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Reflexiones sobre los «onces de septiembre»


Al mirar el ataque terrorista a los Estados Unidos de este 11 de septiembre, uno no podía dejar de evocar imágenes semejantes de hace veintiocho años, en horarios apenas distintos, cuando, apoyados por los mismos Estados Unidos y usando los aviones comprados por Chile a ese país, un grupo de terroristas disfrazados -aquella vez de generales y militares- bombardeaba y asaltaba La Moneda.



Todo es horrorosamente parecido, aunque los símbolos elegidos para el ataque por los terroristas de esta vez sean más ligados al mundo financiero y militar del país víctima, y el que eligieron los terroristas militares chilenos estuvo relacionado vida republicana y democrática del Chile víctima. Y otra diferencia: los generales de aquel 11 de septiembre de 1973, fueron más cobardes en cuanto a arriesgar sus vidas.



Y entonces ¿será correcto esta vez aludir al contexto para explicar y justificar o decir que es mejor dar vuelta la página y mirar al futuro, como se nos ha dicho por quienes participaron o fueron cómplices del terrorismo perpetrado contra La Moneda en 1973? Lo primero es condenar sin miramientos, condiciones, contextos, vueltas de página. Ya lo han dicho los mismos norteamericanos, repitiendo lo de Pearl Harbor: esto jamás deberá ser olvidado. Es más, el futuro se construirá desde y a partir de este hecho. ¿Por qué a nosotros se nos dice que si recordamos y condenamos y exigimos justicia, dividimos al país? ¿Por qué nosotros no podemos recordar e insistir que el ataque terrorista a La Moneda es constitutivo de nuestro futuro y que mientras no se le repare con actos de justicia, el país será indigno de su nombre, de su historia y de su gente?



Y sólo una vez hecho el acto de condena y de reparación, que por supuesto, en el caso del terrorismo de este 11 de septiembre tiene contenidos distintos, cabe preguntarse como tan adecuadamente lo ha hecho el Papa, por las causas de estas cosas tan bárbaras y anti-humanas. Y nadie mejor que nosotros chilenos, víctimas del terrorismo de nuestros militares, para preguntarnos por el contexto de este atentado terrorista en Nueva York y Washington (donde ya los militares chilenos habían perpetrado otro contra Orlando Letelier y su secretaria), por cuanto el terrorismo que nosotros sufrimos en septiembre de 1973, tuvo como uno de sus instigadores al gobierno de los Estados Unidos y a sus organismos de inteligencia y seguridad.



Ya se ha dicho: estas cosas ocurren en un mundo desquiciado en que los desquiciados encuentran pretextos para sus odios y fanatismos. Y Estados Unidos ha sido parte importante en la constitución de este mundo desquiciado, actuando muchas veces en nombre de principios sagrados para satisfacer sus propios intereses destruyendo y avasallando a los otros. País formado por una enorme diversidad interna, no es capaz de entender la diversidad de los otros. País que conquistó su independencia contra una colonia y que hace de la libertad de sus ciudadanos un principio esencial, no acepta fácilmente la independencia de los otros y el modo como ellos conciben su libertad. Y enredado en guerras e intervenciones arbitrarias e indebidas, en la defensa de un orden económico, en la visión de una seguridad mundial que es la proyección de su propia seguridad, usando frecuentemente la ley del más fuerte, se ha ido generando enemigos que pueden ser ciegos y fanáticos.



Nada de lo anterior niega el enorme valor de la nación norteamericana y la esperanza que el poder alcanzado sea usado para bien de toda la humanidad. Nada de ello justifica, ni siquiera explica, el acto terrorista de que fue víctima y frente al cual todos solidarizamos con ese país y nos dolemos con las víctimas. No recurrimos al contexto para atenuar la gravedad de los crímenes. Corresponderá a esa nación hacer el duelo y reconsiderar su historia y sus relaciones con el resto del mundo. Ojalá que la opción del «orgullo herido» y de la venganza, a la que Estados Unidos ha acudido con frecuencia, ceda paso a la respuesta firme y justa que, sin dejar de castigar lo que debe ser castigado, sea también un paso para redefinir su posición en el mundo con las otras naciones y continentes que aspiran a la paz, la justicia y la libertad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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