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Agustín de Hipona, la crisis y el entusiasmo

Pero las crisis no deben asustarnos. Ellas son transformaciones considerables que acaecen en una enfermedad, ya sea para mejorarse, ya para agravar el enfermo. Una crisis de asma normalmente termina en una magnífica vuelta a respirar. Las crisis son mutaciones importantes que se viven en desarrollo de otros procesos, ya de orden físico, ya históricos, ya espirituales.


La voluntad de poder de la derecha se ha expresado en la caída del presidente de Renovación Nacional. Nietzsche palidece. La Derecha sabe ejercer implacablemente el poder. Lo hizo durante 17 años. ¿Nos debiera extrañar? Ahora, en democracia, tienen un solo líder y un solo movimiento. Su programa: gobernar Chile el 2005.



Y por el lado de la coalición de gobierno, en la misma región que ayer fue el valle del paraíso, reina la confusión y la desconcertación.



El director del Registro Electoral nos informa que los jóvenes no se inscribieron. Lo que ayer fue el gran triunfo de la Concertación del ’88, hacer del padrón electoral del plebiscito del 5 de octubre instrumento de una democracia joven, es hoy fracaso.



En términos gruesos, los menores de 29 años ayer representaban el 35 por ciento. Hoy sólo alcanza al 19 por ciento. Dos tercios de los jóvenes de clase alta se inscriben, contra un tercio de los de la clase pobre. La Derecha gana en la mesa de hombres recién inscritos. ¿Debiera extrañarnos?

En suma, crisis.



Pero las crisis no deben asustarnos. Ellas son transformaciones considerables que acaecen en una enfermedad, ya sea para mejorarse, ya para agravar el enfermo. Una crisis de asma normalmente termina en una magnífica vuelta a respirar. Las crisis son mutaciones importantes que se viven en desarrollo de otros procesos, ya de orden físico, ya históricos, ya espirituales.



El cristianismo vivía una crisis fuerte en el siglo XIII, y la resolvieron Francisco, Domingo y Tomás de Aquino. En las crisis la continuación, modificación o cese está en duda, y por eso se trata de un momento decisivo. La crisis del catolicismo del siglo XVI fue resuelta por Martín Lutero, Teresa de Avila e Ignacio de Loyola. Las crisis de gabinete se superan con nuevos rostros y nuevas ideas.



Agustín de Hipona es el hombre por excelencia de la crisis. Obispo del norte de Africa, contra su voluntad, santo de la Iglesia Católica y admirado por todos los cristianos, ve caer todo lo que él amaba. Todo lo que era admirable en la obra humana, Roma y su Imperio recién «cristianizado», han caído en manos de Alarico, un hombre sin cultura.



Plotino y Cicerón, Milán y Roma, todos de rodillas ante lo que es para Agustín la barbarie. Jerónimo, otra santo del catolicismo y autor de la segunda globalización del cristianismo, la latina, llora en Jerusalén: «Han tomado la ciudad que se tomó el universo entero», sentencia.



La Antigüedad muere y aún es muy temprano para que cristalice la Edad Media. Los romanos lloran mirando en el pasado la grandeza perdida y acusan a los cristianos de la fatalidad. Todo es crisis. Un mundo viejo que no acaba de morir y un nuevo mundo que no termina de nacer.



La génesis inmediata del desastre es la corrupción y la ambición descontrolada. En el año 395 muere el emperador Teodosio. Arcadio y Honorio dividen el imperio, y terminan de debilitar la obra de mil años. El año 410, Alarico entra a Roma. En el año 428, el romano conde Bonifacio pacta con Genserico para protegerse de las intrigas de palacio de Gala Placidia y Valentiniano III. En su lucha intestina se ha confundido de adversario y ha pactado con el mismo diablo.



Genserico destruirá Hipona, un año después de muerto Agustín, y todo el Imperio caerá para nunca más resurgir. Menudo error el de Bonifacio. ¿Habrá algunos Bonifacios entre nosotros, los de la Concertación desconcertada?



La voz de Agustín irrumpe fuerte. Acusa al egoísmo. La ciudad terrena vive del amor de sí. La ciudad celeste ama a Dios y por eso es eterna. Pero sobre todo, Agustín llama a la esperanza. Es en el futuro y no en el pasado donde encontraremos el sentido de la historia. Es en la idea que un futuro mejor espera a la raza humana si se atreve a vivir la historia, no como repetición de hazañas pasadas.



No busquen más en el nacimiento de Roma las respuestas. Búsquenlas en el futuro. La historia es espera tensa y activa de tiempos mejores y bienes futuros que llegarán si nos atrevemos a luchar por ellos, contra toda desesperanza. «Es el cielo el que ha puesto la historia en movimiento».



Así convoca al entusiasmo. Pues así y sólo así se es inspirado por los dioses. Cuando tenemos un proyecto que valga la pena vivirlo y buenos amigos al lado nos llenamos de vigor. Los profetas transmiten su entusiasmo divino. Lo hizo Alberto Hurtado, luchando por la justicia social al organizar sindicatos y no sólo ofrecer techos prestados o regalados. Clotario Blest inspirado en el Hijo del Carpintero crea la CUT en los mismo años.



El artista entusiasma con la belleza de su obra y la alegría de su creación como lo hizo Gabriela Mistral. Ella nos llama a amar la terquedad del mapuche ante su destino y su tentativa contra lo imposible. El orador entusiasmado transmite exaltación y fogosidad de ánimo, pues el proyecto que propone cautiva como arrobaban al auditorio Jaime Eyzaguirre, Eugenio González o Radomiro Tomic.



Ahí se inspiraron los jóvenes gremialistas, los socialistas y los socialcristianos. Así se producen adhesiones fervorosas que mueven a favorecer una causa o empeño. Movimientos políticos que hacen campañas que transforman las vidas personales y la de los pueblos.



Agustín de Hipona es otra voz del pasado, que hemos traído para este presente de crisis y desconcierto. Su fórmula es bella: jugársela por un proyecto que entusiasme y no olvidar jamás que en la clandestinidad del corazón los ideales siempre vencen a la derrota material.



El lo demostró. Su obra sobrevivió, reescrita por él, un anciano de setenta y cinco años, con premura en la sitiada Hipona del 428-430. Todo la obra material del Imperio y del cristianismo destruida en Cartago, Tagaste e Hipona. Pero los discípulos de Agustín, su amigo Alipio, Osorio y Posidio, entusiasmados, distribuyen en la clandestinidad su obra por quinientos años.



Africa, 2001, pobre, tribal y poscolonial vuelve a mirar al Dios de Agustín. De cada cien católicos hoy en el mundo, ocho son africanos y cuarenta y tres latinoamericanos.



Y, sobre todo, atreverse a ser coherentes con el proyecto. Que se note que aquí y ahora, entre nosotros, se ama la democracia, la igualdad y la amistad cívica. Pues, finalmente, y como lo decía Agustín de Hipona: «Me decís que los tiempos son malos. Sed vosotros mejores. Los tiempos serán mejores. Vosotros sois el tiempo».



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