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Tendencias internacionales en educación superior

Alrededor del mundo los sistemas de educación superior están teniendo que lidiar con un doble cambio: de las condiciones económicas y culturales en medio de las cuales desarrollan sus actividades. Todos ellos han debido adaptarse a las nuevas circunstancias, con las naturales variaciones de los específicos contextos nacionales y según si se trata de países desarrollados o en desarrollo.


Desde su origen la universidad ha tenido una vocación internacional. En las primeras universidades los estudiantes provenían de diferentes naciones, y los docentes estaban facultados para enseñar en diversos países. Más aún: el propio modelo de esta institución, la única que ha perdurado prácticamente a lo largo de un milenio, tiene un rasgo de universalidad inherente que le ha permitido emigrar hasta los más apartados lugares y adaptarse a muy distintas épocas.



De hecho, las más variadas sociedades encontraron, primero en las universidades y luego en sistemas diversificados de enseñanza superior, una manera de asegurar la transmisión del conocimiento avanzado y de preparar a sus grupos dirigentes. Más adelante, con la aparición de las ciencias y la necesidad de producir sistemáticamente conocimientos, la universidad vio reforzada su posición. Pronto se convirtió en el hogar principal, sino exclusivo, de la investigación científica y la reflexión social.



Un grado similar de internacionalización se manifiesta ahora en cuanto a las principales tendencias de desarrollo de los sistemas de educación superior. Veamos.



Por ejemplo, todos los sistemas de educación superior se han movido desde una provisión de élites hacia una educación superior masiva, y se encaminan ahora hacia la universalización de este servicio. En América Latina y el Caribe encontramos ya pocos países en la primera posición (sistemas de élite), con menos del 5 por ciento del grupo de edad relevante matriculado en alguna institución de enseñanza superior.



Los demás han ingresado al estadio de la educación superior masiva, y durante la próxima década algunos bordearán la fase de la educación superior universal, con la mitad o más de la población relevante realizando estudios de tercer nivel.



Asimismo, en el mundo entero todos los sistemas, salvo los de tamaño más pequeño, se han diferenciado tanto horizontal como verticalmente. Hoy nuestras antiguas universidades nacionales, cuyo nacimiento se confunde con el de las repúblicas —la Universidad de Chile, la Universidad Central de Caracas, la Universidad Nacional de Colombia, la UNAM en México, por ejemplo— son islotes en medio de un mar de variadas instituciones públicas y privadas, metropolitanas y regionales, universitarias y no universitarias, complejas y simples, laicas y denominacionales.



A pesar de esa gran diversidad las universidades, en cualquier lugar donde existen, se organizan en torno a dos ejes: la provisión de enseñanza profesional que conduce hacia el ejercicio de un número cada vez mayor de prácticas basadas en conocimiento experto, y el otro, la división y organización del trabajo académico avanzado, trátese de la investigación o de la enseñanza de posgrado, en torno a disciplinas también cada vez más numerosas y especializadas.



Hoy observamos que la internacionalización avanza otro paso. En efecto, todos los sistemas, aunque naturalmente en grados diversos, enfrentan un conjunto similar de problemas y apremiantes desafíos. Uno de ellos es la restricción de recursos.



Este no es un asunto típica o exclusivamente latinoamericano, como a veces se piensa en la región. Ha asolado crónicamente a los países del África y a gran parte del Asia, y desde hace algunos años se manifiesta dramáticamente en los sistemas de los países desprendidos de la antigua Unión Soviética. En estos días afecta también al conjunto de los países de reciente industrialización del sudeste asiático.



Incluso en los países de la OECD ya no existe la bonanza de tiempos pasados: esto vale para Japón en primer lugar, pero también para Canadá y para un buen número de países de Europa occidental. Gradualmente se ha ido imponiendo (e internacionalizando) la idea de que los usuarios directos deben pagar el costo de la educación superior, pues extraerán de ella beneficios privados que sería injusto cargar a la sociedad entera.



Asimismo, se acepta hoy más fácilmente que las instituciones deben valorizar sus servicios y productos y competir en calidad y eficiencia.



Lo anterior representa un cambio del ethos en que se desenvuelven las instituciones de enseñanza superior. De un ethos de bien público, garantía estatal, confianza institucional y admiración intelectual en cuanto a la consideración de la educación superior se ha pasado —o se está pasando— a un ethos de beneficios privados, garantía contractual, desconfianza institucional y pérdida del aura intelectual.



El propio lenguaje de los analistas ha empezado a mudar como reflejo de ese desplazamiento ético.



Alrededor del mundo los sistemas de educación superior están teniendo que lidiar con ese doble cambio: de las condiciones económicas y culturales en medio de las cuales desarrollan sus actividades. Todos ellos han debido adaptarse a las nuevas circunstancias, con las naturales variaciones de los específicos contextos nacionales y según si se trata de países desarrollados o en desarrollo.



En estos últimos países, uno de esos mecanismos adaptativos ha sido el rápido desarrollo de un sector privado de instituciones de nivel terciario, como ha surgido en lugares tan distintos como Brasil e Indonesia, en Chile y Filipinas, en Pakistán, Colombia y República Dominicana. Incluso en Europa central y del este el mismo fenómeno empieza a aparecer ahora con fuerza.



Estamos ante un verdadero cambio de marea en la historia de la educación superior, pero algo se mantiene constante: el carácter internacional de las tendencias dentro de las cuales se desenvuelve la educación superior.



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