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De centralismo y nuevas ideas

Esta nueva utopía significará levantar banderas en contra de la corrupción, cualquiera sea el tono o color con que ésta se presente. Es pensar que desde los espacios locales, a través de la Web, se pueda mantener alianzas profundas de cooperación en lo que quizá sea el espacio más humano de la actual globalización. Un espacio que está por construirse y que rescatará para el civismo la plataforma de la Internet, para poner en práctica la voluntad de la provincia de participar con dignidad y coope


¿Es el aciago destino de la provincia ser caricaturizada por su pintoresquismo como si no fuese capaz de parir presidentes?



¿Por qué hasta los más libertarios líderes que se mueven en el estrecho y excluyente círculo de los centros, descuidan la participación enriquecedora de los pensadores de la provincia?



¿Por qué la política se encierra en un limitado grupo de apellidos de rancio abolengo?



¿Habría sido Presidente de la República el petorquino Manuel Montt si no hubiese estudiado en el Instituto Nacional o no hubiese sido colaborador de Diego Portales?



¿Es el sino trágico de quien quiera hacer oír su voz tener que ir a asfixiarse a Santiago para lograr que lo escuchen?



«Dios está en todas partes, pero atiende en Buenos Aires…»



Escribo desde la provincia, escribo desde el sur, escribo a caballo en la nueva economía y lo hago desde un cerro de Valparaíso, sin complejos de provinciano. El regionalismo, la descentralización y la desconcentración del poder no han pasado de ser retórica, analgésicos para que los provincianos sigan sin reclamar, haciendo resignadas antesalas en los ministerios, en los partidos políticos, en las direcciones de las empresas de la capital.



Es tan fuerte la inercia centralista que se ha enquistado en la mentalidad de la gente de provincia, la cual se pone límites inexistentes, y teme romper esquemas, tomar decisiones o gestar proyectos sin consultar a la capital o al gobierno central.



La legislación vigente ha abierto espacios para que los problemas se resuelvan en las regiones, en los espacios locales. Es imperativo que cada región realice su propia estrategia de relaciones internacionales, para captar inversiones, para promover la salida de productos, para interactuar con la aldea global desde la aldea local. Sin embargo, los dirigentes locales parecen estar entrampados en los alguna vez obligatorios pasos por la capital, sin asumir estas nuevas potencialidades.



Un hecho que comprueba lo señalado es que herramientas de descentralización como el Fondo de Desarrollo Regional (Fondere) no han sido todo lo exitosas que deberían, por la falta de proyectos y la débil capacidad de las regiones para generarlos.



El sistema político binominal, que implanta sus inequidades y exclusiones, también aporta lo suyo. Ninguno de los partidos políticos tiene una participación interna real. Ser militante es ser recordado sólo para las elecciones, cuando los próceres hacen llegar absurdos saludos de cumpleaños. Es todo un juego de máquinas, influencias, apellidos que se entrecruzan.



Es la tozuda decisión de trasladar de nuevo el Congreso a la capital, es la determinación en cúpulas partidarias cerradas de quién va o quién se baja en tal o cual circunscripción. Es otra evidencia que todos los provincianos quieran salir en la foto con el cacique central; es la ridiculez de aceptar que vengan a representarnos generosamente personas que jamás han vivido en la provincia; es el manejo del mapa político en el Club de la Union de Santiago.



¿Por qué creen que los provincianos no tienen derecho a ser protagonistas de su propio destino?



Es una real falta de respeto que al centralismo estructural, histórico y mental se agreguen y se deban aceptar los exabruptos que los chilenos hemos apreciado en los recientes juegos político-partidarios. No han hecho sino ahondar la brecha entre la gente de carne y hueso y los semidioses del Olimpo y la Farándula, que cualesquiera sea su tienda tienen vasos comunicantes, como en una aburrida teleserie de realismo mágico cotidiano.



Queda sí una esperanza, alejada de la política tradicional: que en el mediano plazo las generaciones jóvenes, habituadas a interactuar en redes, le den una connotación efectiva al gobierno electrónico. Es decir, que se pueda supervisar la labor de los representantes populares a través de la interactividad en tiempo real, que permitirá participar en las sesiones del municipio, exigiendo la temida y esquivada transparencia.



Si a esa vía de comunicación y control de la clase política se suma el cambio generacional que tarde o temprano debe ocurrir, podrán fundarse nuevos partidos políticos impregnados de nuevas ideas, que hagan más real la participación ciudadana y permitan controlar los abusos de la sociedad de mercado.



Esta nueva utopía significará levantar banderas en contra de la corrupción, cualquiera sea el tono o color con que ésta se presente. Es pensar que desde los espacios locales, a través de la Web, se pueda mantener alianzas profundas de cooperación en lo que quizá sea el espacio más humano de la actual globalización. Un espacio que está por construirse y que rescatará para el civismo la plataforma de la Internet, para poner en práctica la voluntad de la provincia de participar con dignidad y cooperación en su propio destino.



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