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Alianza por Chile: no todo es vida y dulzura


Como me decía un sorprendido analista norteamericano, en el Chile actual la oposición se comporta como gobierno y el gobierno como oposición. Tenemos un oficialismo a la defensiva que toma decisiones como pisando huevos y que cuando golpea la mesa y se arranca con un paso delante se ve no pocas veces obligado a dar dos pasos atrás.



La oposición, mientras tanto, acumula puntos: su estrategia de desgaste respecto a Lagos y su gobierno está resultando muy eficaz. Ese castigo persistente y orquestado, esa sinfonía de trabas y estorbos en que participan también, cada uno en su turno, los distintos poderes fácticos, tiene al Ejecutivo sin encontrar su lugar, sin poder desplegar un plan coherente y largoplacista de acción.



Pero no todo es vida y dulzura para la Alianza por Chile. El síndrome autodestructivo de la derecha chilena le sigue persiguiendo. Es verdad que la dupla Longueira-Lavín constituye un arma política temible, en que uno pone la mejilla y otro el combo. También es verdad que una RN debilitada ha aceptado, aunque a regañadientes, el liderazgo de Joaquín Lavín y de la UDI. Pero la obsesión de los gremialistas por la hegemonía, su tentación de dejar reducidos a sus compañeros de alianza a una sigla sin alma, sus deseos manifiestos de ganar por goleada la partida interna auguran muchos conflictos.



Los enfrentamientos de las últimas semanas y los que se producirán fatalmente los próximos meses, son la repetición de situaciones cíclicas de otros períodos preelectorales. La UDI tiene ya anunciada la receta para restañar heridas y para mirar con seguridad hacia el 2005: el partido popular.



No se ha hablado últimamente de la operación para constituir esta formación como amigable paraguas unitario de los partidos de la Alianza por Chile y como tarjeta para su presentación internacional.



Esta idea de jugar a la nueva falange del siglo XXI que Pablo Longueira ya expresó en el año 99, irritó entonces a los próceres de la DC, pero ha demostrado bastante acierto. La UDI se ha revestido del actual espíritu de la Iglesia Católica, cuya dirigencia pretende reinstalarse en la política y en el mundo a través de grupos compactos y dogmáticos, con obediencias claras y eficaces.



La UDI y la parte udinizada de RN están penetradas por el carácter y la acción de grupos neoconservadores muy organizados como el Opus Dei y los Legionarios de Cristo, que les nutren ideológicamente y además cubren en buena medida la educación de las élites emergentes.



En este contexto, el partido popular sería la expresión política militante de un conservadurismo remozado, tecnologizado y pragmático, que se adorna de un aire centrista e inclusivo para ampliar su atractivo social. El disco duro de su catecismo consiste en la consagración de un modelo que hace natural la concentración del poder económico y mediático, que busca además el predominio político y moral.



Como me decía un dirigente concertacionista, se está reflotando una nueva oligarquía. Se vuelve al viejo orden de los clanes, de las familias: a su versión actual de personajes que participan en docenas de directorios de importantes empresas, a los medios de comunicación tutorizados e instrumentales para los cuasimonopolios económicos, a los intelectuales dulcemente cooptados por los requiebros de los poderosos, a un grupo de antiguos izquierdistas que caen siempre de pie y que intentan ahora hacer pagar a toda la sociedad sus antiguos errores y su inagotable oportunismo.



El orden natural nace de nuevo, más doctrinario que hace un siglo, mucho más vigoroso. Pero seguramente no le será tan fácil mantenerse en su avance hasta ahora tan avasallador. No les va a gustar a muchos núcleos de la Alianza por Chile asumir que la sonrisa del Dr. Jekyll se convierta en la mueca de Mr. Hyde. Y además la Concertación, después de estos dos angustiosos años, está forzada a entrar en un momento propositivo, que consiste en hacer política, es decir, en construir país con todos y para todos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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