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Un estilo comunicativo que no cuaja


Otra vez, y va la enésima, el gobierno se satura de ruidos y tiene que salir a salvar la cara in extremis en una circunstancia odiosa. Hay una sensación de empantanamiento, de deja vu. Sin duda, mes a mes, el país va avanzando en salud, en obras públicas, en educación, en viviendaa. Mas el espectáculo general que el oficialismo da, es muchas veces reactivo, confuso e incluso torpemente malhumorado.



Por ejemplo, todo el proceso de sustitución del general Ugarte por el general Cienfuegos en la dirección de Carabineros refleja improvisación y malas formas. Todavía no se ha logrado que los cambios de mando en las Fuerzas Armadas y de seguridad sean sólo una noticia de seis líneas, perdida en una página par de un diario y, desde luego, sin ningún interés para la televisión.



Estas rutinas de Estado no se tienen que emplear para demostrar nada ante el público. Ni la presidencia de la nación, ni el gobierno, ni la institucionalidad tienen algo que ganar, y sí mucho que perder en estos pugilatos. El episodio lamentable del desalojo de la sede del Partido Comunista no hace más que subrayar los indeseables resultados de los desencuentros en la cúpula.



Entre la hojarasca de desconfianzas, vanidades y vendettas que estos conflictos pueden sacar al aire, existe, en este caso, un tema doctrinario de esencial importancia política: la dependencia de Carabineros. Ya se sabe cómo este asunto es una de las asignaturas pendientes de la democracia.



Desde el mandato de Patricio Aylwin, el problema se ha mantenido vigente hasta ahora. Es claro que el carácter civil o militar de una policía influye en el estilo de sociedad y en el modo de construcción del ciudadano. Pero el cambio no se puede hacer sólo en nombre de principios abstractos, ni de decisiones por decreto.



Mientras Carabineros piense que la salida del ámbito castrense le reporta una pérdida de imagen, de autoridad, de status o de protección, naturalmente seguirán produciéndose distintos tipos de resistencias. Por eso, el cambio de dependencia y, en general, la puesta al día institucional precisa de una paciente pedagogía cívica. Hacer sentir la positividad del binomio policía-autoridad civil, avanzar en la relación horizontal policía-ciudadano supone un proceso de creación gradual de confianzas y de depuración de recientes historias autoritarias.



Así se podrán adquirir las maneras de una policía moderna sobre todo en lo que se refiere a trato igualitario hacia todos los ciudadanos y al mayor despliegue de procedimientos preventivos que faciliten un ámbito público de apertura y tolerancia.



Pero, ante el público, este asunto de la dependencia de Carabineros aparece como un conflicto más de la agenda concertacionista sin perspectivas de solución. En vez de trabajarlo comunicacionalmente como un proceso que desembocará inevitablemente en la lógica civil de una policía profesional, las posiciones aparecen trabadas.



Las iniciativas de gobierno, con frecuencia tomadas en situaciones de crisis, son consideradas como presiones oportunistas sobre Carabineros, las cuales activan los mecanismos gremiales más auodefensivos.



Pero éste es un caso más en la estrategia comunicacional del gobierno. Una valorización algo distante de estos veintiún primeros meses de Lagos muestra un rosario de desaciertos. Durante los primeros meses se le apretó al mandatario la agenda para extraerle todo el jugo a su carisma recién estrenado.



Lagos oficiaba de crack incansable que perseguía todos los balones, aquejado por una avidez intransigente de gol. No creo que fui el único en decir que, a ese ritmo, el Lagos del casco, del overol, de las botas de agua, del pizarrón, del terno y corbata, de las mangas de camisa, del avión y del helicóptero iba a experimentar una rápida fatiga de material y, sobre todo, iba a sufrir algo muy temido por los toreros: la saturación de pantalla.



No hay figura que resista la exposición intensiva en televisión: se descubren sus manías, reiteraciones, tics. Con Lagos no se siguió la prudente dosificación que deliberamente se aplicó a Patricio Aylwin. Un Aylwin descargando munición día a díaresultaba turbador para sus colaboradores. Con toda razón reservaron en ese momento el ícono presidencial para situaciones políticas de medio campo, sin permitir que el temperamental don Patricio se arriesgase a disputar balones en el área chica, como hubiese sido muchas veces su deseo.



Sin embargo, aunque después de los cien primeros días, Lagos remitió un poco en su estajanovismo presidencial, aún resulta muy abultado su protagonismo político y mediático. Es cierto que en el mayúsculo error de los Mc Donald’s y en el descrédito del caso de Alto Hospicio se le mantuvo algo protegido, pero en el último affaire gobierno-Ariztía, de nuevo ha aceptado un tÄ™te a tÄ™te en un asunto en que cualquier explicación sólo podría proyectarse como una demostración de debilidad.



Las elecciones parlamentarias no van a decidir muchas cosas, a no ser la consolidación de la derecha más flagrante y endurecida. Mas para Lagos, la fecha del 16 de diciembre es una hora cero para decidir nuevos rumbos no sólo de contenidos, sino de estilo. Si las comunicaciones funcionan como hasta ahora, harán buena la conocida sentencia tomada de otra disciplina: la comunicología sirve para resolver los problemas provocados por los comunicólogos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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