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Los Medinos que abundan

Hay un cierto cinismo en los que alegan contra Medina -obviamente por su posición política ultraconservadora y su pasado pinochetista- y, al mismo tiempo, toleran que otros curas sí nos vengan a sermonear sobre ese y otros temas por la simple razón de que son «progresistas» o, expresión más de cuidado todavía, son «buena onda».


Hay una cierta hipocresía en ese coro que estira el cogote para entonar las quejumbrosas letanías contra el cardenal Jorge Medina, que una vez más ha venido a Chile a meter su cola -y la cola, lo sabemos, es cosa de diablos- para hablar de política y decirnos por quiénes no hay que votar y por quiénes sí.



Ya sabemos que lo de Medina es inaceptable, porque es inadmisible que un sujeto que calló frente a las violaciones a los derechos humanos -y de quien, por lo tanto, es lícito sospechar que finalmente las toleró-, venga ahora a dar clases de moral.



Pero hay un cierto cinismo en los que alegan contra Medina -obviamente por su posición política ultraconservadora y su pasado pinochetista- y, al mismo tiempo, toleran que otros curas sí nos vengan a sermonear sobre ese y otros temas por la simple razón de que son «progresistas» o, expresión más de cuidado todavía, son «buena onda».



Hay, en ambos equipos, una indiscutible intención de usar en beneficio propio, o de la posición política propia, las palabras de clérigos, frailes y sacerdotes. Usarlos no como la opinión de un ciudadano más, que eso no importaría, sino con la connotación de religiosos, de tipos que supuestamente hablan con la verdad, de la verdad, aparentemente iluminados desde arriba (si es que arriba hay alguien que ilumina, lo que ya es otro asunto).



Para los de espíritu sensible, aclaro que no estoy hablando del llamado «magisterio de la Iglesia», con sus encíclicas y documentos y papas hablando ex cátedra o cómo sea (cosa que por lo demás que bien podría ser tema de discusión), sino de las voces aisladas, oportunas y hasta oportunistas de los hombres de sotana, aunque esa indumentaria hoy se use poco.



Desde esa perspectiva, lo de Medina no es más grave que cuando un «cura progre» se despacha declaraciones a favor de las llamadas posiciones de «avanzada», y dejemos la cosa ahí, para no tener que entrar a desmenuzar esa «avanzada», Ä„ay!, a las que algunos nos quieren llevar. Y bien digo nos quieren llevar, porque normalmente poco consultan a los ciudadanos si ellos en verdad desean, remotamente, ir en dirección de esos parajes.



Hay una indudable trampa -en la que algunos caen de pajarones y otros por interés- en los que se dejan tentar por esas voces «progres». Tanto ellos como Medina y los suyos comparten esa misma y vieja pretensión de decirnos cómo vivir, qué es lo bueno y lo malo, qué decirle a nuestros hijos (ellos que, por lo general, hijos no tienen), cómo llevar nuestra vida de pareja (ídem) y hasta por quién votar.



Por ejemplo, el obispo de Punta Arenas, Tomás González, de vez en cuando saca su voz. Pero después de haber protegido y excusado a dos curas de su diócesis acusados de abusos sexuales contra niños, uno de ellos su ex secretario personal, está claro que de ese progresismo hay ante todo que cuidarse, porque ese progresismo normalmente habla con tonos de intransigencia sobre verdades y justicia, salvo cuando lo que hay que investigar y sancionar concierne a tipos cercanos.



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