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Salmón teñido de verde malaquita


Para alegría de quienes suscriben este modelo de desarrollo, la industria del salmón surgió en la década del noventa como una nueva fuente de recursos para las exportaciones. Incluso, hoy en día, el empresariado ligado a la industria pretende posicionar al sector como un sustituto natural de la minería, una suerte de «nuevo sueldo de Chile».



Actualmente, nuestro país ocupa un lugar destacado en el mercado mundial del rubro. Sin embargo, las supuestas ventajas competitivas frente a otros países productores han generado críticas, tanto externas como internas. A la larga lista de cuestionamientos a esta industria se ha sumado un nuevo dato: el verde malaquita, un compuesto verde líquido derivado de la anilina, con fuerte olor a vinagre, prohibido en la Comunidad Europea por cancerígeno, pero que en la industria acuícola chilena estaría siendo usado como remedio para prevenir la expansión de hongos en los salmones de cultivo.



Según información entregada por el Centro de Investigación Toxicológica de la Universidad Católica de Chile, CITUC, la ingestión de verde malaquita tiene importantes efectos nocivos sobre el ser humano. Los primeros síntomas se manifiestan a través de diarrea, dolor abdominal, fuerte dolor de cabeza, náuseas y desvanecimiento. Además es perjudicial para la vista, puede producir conjuntivitis y ceguera por daño a la córnea. Una exposición permanente a la sustancia también causa dermatitis, reacciones alérgicas y asma.



Ante esta situación, lo más recomendable es que los organismos pertinentes fiscalicen en terreno si efectivamente esta sustancia es utilizada, y en qué cantidades. El verde malaquita no aparece en la nómina de las cuarenta sustancias autorizadas por el SAG para el uso acuícola. Muy por el contrario, este organismo la ha rotulado como sustancia cancerígena. Por lo tanto, su eventual uso no es legal y ameritaría acciones legales.



Es necesario investigar antes, para no sufrir contratiempos después. Si no se fiscaliza internamente la utilización de estas sustancias, los posibles efectos en salud de la población pueden ser desastrosos. Como el salmón es un bien de lujo y su consumo dentro del país es muy limitado, la población chilena no estaría tan expuesta a sufrir efectos adversos a su salud. Pero, como producto de exportación, los costos de una denuncia por parte de los consumidores extranjeros serían inimaginables.



De confirmarse el uso de verde malaquita en la industria salmonera de nuestro país, sería una prueba más del desarrollo poco sustentable de un sector productivo basado en la explotación intensiva de recursos naturales. El único camino para que nuestro país alcance la meta de internacionalizar su actividad productiva es cumplir con las exigencias laborales y ambientales que ello implica, incluido el uso de sustancias tóxicas.



Si las actividades productivas no se amparan en una conducta coherente, no tiene sentido vender el salmón de Aisén bajo el amparo de una región limpia y libre de transgénicos, tal como se ha propuesto. Es necesario, entonces, preguntarse si es prudente anunciar un «Salmon Valley» sin crear antes las condiciones apropiadas para su apropiado desarrollo. Si ello no ocurre, entonces el país deberá acostumbrarse a recibir acusaciones de dumping ambiental y social por parte de otros países interesados, como Estados Unidos, sobretodo cuando el gobierno ha impulsado a toda costa un tratado de libre comercio con ese país.



La comprobación de que la industria del salmón y las autoridades viven en el mito del desarrollo infinito, presionando sobre los recursos de un modo enceguecido, ha sido entregada por un reciente estudio de la Sociedad de Fomento Fabril. En él se afirma que la sobreproducción ha ejercido una baja en el precio del producto superior al 20% durante el 2001, con un valor acumulado de un 31,2% en los últimos doce meses. Reafirmando lo anterior, según información de la Asociación de Productores de Salmón y Trucha, a junio pasado los retornos obtenidos por el sector crecieron sólo 9%, mientras que las toneladas enviadas al exterior aumentaron en 57%.



El dato es relevante, porque confirma que la sobreproducción es el principal problema que enfrentan las empresas del sector. Este fenómeno, junto al deterioro de los principales mercados extranjeros producto de condiciones económicas adversas, como ocurre en Japón o Estados Unidos, ha producido una disminución importante en los precios de comercialización.



Tal como ha sucedido otras veces, la industria chilena reacciona sólo cuando los problemas ya son realidad. Nuestro país ya ha tenido experiencias similares en materia de sobre inversión y aumentos excesivos en la producción. Ocurrió en el pasado con la industria frutícola y la actividad vinícola, y en negocios que en su momento aparecieron como emergentes o no tradicionales. En todos ellos, la ambición de obtener ganancias en el corto plazo terminó con todas las perspectivas iniciales.



Es un acto poco equilibrado, de todos los actores que deciden en este ámbito, favorecer a un sector productivo sólo porque tiene millonarias ganancias en el corto plazo, sin tomar en cuenta la infinidad de males que deja a su paso. Sobre todo, si se considera que los perjuicios ya no se enmarcan en la discusión económica, sino que parecen apuntar directamente a la salud de las personas.



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Marcel Claude es economista y director ejecutivo de la Fundación Terram.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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