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El tiempo de Carlos Cerda


Conocí a Carlos Cerda allá por 1987, en un taller de creación dramática para la radio que él daba en el Instituto Goethe. Se trataba de abrir un nuevo campo profesional a los escritores, para quienes la necesidad de ganarnos la vida suele ser un problema mayor.



No puedo dejar de recordar a Carlos en los últimos años ’80, asociado con ese tiempo en que renacían los entusiasmos, en que empezaba a rearmarse una vida ciudadana con las primeras grandes concentraciones opositoras y con propuestas culturales desafiantes, que interpelaban, condenaban o simplemente ignoraban al pinochetismo y su retórica solemne, que ya daban muestras de agotamiento.



A ese taller del Goethe asistíamos un grupo de escritores, casi todos sospechosamente inéditos. Al salir caminábamos por el Parque Forestal, a veces hacia el barrio Bellavista que empezaba a llenarse de teatro, recitales, performances y presentaciones de libros. Carlos representa bien ese momento en que la esperanza en la democracia que veíamos venir estaba nueva, fresca, sin el desgaste acumulado que arrastra ahora.



Carlos fue también uno de los amigos más cercanos de Pepe Donoso, otro personaje decisivo en nuestros proyectos de renacimiento literario y cultural de esos años terminales de la dictadura, cuando peregrinamos al Festival de Amnistía Internacional en Mendoza y coreamos la canción del No: Porque digan lo que digan, yo soy libre de pensar,/ porque ya llegó la hora de ganar la libertad,/ porque sin la dictadura la alegría va a llegar, /porque pienso en el futuro: /Ä„ Voy a decir que No!



Del fervor de esos años nació, entre otras cosas, el pequeño boom de la llamada nueva narrativa, ahora también gastada. No se trató de un movimiento generacional, sino de una especie de eclosión de productividad literaria en que participaron escritores de edades muy diversas.



La contribución de Carlos Cerda a esta narrativa que los ’80 y los ’90 es decisiva. En sus novelas Morir en Berlín, Una casa vacía y Sombras que caminan examina los temas que ocasionaron las marcas más hondas en la sociedad chilena de las últimas décadas del siglo XX: el exilio, las utopías descencantadas, la tortura y el constreñimiento autoritario de la creatividad y la cultura.



Todos estos temas fueron tratados sin un asomo de reducción a esquemas o panfletos. Por el contrario, el autor los trabajó con una admirable complejidad y riqueza de matices, y con verdadero encanto narrativo. El manejo que Carlos tenía del género dramático contribuyó sin duda a potenciar sus relatos. Por eso sus novelas alcanzaron notables éxitos editoriales, y algunas de ellas fueron llevadas al teatro con resultados también exitosos.



Además de un gran escritor, Carlos Cerda fue un eficaz animador cultural. Mostró una generosidad poco común en el gremio al interesarse por el trabajo literario de sus colegas, al presentar libros, participar en foros, y al impulsar iniciativas y proyectos de apoyo a la literatura. Tenía capacidad de convencer y de influir en las esferas de decisión política, y la usó a favor de la cultura.



Cuesta despedirse de amigos y maestros, como Pepe Donoso y como Carlos Cerda. Con ellos se va un tiempo de entusiasmo que será difícil reeditar, porque no se ven relevos, porque el fervor envejeció y la esperanza está cansada.





VEA ADEMAS:



Un paréntesis con Carlos Cerda a la salida del Pedagógico [por Rolando Gabrielli]



El adiós a Carlos Cerda, con un libro aún en espera



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