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La estrategia es «competir a todo evento»


La inminencia de una guerra prolongada y sus consecuencias económicas y comerciales obligan a insistir en la región, que crecerá tres veces menos de lo previsto, sobre las claves que nos permitirían insertarnos mejor y de manera más competitiva en el mundo moderno y, por lo tanto, achicar el umbral de vulnerabilidad que hoy exhibimos frente a estas y otras convulsiones globales.



La apertura de la economía mundial, aún con menor crecimiento y a pesar de la guerra, no se detendrá.



El acuerdo de Marraquech y la caída del muro de Berlín -es decir, mercado y democracia- han generado ya positivas sinergias para un sustantivo crecimiento de los mercados. Si a esto agregamos la posibilidad que brinda Internet, no cabe duda que asistiremos cada vez más a una amplia gama de oportunidades para el comercio internacional. Nuestra región, de hecho, se ha visto beneficiada en los últimos veinte años, incrementando su participación en el total mundial, multiplicando por cuatro su comercio regional y por diez las inversiones recibidas.



Pero las bases de este dinamismo no soportan las crisis, sino sólo valen para tiempos de normalidad. Para el cabal aprovechamiento de la apertura, y navegar en tiempos tormentosos, tenemos debilidades cualitativas y estructurales, con un sector exportador fuertemente concentrado en pocos productos, pocas empresas y pocos mercados, un escaso desarrollo digital y de la infraestructura.



Esta situación constituye una de las mayores vulnerabilidades de nuestras economías, incluso más que el proteccionismo, las crisis financieras o las guerras.



Como estos últimos son datos de la causa, que tomará mucho tiempo erradicar, no cabe duda que si los escenarios mundiales seguirán siendo esencialmente críticos, lo que corresponde a una correcta estrategia para América Latina es lo que llamaríamos «competitividad a todo evento».



Ello requiere un sostenido esfuerzo de diversificación que permita ampliar la oferta exportable mediante la incorporación de los productos no tradicionales, con mayor valor agregado, introducir nuevas PYMES a la base exportadora y especialmente aumentar el número de mercados.



En cuanto a nuevos productos y nuevas empresas, la clave son las políticas combinadas de desarrollo productivo con la debida inteligencia de mercados que permita definir el qué y para quién producir.



Y en cuanto a mercados, nuestros países deberían penetrar aquellos con una demanda más dinámica y diversificada, que no necesariamente son los más grandes ni los más cercanos. Sin desatender lo que es la permanencia y la consolidación en los mercados conocidos y de alta demanda -en los que también cabría buscar nichos, como, por ejemplo, el mundo hispano de los Estados Unidos- hay que apostar paralelamente por los nuevos.



Pero los mercados emergentes todavía resultan muy lejanos para los exportadores latinoamericanos, no por distancia geográfica, sino por desconocimiento. La Europa del Este, el Magreb, las repúblicas del Mar Negro, Africa subsahariana, Centroamérica y los nuevos mercados del Asia, todos ellos concentran grandes poblaciones y ofrecen importantes oportunidades para artículos manufacturados y no tradicionales que nuestros productores estarían en condiciones de satisfacer en calidad y precio competitivos.



Existe un conjunto de países -como Centroamérica o la Europa del Este- que están recibiendo significativos recursos internacionales para procesos de reconversión o de reconstrucción que necesitan de todo. Algunos países de la Europa del Este crecen por sobre la media europea, mientras el Magreb tiene acuerdos con la Unión Europea que implican enormes transferencias financieras que inciden en potenciar su demanda.



Pero, ¿cuántas empresas tienen recursos humanos orientados a detectar esos mercados? ¿Cuánto invertimos en I+D para modificar, adaptar o crear nuevos productos de exportación? ¿Cuántos recursos se destinan a desarrollar canales de distribución, introducción de marca, esfuerzo de posicionamiento?



Las pymes dirán que no tienen espaldas para ello. Entonces que hagan consorcios exportadores y aprovechen la herramienta de Internet.



Demasiados empresarios esperan que la oportunidad llegue sola. Otros no perseveran. Las acciones deben responder a una definición estratégica de mediano plazo, basadas en una alianza entre el sector público y el privado, ya que cada uno tiene su rol y ambos se complementan.



En un programa de posicionamiento, si en tres o cuatro años las exportaciones no se concretan o no crecen, eso no significa que haya que abandonar. Más que los volúmenes iniciales, primero interesa ver el dinamismo, la tendencia, mirar más allá de la coyuntura.



Existe potencial fuera de la región en un mercado de a lo menos 1.600 millones de personas y por eso no es justificable que tengamos una estructura exportadora tan concentrada y reducida. Los ejemplos de Corea, Taiwán, Filipinas en su penetración del mercado europeo en los ochenta y noventa es una demostración palpable de que las barreras pueden ser vencidas.



Es cuestión de competitividad. Ello significa tiempo, recursos humanos y financieros, que son escasos, pero cuya rentabilidad es innegable, ya que permiten proyectar y sostener una adecuada performance exportadora. Y significa tomar de manera consistente la senda de la integración regional para ganar fuerza. Es, ante todo, una opción política, o sea, de buen gobierno y de decisiones privadas con perspectiva común.



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* Héctor Casanueva es embajador de Chile ante la Aladi.



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