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La esencia de la seguridad

La esencia de la seguridad sigue radicando en la solidez política, económica y social de los países, y en la más amplia cooperación y construcción de confianza en el mundo globalizado de hoy. De ahí que la decisión del Presidente Ricardo Lagos de asumir una postura activa frente a la crisis económica argentina y de promover en la Cumbre del Grupo de Río una solidaridad colectiva con ese país ante las instituciones financieras internacionales tiene un gran significado para la seguridad en el con


La seguridad de los países es una condición sustentada en la cooperación y la potencia política y social de los países antes que en su capacidad militar. El nivel educacional y tecnológico de sus recursos humanos, la legitimidad de sus instituciones políticas, la integración social de su población, la solidez de su economía y el respeto irrestricto de sus compromisos internacionales, son aspectos sustanciales a la hora de evaluar la seguridad de un país en el mundo actual.



A lo anterior se debe agregar la capacidad y decisión de utilizar la fuerza militar para sostener sus derechos frente a cualquier agresión externa.



En la actualidad, debido a los cambios en el escenario mundial, la disposición, capacidad y reconocimiento internacional para integrarse militarmente a misiones de paz o de carácter humanitario de Naciones Unidas es considerada también como un solvente elemento de seguridad.



Pero la esencia de la seguridad sigue radicando en la solidez política, económica y social de los países, y en la más amplia cooperación y construcción de confianza en el mundo globalizado de hoy.



De ahí que la decisión del Presidente Ricardo Lagos de asumir una postura activa frente a la crisis económica argentina y de promover en la Cumbre del Grupo de Río una solidaridad colectiva con ese país ante las instituciones financieras internacionales tiene un gran significado para la seguridad en el continente.



La experiencia de las décadas de los ’70 y ’80 del siglo pasado indican que el más fuerte sostén de la estabilidad en el escenario internacional es la existencia de democracias sólidas, con crecimientos económicos adecuados y la solvencia necesaria para atender las necesidades más acuciantes de sus poblaciones. Para alcanzar ese nivel, los países de la región han debido recorrer un enorme camino de modernizaciones institucionales y sacrificios sociales.



Estos no pueden ser borrados por situaciones que están más allá de la capacidad de manejo de un solo país, y precisan de la cooperación y solidaridad para ser solucionados.



La disciplina fiscal y el adecuado manejo macroeconómico no deben caer en el vacío político internacional y no servir de nada frente a los impactos negativos de la economía globalizada.



Frente a ello radica el valor de lo planteado por el Presidente Lagos y la Cumbre de Río, como una doctrina de cooperación y seguridad regionales. Esa visión positiva está naturalmente complementada con la decisión que los Presidentes participantes manifestaron de avanzar en el control de los gastos militares en la región.



En la esencia de la seguridad también está tener un gasto en defensa sano, objetivado en fuerzas armadas definidas por una opción racional y moderna de sus países, dentro de un marco de eficiencia fiscal por lo menos igual a la que se exige a cualquier sector público del Estado.



Las instituciones de la defensa, particularmente las militares, son un servicio público, destinadas a proveer un parte importante de ese bien público perfecto llamado seguridad. Su estructura y equipamiento expresan de manera práctica cómo el Estado concibe el uso de la fuerza en el medio internacional, y constituyen un símbolo de esa ultima ratio que está dispuesto a usar en defensa de sus intereses amenazados.



Por lo mismo, si se habla de control de gasto militar, lo que significa no es privar a los países de un componente esencial y permanente de su poder nacional, sino situarlo en una dimensión adecuada a la apreciación estratégica que se hace del medio internacional y sus riesgos, incluidos los efectos positivos de las políticas de cooperación y diplomacia.



La propuesta de los Presidentes del Grupo de Río ha tenido reacciones simplistas. Una abiertamente negativa, escudada en miles de razones técnicas y riesgos encubiertos, de quienes piensan que la seguridad sigue radicada en la quincallería militar. Sus voceros se han dedicado a comparar potenciales, hablar de rangos, alcances, plataformas, misiles, aviones y de un sinnúmero de cosas que sólo son comparables como artefactos pero no como potenciales reales, entre otras cosas porque la guerra sigue siendo un arte y no una ciencia exacta.



De lo que se trata es terminar con la compra ciega de «artefactos de guerra», siempre más tecnológicos y más caros, para pasar a un sistema de adquisiciones administrado por la mayor racionalidad y la eficiencia.



Por otro lado está la respuesta de la rebaja lineal indiscriminada. Dejemos todo en cero, pues se trata solo de volumen de gasto. Esta posición contradice un elemento fundamental que es la calidad del gasto en defensa, es decir la obligación que tienen las autoridades del Estado de que los dineros de toda la población se gasten de manera eficiente, y particularmente en las compras de armamento, pues son generalmente muy significativos y encadenan una sucesión de gastos posteriores en recursos humanos, mantenimiento, infraestructura y otros.



La calidad del gasto está determinada por la coherencia y racionalidad de lo que de invierte con los objetivos políticos nacionales, y se expresa en una composición de gasto exenta de grasa, de elementos superfluos, que potencia las economías de escala y mejora los estándares no sólo respecto de los eventuales adversarios, sino fundamentalmente respecto de lo propio, de lo que actualmente se tiene.



Cada renovación de sistemas de armamento es un proceso que implica para las instituciones de la defensa temas de gestión y gerencia, de coordinación y de actualización estratégica, además de la compra de armas.



De ahí la importancia de lo planteado en la Cumbre de Río, porque abre un abanico de posibilidades para iniciar un proceso de revisión de lo propio junto con la construcción de lazos de confianza y cooperación con otros países.



Para Chile es una opción importante, pues su agenda de defensa tiene por delante modernizaciones importantes de las ramas, que incluye disminuciones de personal, mejoras sustantivas en sus niveles de instrucción, creación de un Estado Mayor Conjunto que de origen a planificación conjunta y altos niveles de interoperatividad, creación de nuevas unidades y fusión o eliminación de otras, entre otras muchas cosas por hacer.



Todo esto se enmarca en un concepto de modernización del Estado marcado por la nueva realidad estratégica que debe vivir el país y orientado hacia la generación de una política nacional de seguridad.



La propuesta hecha por el Presidente Lagos frente a la crisis argentina corresponde a una visión estratégica de lo que es la seguridad en el mundo moderno. Consecuentemente, el llamado a contener y limitar los gastos militares hecha por la Cumbre de Río es uno de los complementos lógicos de lo anterior. Para hacerlo posible se deben hacer esfuerzos por transparentar los presupuestos de defensa e iniciar los trabajos de la diplomacia que creen las atmósferas y las confianzas que permitan avanzar hacia soluciones positivas.



No corresponde aquí y ahora enredarse en discusiones de mercaderes acerca de qué tiene cada quién. El control de armamentos es siempre un proceso complejo y largo, en el cual la voluntad y la confianza no surgen de manera espontánea ni existen en el vacío histórico.



Más convendría pensar, por ejemplo, en la posibilidad de contar con nuevos instrumentos de trabajo en materia de seguridad regional como un Observatorio Regional de Conflictos. Ello ayudaría a los países a avanzar hacia la paz positiva, que es aquella que se basa en tener creencias compatibles, principios comunes e ideales compartidos.





* Abogado, cientista político y analista de defensa.
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