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La insoportable levedad de Lavín

El asunto de fondo es que en el punto donde Caszely se equivoca, es también donde simultáneamente acierta. Porque el entrevistado pone en evidencia el hecho que entre Lavín y Lagos no aprecia diferencias sustantivas de proyecto.


En uno de los últimos números de The Clinic leí una entrevista a Carlos Caszely, donde afirma que considera a Lavín más socialista que Lagos.



Me pareció que la afirmación del entrevistado produjo sorpresa en la periodista y, según se desprende del contexto narrativo, también una cierta consternación. Y confieso que a mí me parece un efecto ideológico de los tiempos actuales y que, como tal, debe ser tomada en serio.



Entiendo que Caszely quiere expresar una desilusión y que la expresa haciendo suyo un tema que ha calado hondo en la construcción de mundo predominante, la valoración del realizador.



Este tipo de liderazgo es presentado como aquel que hace y que ahorra palabras, que no pierde tiempo en hablar. Lavín, que en tiempos de la dictadura asumió la función del hagiógrafo y del predicador de la buena nueva, ha tenido la virtud de esconderse bajo el ropaje austero del laborioso artesano, que hace, pero no dice.



El particular elogio de Caszely a Lavín (el cual le disgustaría, si fuera sincero) contiene una crítica al discurso político, convertido en sospechoso de charlatanería, de retórica. Expresa un cansancio ante la palabra (la que sería el arma preferida de la Concertación), contrapuesta a la acción, el instrumento de Lavín. La sospecha que se encuentra expresada es que la función de la palabra en boca de los políticos es prometer sin responsabilidad, para no cumplir.



Pero el elogio muestra también la capacidad ideológica del Lavinismo, puesto que contiene la aceptación sin críticas de la teoría del cosismo. Que alguien como Caszely acepte esa presentación que hace Lavín de sí mismo, como alguien sólo preocupado de la política como un hacer puntual y práctico en contraposición con las visiones globales, revela la eficacia del dispositivo ideológico del Lavinismo. Es asombroso que esa visión de la política circule como moneda corriente entre personas que, como Caszely, desean producir realidades nuevas, en su caso a través del deporte.



El mecanismo que Lavín alimenta es un rechazo a la política que flota en el aire, pero escondiendo y eludiendo que ese rechazo implica, como resultante, la aceptación como un todo del sistema actual. No es posible pensar el deporte fuera de su inevitable articulación con un sistema o una estructura. Eso es lo que en realidad hace Lavín, privilegia las cosas prácticas, porque para él la cuestión se reduce a la reproducción del sistema actual.



Cuando afirma que hay que hacer cosas y no dejarse llevar por divagaciones o centrarse en los temas -para su criterio ociosos- de la esfera política institucional, está diciendo que el problema de la cesantía o de la salud es sólo un problema técnico, que se resuelve con una mejor administración del sistema.



Y para llevar adelante su estrategia Lavín ha descubierto la aparente virtud del pluralismo, la cual practica con habilidad y ceremonia, con calculado efecto publicitario. Llama a Caszely, pero con la condición que se limite a hacer sus contribuciones técnicas (sólo técnicas) en el área del deporte. Pero si a Caszely se le ocurriera la necesidad de una nueva articulación del deporte con la cultura y con la sociedad que disloque el orden actual, se encontraría frente al verdadero Lavín, ideólogo de lo actual. Lo sorprendente es que esta constatación tan simple y obvia sea hoy casi novedosa.



El asunto de fondo es que en el punto donde Caszely se equivoca, es también donde simultáneamente acierta. Porque el entrevistado pone en evidencia el hecho que entre Lavín y Lagos no aprecia diferencias sustantivas de proyecto. Y, para ser administrador del sistema, el alcalde le parece más hábil que el Presidente. Caszely hace a Lagos víctima del personaje que se ha construido.



El asunto es que aquello que se ve, el hecho que entre Lagos y Lavín sólo parece haber diferencias técnicas, impide que se pueda ajustar cuentas con el cosismo y con el dispositivo ideológico de Lavín.



Si el asunto se reduce a administrar mejor este mismo sistema, puede ser mejor un realizador eficiente, un gerente público con énfasis en lo concreto, que un retórico generalista o que un político discursivo. La cuestión es muy distinta si el asunto de fondo radica en diferencias de proyecto.



Si los problemas actuales provienen del sistema, tienen un carácter estructural (palabra olvidada), las virtudes administrativas del realizador eficiente son inútiles. Sólo en ese paradigma el cosismo puede ser combatido eficientemente, denunciado como falsa ilusión. Pero si se acepta que la política actual está básicamente bien encaminada, la insoportable levedad de Lavín es mucho más difícil de desmitificar.



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