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Norteamérica es nuestra

Tarde o temprano la población hispana será mayoría en Estados Unidos. Como dijo Neruda citando a Rimbaud, «al amanecer, armados de una ardiente paciencia, entraremos en las espléndidas ciudades». Los hispanohablantes ya reconquistaron la península de Florida. Tal vez ése sea el efecto más importante y perdurable de la Revolución cubana.


Frente a los rescoldos del atentado a las Torres Gemelas se han venido escuchado lamentos por nuestra incapacidad de considerar a Estados Unidos como víctima, y por la resistencia de los latinoamericanos y europeos a abdicar en las presentes circunstancias ciertos hábitos mentales antiyanquis bastante arraigados.



Es difícil, desde luego, compadecerse del país que consideró a América Latina su patio trasero, que aplicó la política del gran garrote, que a través de la Enmienda Platt anuló la soberanía de Cuba, que había sostenido una lucha larga y cruenta por independizarse de España; del país que ha intervenido en la región para colocar tiranos como Trujillo o Somoza, y que a mediados del siglo XIX se apoderó por la fuerza de buena parte del territorio mexicano.



Tampoco es fácil simpatizar con un país que considera que las agresiones que se le infligen son ataques contra la civilización y contra la humanidad, y que la violencia contra otros pueblos son problemas locales. Deberíamos concordar en que tanto este atentando como otros actos de violencia, como las reiteradas masacres que han sufrido los pueblos palestino, africanos y asiáticos y los atentados antisemitas, tienen ese mismo status.



Cada vez que se comete un asesinato individual o colectivo las campanas debieran doblar por toda la humanidad. La historia del siglo XX es una indecorosa crónica de genocidios, pero que yo recuerde ésta la primera vez que en Chile se declara duelo nacional por las víctimas de un acto terrorista.



Aún así, creo que ha llegado la hora de renunciar al antinorteamericanismo.



Confieso que había adquirido el pernicioso hábito de despreciar a Estados Unidos por las manifestaciones más invasivas de su cultura: Coca Cola, McDonalds y otros. De ese reduccionismo imperdonable me sacó un correo que recibí del profesor Javier Campos, quien trabaja en una universidad de Connecticut. Me señaló que hay no sólo otra sino otras norteaméricas, cosa que yo ya sabía, pero me resistía a reconocer. De hecho admiro la narrativa de los Estados Unidos desde Melville para adelante, y el jazz, el cine y la música popular de los años ’30 a los ’60.



Como chileno que vive en una sociedad en la que subsisten muchas represiones de la Contrarreforma, no puedo dejar de apreciar el respeto por las libertades individuales y por la tolerancia a la diversidad de los Estados Unidos, todo lo cual es propicio para el desarrollo de la creatividad en el arte y en la ciencia, y para plasmar una sociedad moderna coherente. Me asustan, claro, los periódicos rebrotes de macartysmo de ese país y su mesianismo imperial.



Pero el argumento principal por el que debiéramos abdicar del antiyanquismo es que Norteamérica en alguna medida es nuestra, o está en vías de serlo, porque es una sociedad multirracial con tendencia a la mayoría hispana. Y en las notas de la televisión hemos visto a hispanos, asiáticos y afroamericanos indagando por sus parientes desaparecidos.



El mismo Javier Campos me remitió una columna de su autoría, bastante conmovedora, que se titula Esos olvidados pájaros migratorios de las Torres Gemelas. En ella hace notar que en ese atentado murió una cantidad indeterminada, pero presumiblemente alta, de trabajadores latinoamericanos indocumentados que por su misma situación de ilegalidad nunca podrán ser identificados.



Muchos de ellos llegaron solos, y no tenían domicilio conocido, ni nadie que los reclame. Era gente que trabajaba principalmente en tareas de limpieza, que se realizaban por la noche, y que venía terminando sus turnos cuando ocurrió el ataque. De hecho, señala Campos, se vió que muchos de los que se lanzaron al vacío eran personas con ropa de trabajo, no con terno de oficinista.



El ataque contra los Torres hirió también a América Latina, y será parte de los muchos dolores y traumas de este continente.



Tarde o temprano la población hispana será mayoría en Estados Unidos. Como dijo Neruda citando a Rimbaud, «al amanecer, armados de una ardiente paciencia, entraremos en las espléndidas ciudades». Los hispanohablantes ya reconquistaron la península de Florida. Tal vez ése sea el efecto más importante y perdurable de la Revolución cubana.



Miami es nuestro, Los Ángeles está en vías de serlo, y así, poco a poco seguiremos entrando en las espléndidas ciudades sin derribar ni una torre, sin matar a nadie, armados sólo con nuestra ardiente paciencia histórica.



Y esto de ser copados demográficamente por los hispanos es lo mejor que puede pasarles a los anglosajones del norte. En un excelente artículo sobre el dominio español en las Indias, el doctor Ricardo Krebs hacía notar lo improbable que fue que dos reinos relativamente pobres y poco poblados, como España y Portugal, colonizaran América.



Había imperios con mucha más riqueza y población para hacerlo. Así por ejemplo, si el sultán turco, en lugar de extender sus dominios por el Mediterráneo y los Balcanes, lo hubiera hecho por el Océano Índico, podría haber llegado a América. Entonces quizá los Estados Unidos tendrían a los talibán instalados en su frontera sur y filtrándose masivamente en su territorio. En lugar de eso, la historia les deparó la bendición de ser invadidos pacífica y genitalmente por los hispanos. Deberían celebrarlo cada 12 de octubre.



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