Publicidad

Esos olvidados pájaros migratorios de las Torres Gemelas

Hablé con una mujer de Colombia quien me decía que 300 colombianos trabajaban allí limpiando regularmente los edificios. Trabajadores de limpieza. Todos desaparecidos. Uno de ellos, luego del impacto de los aviones, se encerró en una oficina semiperforada a llamar por teléfono a su hermano y contarle donde estaba. Fue la última llamada antes que con él se desmoronara la primera torre.


Univisión, la cadena hispana en Estados Unidos, era la única que el martes 11 de septiembre mostró en sus trasmisiones, y por mucho tiempo, gente que se lanzaba al vacío para no morir entre las llamas. Aquellas escenas impactantes las filmó un camarógrafo luego de estrellarse los dos aviones en cada una de las Torres Gemelas.



El camarógrafo era un peruano que acompañaba a la periodista, igualmente peruana, comentarista de «Univisión» en Nueva York, María Teresa Vilches. El fue uno de los primeros (quizás primero que los reporteros de CNN que luego dominaron globalmente la información y la transmisión) que tomó muy de cerca esas imágenes. Escenas que ningún canal norteamericano pasó desde el 11 de septiembre, aplicando así una estricta censura para no mostrar escenas desagradables, según la justificación implacable que ha dado CNN.



Aquellos reporteros ya se encontraban muy temprano -cerca de las ocho de la mañana- en el bajo Manhattan, cerca de las Torres Gemelas, para cubrir las elecciones que se realizarían ese día en la ciudad. Era poco antes de las nueve cuando impacta el primer jet en una de las torres. Los periodistas de Univisión estaban de espaldas, a metros de las torres, por eso fueron -y por pura casualidad periodística- los primeros allí y el primer camarógrafo que comenzó a filmar en vivo y a reportear de inmediato para la cadena hispana.



Eran las primeras imágenes mundiales de esas escenas que cuesta procesar mentalmente. No era un camarógrafo de Steven Spielberg ni de Stanley Kubrick, ni estaba filmando efectos especiales creados en una sala simulada de Hollywood, ni manipulaba una computadora para hacer real y creíble a todos los espectadores del planeta la caída de cuerpos desde las Torres Gemelas.



El camarógrafo peruano dijo en Univisión, en una entrevista la noche del 11 de septiembre, que él lloraba mientras filmaba las escenas de gente lanzándose al vacío. También dijo que cientos hacían señas desesperadas desde los agujeros en llamas de las torres, a la altura quizás del piso 80, 90 ó 100. «Capté cerca de 12 personas que se lanzaban desesperadas en un vuelo al vacío y a la muerte», relató.



Cuando vi esa filmación que puso Univisión en la noche, se veían caer los cuerpos como si fuesen pequeños pajaritos a los que se les habían rotos las alas. Se veía el aletear de sus camisas. Algunos iban como agarrados al aire, de espaldas y sin moverse. Otros, boca abajo, descendían casi en cámara lenta y sus ropas iban haciendo señas a la nada. Eran objetos minúsculos, diminutos en relación a las gigantescas torres que ardían a minutos de derrumbarse como chupadas por una mano gigante y negra que había debajo de sus cimientos, o agazapada debajo del mar, escondida en aquellas aguas oceánicas que rodean la parte sur de la isla de Manhattan.



Hablé con una mujer de Colombia quien me decía que 300 colombianos trabajaban allí limpiando regularmente los edificios. Trabajadores de limpieza. Todos desaparecidos. Uno de ellos, luego del impacto de los aviones, se encerró en una oficina semiperforada a llamar por teléfono a su hermano y contarle donde estaba. Fue la última llamada antes que con él se desmoronara la primera torre.



Pero lo que no se ha comentado en CNN, cadena que domina toda la imagen e información de lo sucedido a nivel global, es sobre los miles y miles de trabajadores de la limpieza y de servicios diversos que trabajaban allí De esos cientos, muchos (la mayoría) eran trabajadores ilegales de distintos países de América Latina (y de otros lugares del mundo, sin duda) que no podrán ser nunca identificados. Y no lo serán porque muchos usaban documentos falsificados para trabajar, o porque tampoco están registrados en las listas de sus empleadores como trabajadores legales.



Como se sabe, las cifras de ilegales en Estados Unidos que se manejan son de 11 millones de personas. En grandes ciudades como Nueva York la cantidad es muy grande. Basta ir a la cocina de un restaurante en Manhattan, por ejemplo, o ver quiénes hacen la limpieza en los edificios para darse cuenta que la mayoría son de origen hispano y una cantidad apreciable son indocumentados.



La identificación de ellos será imposible de determinar porque miles de indocumentados que trabajan en Nueva York, por ejemplo, han venido solos o solas a este país, cruzando la frontera entre México y Estados Unidos. A nadie tienen (ni tenían) en este país que los puedan reclamar o identificar. ¿Cómo algún familiar en México, América Central, Chile, Perú, Colombia o la India podrá saber en qué lugar de Estados Unidos estaba su hermano, hijo o pariente? ¿Moriría realmente en esas torres? ¿Era mi hijo quién se lanzaba al vacío para no morir quemado? Y si él/ella mandaba dinero de algún lugar de Estados Unidos ¿cómo saber de qué dirección verdadera o falsa lo enviaba? Si no tenía a nadie conocido en Manhattan , ¿quién podrá dar fe, Dios mío, que él o ella trabajaba en el turno de la noche de aquellas majestuosas torres limpiando escaleras, oficinas, hasta las nueve de la mañana?



Si uno mira detenidamente a quienes se lanzaron desesperados entrando con pánico a la muerte, era esa gente que estuvo quizás ocho horas en el turno de noche limpiando esos dos edificios. Era gente que aún llevaba su ropas de trabajo. No eran oficinistas. Estoy seguro que la mayoría eran personas de la limpieza. Eran pájaros sonámbulos que una vez cruzaron arrastrándose por la frontera que divide Estados Unidos y México. Pero ahora se iban a las profundidades de la muerte, volando sin alas, sin poder regresar al lugar de donde vinieron. Porque ellos jamás pudieron ser aves migratorias en este país, sino golondrinas de un solo viaje.





* Javier Campos es escritor y profesor en Fairfield University de Connecticut, EEUU. Es columnista en www.casachile.cl y www.surinfonetwork.com.



_______________



Volver a la columna de Darío Oses

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias