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La unción de ser candidato

Hay dos alternativas. O el ser candidato lo ubica a uno en un nivel de discernimiento del mundo tan particular, preciso y sublime que provoca solidaridad desde esa conciencia superior, o el ser candidato simplemente es garantía de frescura, y entre los frescos sí que hay solidaridad.


A pesar que legalmente por ahora está prohibido hacer campaña para las elecciones de diciembre -la fecha en que debe iniciarse la propaganda electoral es el 16 de noviembre-, las comunas del país ya están inundadas de rayados, afiches y pósters de los postulantes al Parlamento. Todos ellos aparecen con esas sonrisas estudiadas que de seguro ni los hijos de los candidatos conocen por casa. Una sonrisa tenue, con la mirada en el infinito del que, sosegado, es capaz de arrimarse a tu living a la hora del almuerzo del día domingo para ofrecerte el lado amable de su ser.



¿Cuántos de los aspirantes a un sillón en el Congreso miran hoy, todavía, a los ojos a la gente? Algunos, sin duda. Pero sólo algunos.



Pues bien, el asunto es que estamos atiborrados y agredidos por una campaña ilegal que ya campea por nuestras calles. En la radio consultamos a algunos alcaldes -cuyo nombre en verdad no importa- por esta situación. La respuesta, compartida por los ediles (otro consenso por encima de los ciudadanos) fue insólita: justificaban la ilegalidad señalando que «comprendían» -y justificaban- la situación, ya que ellos también habían sido candidatos.



En resumen: para ser un verdadero candidato hay que cometer esa ilegalidad, y en virtud de ello, se contará con la comprensión y el respaldo de toda autoridad que a su vez haya sido candidata.



Hay dos alternativas. O el ser candidato lo ubica a uno en un nivel de discernimiento del mundo tan particular, preciso y sublime que provoca solidaridad desde esa conciencia superior, o el ser candidato simplemente es garantía de frescura, y entre los frescos sí que hay solidaridad.



Lo enervante es que esos mismos alcaldes son los que han bruñido sus palabras en discursos contra la delincuencia, y que prometen mano dura si tuvieran una policía municipal que mandar. Tipos a quienes el cargo les engorda el cogote, les agranda el abdomen y les desarrolla la tripa mientras sueñan con dar palizas a los patipelados, sus vecinos más humildes y necesitados.



Para ellos cometer una ilegalidad no es importante, porque de hecho la permiten y toleran, dependiendo de quién la cometa.



Desde ya habría que advertirles a los delincuentes -pero a los menores infractores de la ley, ni siquiera a los simples cogoteros o asaltantes, sino a los vendedorse ambulantes sin permiso- que no vayan a creer que porque el alcalde Zutano permite carteles ilegales en sus calles les será permitido ejercer su oficio.



Ä„Qué injusticia! exclamará más de uno con prontuario grueso. Y no habrá más que reconocer que tiene razón. El poder, parece, es siempre injusto con los más débiles, y ya sabemos que los candidatos, incluso quienes saben que van a perder, son gente con algo de poder. Al menos el suficiente para que se les deje cometer infracciones de este tipo.



Uno podría hacer desde aquí una reflexión sobre el tema de la impunidad y escarbar en la distorsión que debe generar en la cabeza de un tipo el saber que a él le está permitido hacer cosas que a los ciudadanos comunes les están prohibidas. No sé si vale la pena.



A propósito: ¿Qué fue de Figueroa, el ex ministro del Interior que votó a pesar de no tener su cédula de identidad y quien más encima trató de mentir al respecto?



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