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La crucifixión del profesor


Hernán Vera Lamperein, ex rector de mi colegio, el Liceo Experimental Darío Salas, ganó este año el Premio Nacional de Educación. Tuvimos también como maestros a otros profes que después serían Premios Nacionales: Marino Pizarro, de Educación, y Nibaldo Bahamondes, de Ciencias. Ä„ Ese era el nivel de la Educación Pública y gratuita de hace 30 años!



Nunca he dejado de pertenecer a mi Liceo. Es parte de lo mejor de mi vida. Los ex alumnos nos juntamos con los ex profes no sólo para el aniversario, sino todos los meses. El mismo Hernán Vera era asiduo de esas reuniones, hasta que se fue a vivir a Coquimbo. En esa comunidad siguen viviendo los que han muerto, como Armando Cassígoli y Manuel Miranda, ambos escritores y docentes inolvidables.



Crecimos sin gendarmes



Creo que para muchos «darianos», el Liceo fue una gran experiencia de vida. Por algo nos seguimos juntando. No sólo aprendimos las materias curriculares, sino las bases de una convivencia democrática y solidaria. No teníamos inspectores. No crecimos con gendarmes y por eso desarrollamos un fuerte sentido de la responsabilidad individual.



Aprendimos también a pensar críticamente. Recuerdo que Jorge Arancibia ( es un gran educador, no confundirlo con el almirante homónimo) más que ciencias naturales nos enseñó resolver problemas aplicando el método científico, a formular hipótesis, a contrastarlas con los datos empíricos y a plantear posibles soluciones.



No dejo de agradecer la educación de lujo que recibí gratuitamente, tan buena sino mucho mejor que la más cara enseñanza particular que podía comprarse entonces. Por eso cuando veo que ahora los liceanos amarran a sus profesores, los vejan, los escupen, me pregunto ¿Cómo llegamos a esto? Es más o menos la misma interrogante que aparece en la novela Conversación en la Catedral, de Mario Vargas Llosa: ¿Cuándo se jodió el Perú? ¿Cómo, cuando y por qué se ha venido deteriorando no sólo la calidad de la enseñanza sino la calidad de la convivencia en los colegios públicos?



Al principio pensé que esta agresividad escolar era sólo una manifestación más de nuestra tendencia a la imitación simiesca de los malos hábitos yanquis, la misma que nos lleva a rumiar forraje en los cines o a celebrar el Halloween.



Pero me parece que aquí hay cuestiones más de fondo. La rabia contra los profes podría ser la misma de las barras bravas y de las pandillas, que además de pelear unas con otras, arremeten contra todo lo que huela a disciplina y autoridad.



Tal vez haya rabia también contra la Educación, que ya no tiene la eficacia de antes como vehículo de movilidad social. Los colegiales que flagelan a sus profes tienen pocas posibilidades de ingresar a la enseñanza superior y seguir estudios universitarios, que son caros y que – Banco Mundial dixit- son de beneficio personal, por lo tanto deben pagarlos los usuarios.



Ésta es sólo una explicación parcial. Brotes de violencia e indisciplina también hay en colegios caros, sobre todo en algunos que se especializan en recibir a los expulsados de otras partes, y donde un certificado de mala conducta y otro de expulsión son casi requisitos de ingreso.



Es casi seguro que, a diferencia de los que nos ocurrió a nosotros, éstos muchachos flagelantes no perciben la educación como un beneficio, sino como una imposición inútil y para peor aburrida, comparada con la cultura mediática. Entre ponerse los audífonos y escuchar rock y oír una clase, no tienen dónde perderse.



Valores inútiles, antivalores prácticos



Una de las ventajas que tuvimos quienes estudiamos en los liceos fiscales en los años 60 y 70, fue la coherencia entre los valores que impartía la educación y los de la sociedad. En efecto, se nos inculcaban valores como la honestidad, la tolerancia, la autodisciplina, la libertad de pensamiento, el respeto por las opiniones del otro, la solidaridad, que entonces sí tenían aplicación en la vida social, pero que ahora o son pura retórica o están contraindicados, no sólo para triunfar en la vida sino para sobrevivir en ciertas poblaciones. ( Hablo de triunfo en el sentido en que se lo entiende hoy: ganar plata).



Un colegial de Puente Alto o La Pintana ha de sentir muchas veces que él ha hecho ya su propio aprendizaje, y que nada de lo que le enseña el profesor tiene utilidad. Que la educación que le dan es una especie de simulacro, un aburrido y prolongado juego al que los adultos lo obligan a jugar. Por eso tienen estos arrebatos en los que crucifican al profesor, que es inocente y que también es víctima del mismo juego.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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