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Pese a Cela, se habla castellano

Esta vez, Camilo Cela ha querido arremeter contra los que entonces dispararon por elevación contra el monarca. Pero lo ha hecho malamente y le ha salido el tiro por la culata. Resulta que hay más gente en España que se puede sentir incómoda llamando castellano a la lengua oficial que, como dice él, denominándola español.


Camilo Cela Trulock ha intentado reabrir una vieja polémica. Ha denostado en Valladolid, donde se celebra el II Congreso Internacional de la Lengua Española, a quienes «se avergüenzan del español y lo llaman castellano» y a los que prefieren hablar de «Latinoamérica» en vez de «Hispanoamérica».



La diatriba es vieja y ha merecido la indiferencia de los asistentes, en su mayoría extranjeros alejados de las claves de la vida política y cortesana de España. Para ellos, Cela sencillamente chochea resucitando una disputa que en América Latina se dio en la década de 1950. Sólo Mario Vargas Llosa tuvo la rapidez de reflejos para cuestionar la «actitud intolerante» del Nobel.



Pero Camilo Cela no da puntada sin hilo. El hecho es que el escritor, convertido en recaudador literario tras obtener el premio -tarea en la que ha sido eficientemente guiado por su segunda esposa, la joven y bella escritora Marina Castaño-, ha actuado como buen cortesano que es y ha intentado lanzarle un innecesario capote a su buen rey Juan Carlos I.



Hace unos meses, en la entrega del Premio Cervantes, el rey provocó una gran polémica al afirmar que el castellano nunca había sido una lengua de imposición, sino integradora. La afirmación provocó el malestar de catalanes y vascos que demostraron que históricamente la afirmación del monarca era falsa.



El redactor del discurso y el gobierno, responsable de los actos del rey, cayeron bajo el fuego graneado de los partidos nacionalistas. Tanto lo castellano como lo español salieron maltrechos.



Esta vez, Camilo Cela ha querido arremeter contra los que entonces dispararon por elevación contra el monarca. Pero lo ha hecho malamente y le ha salido el tiro por la culata. Resulta que hay más gente en España que se puede sentir incómoda llamando castellano a la lengua oficial que, como dice él, denominándola español.



En definitiva, el castellano es una lengua tan española como el catalán, el gallego y el vascuence. Estas últimas, además, son lenguas co-oficiales en sus respectivas regiones. En contra de lo que dice Cela, un nacionalista catalán, gallego o vasco prefiere decir que habla español, término que alude a un ente político y cultural abstracto, que proclamar que habla el dialecto concreto que se fijó en el territorio de Castilla, otra región autónoma de España, rival de la suya. También es una forma de reescribir la historia y ocultar, en una España plagada de fuerzas centrífugas, que fue Castilla el reino que articuló el estado-nación español.



Me extraña que Cela piense que mis maestros estaban avergonzados cuando me hacían estudiar castellano, ya que así -y no español- se llamaba la asignatura de lengua en todos los niveles educativos chilenos. Me molesta que pretenda dotar de un contenido geopolítico inexistente (en parte por culpa de la propia España y en parte por voluntad soberana de las repúblicas de América) a una lengua que ha hecho eficazmente su trabajo durante siglos.



Más aún, resulta burdo que disfrace de discurso académico su afiliación sin límites a una operación política doméstica (Aznar está empeñado en frenar los regionalismos hispanos) que tiene una importante proyección exterior como es la consolidación de la marca «España» como puente obligatorio de la relación entre América Latina y Europa. Cierto es que esta última idea la pergeñaron los socialistas antecesores de Aznar.



¿Error o manipulación? ¿Fracaso mental o utilización interesada de una tribuna universal? Me inclino por lo segundo. Cela siempre ha vendido su pluma y su conciencia al mejor postor.



Se le puede excusar el haber sido censor de Franco, porque, según él, no tenía nada que echarse al buche en la posguerra y el hambre de los demás no se puede juzgar. Pero ahí está La Catira, esa novelita que escribió por encargo del recientemente fallecido Marcos Pérez Jiménez, en Venezuela, cuando el dictador caribeño necesitaba levantar una figura literaria que ensombreciera a Rómulo Gallegos, un literato demasiado cercano a la socialdemocracia.



Otro socialdemócrata, Felipe González, contribuyó a gestionar el Premio Nobel para Cela y éste le pagó convirtiéndose en escritor de alcoba de Aznar.



Ahora dicen que párrafos de este discurso son iguales a los que leyó en el Congreso de Zacatecas hace cuatro años. Quizás deba alegrarme. Por una vez, Cela ha mostrado consecuencia con una de sus ideas, aunque esté errada.





(*) John Miller es periodista chileno, director de El Mundo Radio (España)



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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