado, o ministro de la corte suprema, debe sentirse con la autoridad moral y legal que sus pueblos les han concedido para hacer uso de todos los instrumentos de razón y fuerza – especialmente la ética- que la ley y el cargo les entregan para desarticular cualquier poder ilegítimo que quiera basarse en el temor para imponer sus intereses.



Hombres de entereza moral son los que más necesita hoy América Latina para avanzar significativamente, por fin, hacia un mundo moderno donde el miedo no mande.



Sin embargo, a través del miedo -que puede ser físico, sicológico o moral- una serie de poderes están influyendo cada vez más en los gobernantes del continente. Narcotraficantes, servicios de inteligencia militares, contrabandistas, paramilitares, poderosos grupos de poder económico y político en las sombras, incluso iglesias de diferentes creencias.



Cuando el miedo manda, la libertad muere. Eso América Latina lo conoció ya de sobra. La fiscalización y participación ciudadana creciente es la unica que a la larga podrá terminar con estos peligros, ya que por estos lados la ciudadanía todavía está muy mal organizada y nuestros líderes, bastante temerosos.



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