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Esperanza y magnanimidad

¿Quién hace el ejercicio de pensar en serio al país y llama al esfuerzo compartido de anticiparse? Hay que postergar gratificaciones presentes ahorrando e invirtiendo para que el futuro sea mejor.


Los hombres y las mujeres tenemos la capacidad de preocuparnos del futuro, es decir, de anticiparnos a las ocupaciones que viviremos en él. Esta capacidad humana nos obliga a proyectarnos al futuro, para anticiparnos a lo que queremos que ocurra y prevenir lo que queremos que no ocurra. Y la esperanza justamente es la espera tensa y activa en bienes futuros que llegarán si trabajamos para ello.



Sin humildad la virtud de la esperanza se transforma en presunción, en creer que tenemos el futuro en la mano. Mortal error. Arrogancia es la de quienes decían que todo iba bien en 1929, 1989 o hasta el 11 de septiembre del 2001.



La virtud de la esperanza supone la magnanimidad, es decir, la voluntad tensa y resuelta de plantearnos grandes tareas. Raúl Silva Henríquez nos lo legó como lema de vida: «Hay que hacer grandes cosas». Si los padres y madres de la Patria no se hubiesen atrevido a soñar en un Chile republicano e independiente, el 5 de abril de 1818 jamás hubiera llegado.



Sin magnanimidad la esperanza no existe y surge la anticipación de un mundo mediocre o desesperado. En el futuro todo seguirá igual o peor. La magnanimidad nos grita: Ä„Atrévanse y todo saldrá bien!



¿Quieren los chilenos acoger el llamado de la esperanza?



Cuando a los chilenos se les pregunta qué es lo que aspiran de los políticos, más de un tercio de la muestra del PNUD del año 2000 dice: «quiero que me resuelvan mis problemas concretos». Nada de grandes cosas ni discursos ni proyectos.



De esto tomamos nota los políticos, que en mala faceta queremos ganar elecciones diciendo a la gente lo que quiere escuchar y terminamos proponiendo soluciones concretas, aquí y ahora, a los problemas de la gente. Bien por ello, pero muy mal si sólo nos quedamos en eso.



¿Quién hace el ejercicio de pensar en serio al país y llama al esfuerzo compartido de anticiparse? Hay que postergar gratificaciones presentes ahorrando e invirtiendo para que el futuro sea mejor.



Peor aún, a muchos no les interesa discutir sobre el país. Según la misma encuesta del PNUD sobre Desarrollo Humano, hay un 37 por ciento de chilenos que dicen: «yo tengo la posibilidad de cumplir mis metas independientemente de la situación del país», y «mientras en mi casa las cosas anden bien, la situación del país me importa poco».



El problema es que con ese individualismo mediocre que impide deliberar acerca de los grandes desafíos nacionales, el Chile del Segundo Centenario se nos aleja.



Este país debe unirse con otros para enfrentar los desafíos de la mundialización. Es demasiado pequeño, pobre y distante para enfrentarse a las multinacionales y a los mercados regionales y globales. ¿No es evidente el desafío de la integración latinoamericana? Sin Unión Europea, Europa nada tedría que hacer frente a Estados Unidos y Japón, que lideraban los otros dos mercados regionales.



Seguiremos con la estupidez de decir que vivimos en un mal barrio. ¿Chile es mejor que México en identidad nacional? ¿Es mejor que Bolivia en igualdad y distribución del ingreso? ¿Es mejor que Argentina en ingreso per cápita o en educación? ¿Es mejor que Perú en su pasado indígena y cultura ancestral? ¿Hemos ido a Quito, Cuzco, Ciudad de México o Buenos Aires?



El Chile del Segundo Centenario debe optar por la integración regional. Por eso la importancia de pensar cómo los mecanismos de integración latinoamericana no sucumban. Y, por favor, cuando Argentina tose, nosotros nos resfriamos. Y si a Brasil le va bien, a América Latina le va bien.



Chile debe atreverse, como señaló Gabriel Valdés al inaugurar el encuentro de los consejos de relaciones exteriores de Argentina, Brasil y Chile, a ser algo más que los fenicios de América Latina, que van de puerto en puerto vendiendo sus productos.



Para que haya esperanza en este mundo hermoso pero injusto y violento, los chilenos debemos entender humildemente que solos no podemos hacer gran cosa. Y que trabajando para que América Latina se una nos irá mejor. Cosa que obviamente sólo alcanzaremos en el largo plazo.



Así que, a plantearse grandes cosas junto con nuestros hermanos de origen, cultura y destino.





* Director ejecutivo del Centro de Estudios del Desarrollo (CED).



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