Publicidad

En el azul profundo

Se dice que por razones de seguridad la información es filtrada y dosificada, cuando no manipulada. En el imaginario del público crece entonces el mito que todo lo que le cuentan los diarios y la tele se orienta a encubrir una conspiración de potestades innombrables, arcanas, todopoderosas.


Nos hemos vuelto terriblemente desconfiados. Ya casi nadie le cree a nadie. Dicen que la tercera parte de los norteamericanos sospecha que el atentado a las Torres Gemelas se hizo con el conocimiento del gobierno.



Es cierto que Bin Laden reclama la paternidad del mayor acto terrorista de la historia, pero el público suspicaz considera que nunca se sabe qué oscuras operaciones de inteligencia pueden haber movido al millonario saudita. A lo mejor Bin Laden, sin darse cuenta y creyendo que actuaba con absoluta autonomía, no fue más que el títere de un titiritero que a su vez es marioneta de otra mano invisible, y así hasta llegar a quizás qué tenebrosas esferas del poder.



Se dice que por razones de seguridad la información es filtrada y dosificada, cuando no manipulada. En el imaginario del público crece entonces el mito que todo lo que le cuentan los diarios y la tele se orienta a encubrir una conspiración de potestades innombrables, arcanas, todopoderosas. Por eso vemos los noticiarios como si fueran películas de ficción, o dejando un amplio margen en beneficio de la duda.



Esta misma suspicacia nos lleva, por otra parte, a que cuando leemos novelas concibamos la sospecha que éstas puedan ser reales, o estar escritas en claves que revelan aquellas verdades que deben ocultarse. Es lo que nos pasó con la novela policial Cita en el azul profundo, de Roberto Ampuero.



En esta obra se teje una intriga internacional en el centro de la cual aparece una organización fantasmal, desterritorializada, virtual, inmaterial pero tremendamente poderosa, la WPA. Es una especie de sindicato empresarial del primer mundo que se dedica a desestabilizar y arruinar a los países en vías de desarrollo que se atreven a competir con éxito en algún rubro productivo respetando ingenua y honestamente las reglas del juego de la libertad de comercio internacional.



En la novela se describe a la WPA como «el alma del capitalismo que desconfía de la libre competencia, o al menos el alma capitalista convencida de que la torta mundial se reparte sólo entre los países ricos.»



Parker, un personaje de la novela, le dice al protagonista: «¿No le llama la atención que El Líbano esté convertido en ruinas después de haber sido el centro financiero y de negocios del Cercano Oriente? ¿No le parece que es demasiada casualidad que Montevideo se haya hundido en una guerra entre tupamaros y militares cuando era el centro financiero de América Latina? ¿No le suena raro que Cuba haya desaparecido por años del Caribe con el castrismo, precisamente cuando era el principal destino turístico de la región?



¿Y no le parece demasiado casual que Ciudad de Panamá haya sido bombardeada e invadida por tropas norteamericanas, supuestamente por culpa de Noriega, cuando se había convertido en un centro comercial y financiero clave de América Latina, vale decir, en la heredera de Montevideo? Ahora Miami es el centro financiero que antes fueron Montevideo y Panamá… Miami es por fin la capital de América Latina, y liquidó hasta a Buenos Aires. Miami está construida sobre los fracasos latinoamericanos.»



La WPA es invisible. Opera infiltrando organizaciones idealistas y bien intencionadas, como grupos de defensa de los derechos de las minorías, de los pueblos originarios o del medio ambiente, a los que apoya económicamente a través de organismos de fachada. Luego orienta sus acciones hacia la exacerbación de los conflictos que le interesan. Es decir, hace la labor del invisible titiritero perverso.



Esta, desde luego, es la perversión total y máxima del capitalismo, que nació con la intención bastante acertada de aprovechar las ambiciones y los egoísmos individuales para construir el bien común.



En una de las grandes obras de la literatura mundial, el Fausto de Goethe, el diablo queda en ridículo, pues al tratar de hacer el mal termina produciendo el bien. El demonio es metáfora del capitalismo, que al poner en competencia las ambiciones individuales, genera riqueza y construye, real o supuestamente, el bienestar de la sociedad.



La WPA, en cambio, realizaría la operación inversa: se serviría del bien, de las acciones altruistas e idealistas, en beneficio del mal, es decir, de la concentración del poder y la riqueza, para perpetuar y aún ampliar la brecha entre naciones ricas y pobres. Es decir, impone el capitalismo salvaje que consagra la injusticia del orden económico mundial.



Aunque la WPA sea sólo la invención de un autor chileno de novelas policiales, muchas de sus intenciones y sus prácticas operan en la realidad. A cada rato vemos cómo los grupos empresariales de los países ricos presionan a sus gobiernos y logran medidas proteccionistas, o entablan y ganan juicio contra los productores de acero, salmones, alimentos, minerales, y qué decir de los productos industriales de las naciones que aspiran al desarrollo.



Cuando no les conviene, transgreden el orden económico basado en la división internacional del trabajo que ellos mismos han impuesto. Por eso es que ya nadie cree en nada. Por eso es que una organización ficticia como la WPA pasa a ser más creíble que los hipócritas discursos de los foros económicos mundiales. Por eso se exacerba el odio de los países pobres contra los ricos, y un terrorista desalmado como Bin Laden, si no es un títere, hasta podría terminar convirtiéndose en héroe tercermundista.



__________________



Vea otras columnas del autor

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias