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Un autoflagelante en Ciudad de México

No contesté. El juego de roles había terminado para mí. Recordar el 5 de octubre me había vuelto a traer al corazón aquel maravilloso día en que descubrimos que los sueños comunitarios, y no sólo los personales, se podían hacer realidad, con esfuerzo y perseverancias compartidas. Si hubiésemos escuchado los cantos de la comodidad en los ’80, ahora estaríamos negociando cupos para el Congreso Termal que nos ofrecía la democracia protegida que presidiría Pinochet desde 1989.


Mi odisea continuaba. En la búsqueda de la felicidad debía superar mi maldita obsesión por encontrar todo lo malo de la redemocratización chilena. Debía superar el desorden mental de todo autoflagelante: el vivir insatisfecho. Lo cierto es que ya había comprendido que en el fondo todos debemos ser un poco autocomplacientes y autoflagelantes.



Somos autocomplacientes al darle gracias a la vida por todo lo que hemos recibido, particularmente los chilenos. Y autoflagelantes por todo lo que nos falta por recorrer para hacer de Chile una comunidad de hombres y mujeres libres y iguales.



Pero mi inclinación natural era el vivir quejándome. Y, como dicen en el campo chileno, muy abandonado por cierto, «las cosas se caen por el lado que se ladean». Y yo vivía cayéndome en la desesperación ante tanta tarea por hacer.



Se me había impuesto como terapia ir a México. Debía entrevistarme con una senadora del PAN, actual partido en el gobierno. Ella es la líder de los autoflagelantes de gobierno, y su nombre es Guadalupe Doctrinaria Cárdenas.



Me recibió en su bella oficina que quedaba cerca del zócalo, imponente lugar de encuentro entre la cultura hispánica y la azteca. En el Palacio de Gobierno aún se recuerda cuando los revolucionarios entraron a él, encabezados por Pancho Villa. Se sacaron una foto y se fueron, porque no les importaba el poder del Ejecutivo. Yo pensé que eso es el realismo mágico en toda su magnificencia. Llegar al Palacio de Gobierno y no ejercer el poder parece como mucho. Bueno, algo así pasaba en Chile. En los gobiernos radicales se decía que la izquierda ganaba las elecciones y la derecha los gobiernos. Por suerte eso ya no ocurre, dije complaciente.



Me recibió amable. Flaca y demacrada, se veía que lo estaba pasando mal. Su escritorio estaba lleno de cuadros de Guayasamín describiendo la edad de las lágrimas y del dolor latinoamericano. Ciertamente no levantaban el ánimo.



-Disculpe. Soy chileno y me han pedido que la entreviste para el diario El Mostrador.cl-, me presenté, ocultando mi verdadera misión: cumplir la terapia impuesta en Tironilandia que consistía en un juego de roles en el cual debía pensar como autoflagelante.



Me dicen que Ud. tiene una visión crítica del gobierno de su correligionario Fox-, continué.



-¿Crítica? Crítica y negativa. Debemos derrotar la pobreza, la cesantía, el autoritarismo y la ignorancia. Ahora y no mañana. El pueblo no puede esperar. Que florezcan las mil flores-, contestó ella.



Señora senadora: Fox ya ha entrado a la historia de su bella patria. Derrotó al PRI y recibió el poder en paz. Si lo entrega tras elecciones limpias, competitivas y libres habrá hecho un cambio histórico. ¿No le parece suficiente?



-Sí, pero la gente pide libertades. Y ellas no bastan. Usted sabe que los judíos dicen que no hay Torah si no hay harina. Para eso Fox prometió crecer al siete por ciento anual. Y este año el crecimiento será cercano a cero.



Sí, pero eso no es culpa del gobierno. Es la crisis mundial, agravaba por los luctuosos hechos del 11 de septiembre.



-¿Qué tiene que ver Pinochet con esto?- me preguntó extrañada.



Disculpe, me refiero a los atentados terroristas en Estados Unidos, no en Chile.



-Ahora le entiendo. Pero sabe: los gobiernos están para hacer cosas y no dar explicaciones. Mala suerte por la crisis económica. México puede más. Además, figúrese, la pobreza en nuestro país es del 36 por ciento y todavía no logramos reducirla. Y ya va casi un año de gobierno.



Creo que exagera, señora. Eso es imposible. A Corea del Sur le tomó 38 años pasar de los 800 dólares per cápita a los 5 mil.



-Sí, pero Alemania tras la reunificación tuvo en 1992 un 20 por ciento de pobreza. Vía impuestos y políticas redistributivas bajó a 2,7 ese porcentaje en un año.



Pero, señora senadora. eso va contra «el modelo».



-Ä„Ä„Ahhh!! Y dígame, ¿»El modelo» dice algo acerca de las desigualdades? Porque aquí los mexicanos se tomaron en serio esto de «el cambio» prometido por Fox. Entendieron que el cambio era tener igualdad de oportunidades. No saben distinguir entre democracia y democratización social. Grave, ¿no es cierto?



En Chile pasa algo parecido. En Chile el 66 por ciento prefiere crecer menos, pero que haya más igualdad. Figúrese, no han leído los últimos informes del Banco Mundial que dicen que sólo se derrota la pobreza con más crecimiento. Pura ignorancia. Pero, no se preocupe. Ya entenderán.



-Pero para eso hay que educar al pueblo. Sabe, para llegar al poder se dijo que «a la doctrina había que mandarla de vacaciones». Así lo dijeron en la corporación «Amigos de Fox» que ahora se llama «Amigos de Presidente». Y el PAN, para mantener su lucha de 50 años, se alimentó de la esperanza que solo los ideales dan.



Señora, usted es filósofa, pero no llega a ninguna parte. Lo importante son las realidades.



-Es que en el PAN creemos que los ideales cambian las realidades. ¿No fue eso lo que les permitió a ustedes llegar al 5 de octubre de 1988…? Señor, ¿dije algo malo?Â… ¿por qué llora?



No contesté. El juego de roles había terminado para mí. Recordar el 5 de octubre me había vuelto a traer al corazón aquel maravilloso día en que descubrimos que los sueños comunitarios, y no sólo los personales, se podían hacer realidad, con esfuerzo y perseverancias compartidas.



Si hubiésemos escuchado los cantos de la comodidad en los ’80, ahora estaríamos negociando cupos para el Congreso Termal que nos ofrecía la democracia protegida que presidiría Pinochet desde 1989.



Chile puede más, porque pudo más. Dando un vuelco a la conversación me dirigí a la senadora en medio de sollozos y lagrimones emocionados.



Senadora, tiene Ud. la razón. Si ve al presidente Fox dígale que no se conforme con lo posible. Que somos hijos de un marino loco que soñó que podía cruzar el mar y llegar a la Tierra Prometida. Que entre Moctezuma y Cuauthémoc, que se quede con el testimonio del segundo que salvó el honor y la identidad azteca. Que Benito Juárez nunca fue más grande que cuando solo y derrotado militarmente trasladaba su gobierno de una ciudad a otra sin renunciar a instaurar la república. Y lo logró.



Emocionado, grité «Ä„Viva Zapata!» y abandoné Ciudad de México. Estaba horrorizado pensando que había estado a punto de no tener más ambición que morir de viejo. Ya tendremos tiempo para descansar cuando estemos muertos. Chile me esperaba.



Continuará…



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* Director ejecutivo del Centro de Estudios del Desarrollo (CED).



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