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Lucho querido*

Como dijo Quena Horvitz en tu entierro (donde había tanta gente, Lucho) dejaste la huella de tus libros, rescatando (como tú querías) la historiografía marxista. Pero también dejaste la huella de tu forma austera y modesta de vivir, la huella de tu erudición oculta tras la humildad.


Por ti voy a olvidarme de mis obligaciones con los lectores de El Mostrador.cl, dejando de lado los temas políticos y las polémicas sobre el país. Ya habrá tiempo de volver sobre ellas. Mañana se cumple un mes desde que dejaste la vida, y solo puedo hablar de ti. Pero al emprender esta tarea se me desarma todo la estructura racional que había venido preparando para rendirte el homenaje intelectual y político que mereces.



Me invaden los recuerdos de nuestra hermandad, de nuestra complicidad, la memoria de las peleas por nuestros desacuerdos políticos juveniles, donde yo era para ti un reformista, y de nuestros acuerdos profundos de los últimos años, intelectuales, políticos, humanos. Ä„Cómo añoro hoy tu paso casi diario por la casa de Erasmo Escala para tomarte un café, antes o después de tus clases en La Araucana!



Siempre admiré la fuerza que había detrás de tu fragilidad. Como le ocurrió a muchos, tu vida fue quebrada por el golpe militar. Ocurrió recién cuando comenzabas a hacer lo que verdaderamente te gustaba, la investigación y la enseñanza de la historia. Pero te recuperaste de la dura experiencia de tu quiebre psicológico en la RDA.



En realidad no fueron los fármacos los que te salvaron: fue el amor que te rodeó, el amor que tú sabías suscitar. El de Ana Hilda, que te acompañó en esos momentos limite de la experiencia humana; el de la familia Herrera, que te acogió como un hijo y te acompañó hasta el final. ¿Verdad, Lucho, que no podemos olvidar lo que hicieron por ti don Sergio, la señora Hilda? Tú eras creyente. Yo no lo soy, pero te concedo que debe haber un cielo para ellos.



Pasaste por duras experiencias síquicas, físicas, históricas. Nada te fue fácil, pero conseguiste arrancarle a la vida muchos años de felicidad. Con tu esfuerzo, con el amor tierno y potente de Gloria, con la ayuda de tu pasión por la historia, por la investigación, por la escritura, por la enseñanza, por la política. Con el sostén de tus lazos profundos con Vasco, con Luisa, y ahora último con Daniela. Con la retroalimentación constante de tus jóvenes amigos investigadores, a quienes querías tanto como admirabas. También con el amor de tus hermanos, de Aída. Y de tantos. De la gente del Salón Fundadores, que están juntando firmas para que lleve tu nombre ese lugar donde tan bien te sentías.



Como dijo Quena Horvitz en tu entierro (donde había tanta gente, Lucho) dejaste la huella de tus libros, rescatando (como tú querías) la historiografía marxista. Pero también dejaste la huella de tu forma austera y modesta de vivir, la huella de tu erudición oculta tras la humildad.



Para mí, Lucho, fuiste un hombre ejemplar. Supiste distinguir la paja del trigo, y fuiste fiel al socialismo que soñabas pese a tus experiencias personales. Creaste huecos para el estudio y la investigación a costa de un enorme sacrificio tuyo y de Gloria.



Cuando alguien muere tan repentinamente como tú, los vivos nos quedamos atiborrados de palabras y gestos que no hicimos a tiempo. Un abrazo apretado, Lucho querido, el que no te di cuando viniste a verme la última vez, pocos días antes que los pulmones te fallaran; el abrazo y el beso que no te di en la posta, hermano querido.





* Luis Moulian, destacado historiador nacido en 1945, fue colaborador de Hernán Ramírez Necochea en el Instituto Pedagógico y autor, entre otros trabajos, de los libros «Historiografía de la Independencia», «Eduardo Frei Montalva, estadista utópico» y «Conversaciones con Gabriel Salazar».



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