Publicidad

La tele de Osama

El refrán dice que «si no puedes vencerlos, únete a ellos». Abandonando su característica arrogancia global, CNN tuvo que rendirse a la evidencia y el sábado pasado, sólo 24 horas antes del primer ataque de EE.UU., cerró un acuerdo de exclusividad con Al-Jazeera para poder contar con sus imágenes durante las primeras seis horas de emisión.


La llaman «la CNN de Osama bin Laden» y trae de cabeza a los expertos norteamericanos. Del mismo modo que la Guerra del Golfo supuso la consagración de la CNN -la primera televisión global-, la «nueva guerra» que EE.UU. ha comenzado en Afganistán amenaza con lanzar a una nueva estrella al firmamento televisivo: la cadena Al-Jazeera, de Qatar.



Al-Jazeera es la única estación de televisión a la que se le ha permitido mantener un periodista en Kabul y transmitir imágenes, una exclusiva que ya tuvo CNN en la Guerra del Golfo con el veterano Peter Arnett, con una importante diferencia: en Bagdad permaneció al menos otro periodista occidental, aunque de prensa escrita: Alfonso Rojo, del diario El Mundo de Madrid. Sus crónicas nos permitían contar con un contrapunto europeo a la visión de los efectos especiales de CNN.



Tras la salida de la periodista británica Ivonne Ridley, quien fue detenida y acusada de espionaje por los talibán, en Kabul no queda nadie más que el hombre de Al-Jazeera.



Durante el primer ataque registrado el domingo, Al-Jazeera monopolizó las imágenes ensombreciendo la cobertura de la propia CNN. Tenía, además, una exclusiva mundial: el video grabado por Osama Bin Laden para cuando estallara la guerra. Este materia, según el relato del colaborador de Al-Jazeera en Kabul, fue entregada después del primer ataque por un mensajero que le arrojó la cinta y salió huyendo.



La predilección de Osama Bin Laden y los talibán por Al-Jazeera no es nueva. La televisión de Qatar fue la única que tuvo imágenes de la destrucción de los budas de Bamiyán, y también recibió el primer fax del saudita tras los atentados del 11 de septiembre.



Al-Jazeera es un asombroso experimento televisivo que nació en 1996 de la mano de Hamad Bin Califa, emir de Qatar. En muy poco tiempo obtuvo una gran credibilidad y se convirtió en la estación más vista de Oriente Medio, con 40 millones de espectadores.



En el entorno autoritario de las monarquías retrógradas del Golfo Pérsico, Al-Jazeera emergió como una isla de libertad. La mayoría de las televisiones árabes están absolutamente controladas por el poder político, y su programación se limita a shows y chismes sobre la vida de los cantantes y estrellas locales.



Cuando Al-Jazeera comenzó a mostrar crudamente el drama de los palestinos y a acoger puntos de vista disidentes, algunos francamente revolucionarios, la población de televidentes se volcó en su favor gracias a programas de periodismo puro y duro como Extremadamente Secreto, de Yosry Fuda, o Más allá de las limitaciones, de Ahmad Mansour.
No es ningún secreto que Colin Powell, el secretario de Estado norteamericano, le pidió al emir de Qatar en una entrevista reciente que Al-Jazeera moderara sus puntos de vista antinorteamericanos. El emir lo escuchó con atención -«como escuchamos a todos nuestros amigos», dijo-, pero insistió en que su país está decidido a garantizar la existencia de medios de comunicación «libres y con credibilidad».



Los deseos del emir parecen una extravagancia en una región donde reyes y emires (muchos de ellos descendientes de las viejas familias de piratas del Golfo enriquecidas por el petróleo) se aferran al autoritarismo más duro, sin ninguna concesión democrática. Algunos de los emiratos vecinos de Qatar han llegado a provocar «apagones» en todo el país para evitar que su población pudiera presenciar algún programa de Al-Jazeera que les resultaba especialmente molesto.



El refrán dice que «si no puedes vencerlos, únete a ellos». Abandonando su característica arrogancia global, CNN tuvo que rendirse a la evidencia y el sábado pasado, sólo 24 horas antes del primer ataque de EE.UU., cerró un acuerdo de exclusividad con Al-Jazeera para poder contar con sus imágenes durante las primeras seis horas de emisión. Así se lo comunicó el director ejecutivo de la estación árabe, Mohamed Jasim Al-Ali a las principales cadenas norteamericanas mediante un fax que recibieron el mismo sábado.
La decisión se vio precipitada por un error de bulto de CNN: hasta el 30 de septiembre contaba con la ayuda de un colaborador, Steve Harrigan, en Afganistán. Pero Harrigan, quien cubrió la caída de Gorbachov y la guerra de Chechenia para la CNN, seguía siendo un colaborador mal pagado cuyas continuas quejas no eran atendidas por los directivos de la televisión de Atlanta. La cadena Fox se enteró de la situación y le hizo una oferta mejor a Harrigan, quien dejó a la CNN huérfana de información de primera mano.



Todo indica que Al-Jazeera dará el palo al gato en esta guerra. Su privilegiada relación con los talibán sólo es comparable a la que Peter Arnett mantuvo con Sadam Husein. CNN nunca reconoció que con Husein se habían manipulado mutuamente. Al-Jazeera tampoco lo hace, pero no lo disimula. Y ha condenado así a la cadena de Ted Turner a un papel al que no está acostumbrado: repetir como loro un material informativo controlado por otras manos.



(*) John Miller es periodista chileno, director de El Mundo Radio (España)

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias