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Razones de la indiferencia


Se comienza a hablar y discutir sobre el gasto electoral de partidos y candidatos a la próxima elección parlamentaria de diciembre. Un diario de Santiago aventura incluso la cifra de 100 millones de dólares, lo que equivaldría al gasto electoral de países desarrollados como Japón y Alemania.



Parece curioso que el proyecto que regula el gasto electoral y de ese modo controla la influencia del dinero sobre la decisión ciudadana, duerme mas o menos plácidamente en una Comisión del Parlamento, aumentando el desprestigio de la política y los políticos. Quizá sería bueno que el gobierno o los mismos partidos le den tramitación inmediata, al menos para imitar lo que hicieron en pocos minutos cuando el principal partido de gobierno quedó fuera de la inscripción.



¿Cuáles serán las razones de este excesivo aumento de los costos de la política? Pueden ser varias y hasta muchas, incluyendo la inflación invisible, pero nada parece justificar en términos de cifras el que para llenar 140 cargos se gasten cantidades siderales. Podría hasta aventurarse la variable corrupción, pero igualmente no parece una explicación suficiente.
Me atrevo a pensar que las razones están más bien en la calidad y carácter que tiene la elección.

Si hay dos bloques principales que se enfrentan sólo por razones de su pasado reciente y que en lo relativo al sistema socioeconómico esencialmente coinciden en mantener el neoliberalismo y el régimen político actual, bien podríamos decir que en lo sustancial hay una indiferenciación de las opciones.



La vieja tragedia de la lucha por el poder deviene en comedia y la indiferencia -como ausencia de opción- es lo que marca mas que otro elemento el debate en cuestión. Es obvio que la coalición de gobierno representa mayoritariamente el bloque democrático y que sus opositores de derecha el pasado ideal y estructural que representó la dictadura.



No obstante, de eso ya pasó un buen tiempo y los primeros gobiernan hace 11 años sin que se hayan visto grandes cambios estructurales y sustanciales, de fondo y contenido, que hagan aterrizar en alguna parte esta carrera al infinito que se llama transición.



Hay escaso o nulo cuestionamiento a la Constitución del ’80, de origen es más que ilegítimo. Tampoco se cuestiona la economía y la producción al servicio de cada vez menos personas o corporaciones y la concentración de la riqueza en niveles denunciados hasta por organismos internacionales.



Es un Estado que por estructura deja en la indefensión a los débiles, incluyendo sectores tan cruciales como justicia, educación, salud y previsión social: en este último se vive una situación homologable al apartheid, pues los que cotizan y enriquecen el sistema no tienen derecho ni a voz ni a voto.



Claro que puestas así las cosas, es explicable la política como espectáculo. Hoy en día montar uno es cada vez mas caro, requiere de mas tretas, trucos, efectos especiales, escenografía, publicidad y todo esto que tan bien han sintetizado en la famosa palabra márketing.



Sin mucha prosapia intelectual, creo que mas bien en esta causa reside la razón que explica la indiferencia que tan caro le está costando a los que pagan para ser servidores de los demás.



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