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Héroes anónimos

Miralles me trajo a la memoria con ternura a los héroes olvidados de nuestra propia y reciente lucha por la libertad: a los que ni siquiera tienen mausoleo ni monolito y que nadie menciona, especialmente quienes tratan de olvidar su pasado.


Cuando un amigo me recomendó Soldados de Salamina, de Javier Cercas, conseguí que me contara el argumento. Siempre que se me presenta la ocasión hago esto, aunque a veces no logro vencer los escrúpulos de mi interlocutor respecto al suspenso.



Dos ingredientes de la historia me tentaron, haciéndome literalmente correr a la librería: su relación con la Guerra Civil española (convertida a través de mi padre en un mito de mi infancia y juventud) y la participación en el relato de Roberto Bolaño, un personaje central de la trama. De más está decir que le dispenso a este escritor una admiración lindante con el fanatismo.



Acabo de terminar esa admirable historia y siento necesidad de hablar de ella. En el relato se entrecruzan tres hilos conductores: un periodista, a ratos escritor, en busca de una historia; el intento de fusilamiento fallido del ideólogo Rafael Sánchez Mazas, fundador de la Falange, íntimo amigo de Primo de Rivera y escritor interesante pero sin brillo, y la existencia de un miliciano del ejército de Lister que le salvó la vida.



El escritor, ansioso de un argumento afincado en la realidad, se aferra a esta historia de la cual oyó hablar por primera vez al novelista Rafael Sánchez Ferlosio, hijo del sobreviviente. El autor de El Jarama contó sin pasión la historia de su padre, por el cual no parecía tener especial admiración ni cariño.



Pero el escritor huérfano de tema no soltó la historia e investigó a fondo las circunstancias de este fusilamiento fallido. Para ello se conectó con los sobrevivientes que ayudaron a la afortunada víctima a vivir en el bosque, e investigó la existencia anterior y posterior de Rafael Sánchez Mazas. Este último se dedicó a vivir como lo que era, un sobreviviente. La trabajosa victoria por la cual casi perdió el pellejo, no le importó un comino después de un corto tiempo en el que estuvo ocupado como ministro sin cartera.



Ahí estaba la novela hasta que el autor tuvo que ir por menesteres del diario a entrevistar a Bolaño. Era un relato sobre un personaje oscuro, amante apasionado de la literatura quien (como me informa el autor que escribía con sarcasmo Trapiello) formaba parte de la falange de quienes habían ganado la historia de la guerra pero no la de la literatura.



Fue el chileno quien puso al escritor sobre la pista de Miralles, a quien conoció en un camping donde trabajaba de guardián, supongo que el mismo de Los detectives salvajes. Este había estado en el ejército de Lister, y por tanto, en la zona del fusilamiento fallido, pero además había continuado la aventura de las guerras: sirvió con Leclerc en el desierto africano, entró a París y continuó hasta Austria, donde casi perdió la vida.



Entra en escena Miralles y el centro de gravedad se traslada de la reconstitución del fusilamiento fallido al descubrimiento del miliciano quien miró a los ojos de Sánchez Mazas y no lo denunció. Miralles viviendo en un asilo de ancianos, aferrado al recuerdo de sus amigos muertos en las terribles e insensatas aventuras de las guerras, es él mismo un héroe anónimo y la memoria viviente de los héroes anónimos.



Es un personaje entrañable, que arriesgó la vida por la libertad de España y siguió combatiendo por la de Francia mientras la mayor parte de los franceses aceptaban la capitulación. Miralles se extingue sin que nadie sepa que por él la bandera de Francia ondeó en el desierto y los amigos de Miralles, héroes olvidados y para remate muertos, quedan a punto de perder al único que los recordaba.



Miralles me trajo a la memoria con ternura a los héroes olvidados de nuestra propia y reciente lucha por la libertad: a los que ni siquiera tienen mausoleo ni monolito y que nadie menciona, especialmente quienes tratan de olvidar su pasado, pues si se acordaran a menudo podrían descubrirse en la mirada y serían tratados como los subversivos que fueron; o aquellos -son tan numerosos- a quienes sus propios partidos u organizaciones olvidaron porque había que cambiar de piel; o los que aún están presos, irremediablemente presos hace nueve, seis, cinco años, por haber continuado una guerra que se había acabado.



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