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Temas de campaña


Los ciudadanos deberíamos estar advertidos: las campañas ya están en marcha y lo que dicen buena parte de los políticos y candidatos es el resultado de la lógica electoral, muchas veces alimentada por encuestas y focus group que han terminado quitando a algunos de ellos su propia identidad: hablan de lo que pretendidamente desea escuchar la gente según esos sondeos y estudios. Uno desearía que algunos de los expertos o algunas de esas empresas especializadas en asesorar candidatos tuviesen una pizca de humor y entregaran datos torcidos a sus clientes: ideas insólitas, causas extravagantes, algo que salga de la uniformidad y lo predecible.



De aquí a diciembre, entonces, uno debería hacer el ejercicio de dudar, razonablemente, de lo que dice cada uno de los candidatos. Sobre todo de aquellos que se encaraman a los temas, los manosean un poco y, luego, los dejan abandonados. O esos otros que picotean ciertos asuntos, en sus facetas más espectaculares, pero que a la larga siempre rehuyen tratar el fondo de la cuestión.



Todo lo anterior, sin embargo, no corre para ciertos temas. Por ejemplo, el de la droga. Claro, no faltan los que denuncian esquinas precisas donde se ejercita el microtráfico y llaman a la policía a ser severos y llenar las cárceles. Siempre, claro, los potenciales reos son pequeños ladronzuelos, el último traficante de la cadena. De los capos, poco se habla (salvo algunos jefes de organizaciones mafiosas poblacionales que son buen argumento para un reportaje policial). Los grandes ausentes son los grandes jefes, los verdaderamente grandes, las operaciones millonarias de lavado de dinero, las conexiones internacionales, las inversiones sospechosas que nadie se atreve a investigar.



Es un esclarecedor ejercicio revisar los diarios de cuando se produjo la Operación Océano, con la denuncia del Consejo de Defensa del Estado. En aquella ocasión saltaron a la palestra menos políticos de los que lo hacen cuando hay una denuncia sobre una callejuela determinada donde hay microtráfico. Cuando de trata de pobres diablos -ojalá televisados con cámaras ocultas-, es fácil darle palos, pedir rigor, aullar ante los micrófonos lugares comunes sobre la «lacra» de la droga. El problema es que hacerse los lesos, al mismo tiempo, frente al gran negocio de la droga y el lavado de dinero -de ese que se habla en cada reunión social, del que todos están seguros que ya está aquí bien instalado- es a lo menos cobardía.



Esa ausencia de voz no es sólo privativa de los políticos. Los empresarios -que cada día son más poderosos; tanto, que algunos conspicuos «pensadores» de la Concertación están planteando incorporarlos al gobierno vía ministerios- tampoco sobre esto han abierto la boca. Cuando han pregonado una mayor apertura de nuestro comercio y de nuestro sistema financiero, cuando han insistido en suprimir las barreras para el ingreso de capitales foráneos nunca han precisado que, al mismo tiempo, se requiere celo para precisar el origen de esas platas, para prevenir el lavado de dinero.



El tema de la droga, que tanta cobertura en los medios puede deparar, siempre tiene zonas de silencio. O aspectos sospechosos. Un solo ejemplo: ¿por qué será que siendo Estados Unidos el gran mercado del consumo de droga nunca haya allí carteles o capos mafiosos? ¿Cómo es posible que los carteles siempre sean colombianos y mexicanos y no exista uno solo que haya sido identificado y distribuya la mercadería en norteamérica? Claro, en Estados Unidos son arrestados a diario decenas de pequeños traficantes, pero nunca, que recuerde, se ha desbaratado una gran organización criminal. Igual que acá.



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