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Qué está en juego en las próximas elecciones

En primer lugar, habría que apostar muy firmemente porque éstas sean las últimas elecciones hechas bajo el sistema binominal mayoritario, desde ya una contradicción en los términos, impuesto por la dictadura de Pinochet y defendido hasta ahora a ojos cerrados por la derecha.


En medio de la campaña electoral, los enfrentamientos verbales entre candidatos, los no tan verbales entre brigadistas o activistas de cada bando y la competencia entre gobierno y oposición, vale la pena detenerse para ver qué se está jugando en estas primeras elecciones parlamentarias de la primera década del siglo.



En primer lugar, habría que apostar muy firmemente porque éstas sean las últimas elecciones hechas bajo el sistema binominal mayoritario -desde ya una contradicción en los términos- impuesto por la dictadura de Pinochet y defendido hasta ahora a ojos cerrados por la derecha.



Chile hace el ridículo ante el mundo con un sistema en que teóricamente si una lista obtiene poco menos de dos tercios y la segunda poco más de una tercera parte de la votación, ambas obtienen el mismo número de escaños. O, teóricamente de nuevo, si una lista obtiene sólo un 33 por ciento y todas las otras listas menos de un 16 por ciento, la primera se lleva toda la representación parlamentaria.



De más está recordar que el sistema favorece a la primera minoría, es decir, a la derecha heredera de Pinochet, y elimina toda representación de otras minorías. Ya se ha visto que el sistema también perturba fuertemente las relaciones al interior de las coaliciones que se suponía intentaba fortalecer.



Estamos frente a un sistema electoral definitivamente no democrático, es más, antidemocrático, y se hace urgente el regreso a un sistema proporcional propio de la tradición política de este país. En este sentido, las elecciones de diciembre son un buen momento para que la ciudadanía ratifique su descontento con el sistema, favoreciendo a quienes están por cambiarlo y dejando al desnudo una vez más la distancia entre este voto y la proporción de elegidos de cada sector.



Asimismo, hay una oportunidad interesante de torcerle la mano al sistema para elegir representantes de la minoría ausente, el Partido Comunista, gracias al acuerdo con el Partido Socialista.



En segundo lugar, está en juego la competencia electoral entre la alianza de gobierno y la oposición de derecha. En esta materia, cabe recordar que la Concertación y su gobierno representan una coalición de centroizquierda, la cual, más allá de todas las críticas que puedan hacérsele, ha asegurado democracia, crecimiento y estabilidad económica, pese a las crisis.



Es evidente que no todo el proyecto de la Concertación se ha realizado. Es más, a veces pareciera que el pragmatismo borrara la existencia de cualquier proyecto, y que todo se tradujera en cálculos inmediatistas y en defensa de posiciones de poder.



Ello no es enteramente cierto, pero aún si lo fuera, lo que es indiscutible es que ninguno de los problemas que la Concertación no ha sido capaz de resolver, o ninguna de las tareas en relación al cambio político-institucional del país, como el empleo, la igualdad social, la reconciliación y la justicia en materia de derechos humanos, la superación de la pobreza, la transformación educacional y una verdadera descentralización, la reforma judicial, la presencia en el mundo y en América Latina, el reforzamiento de un Estado protector y eficiente, la regulación de una economía a veces salvaje, la protección y desarrollo de las ciudades y la participación de la gente, por nombrar algunas, podrá resolverlos la oposición de derecha.



Es más, en gran parte el retardo o no cumplimiento de estas tareas por parte de los gobiernos de la Concertación se debe a la oposión de derecha social y política. Con los defectos y problemas de la coalición de gobierno, ella tiene detrás una obra sólida y una gran proyección para las tareas futuras: es el único referente político serio, independientemente de que pueda ampliarse, para el Chile del 2010.



En el lado de la derecha, en cambio, sólo se ve hoy la cara más autoritaria, más pinochetista, más vinculada a las mayores perversiones del modelo neoliberal y del oscurantismo moral y cultural. La candidatura de Arancibia y el avallasamiento de toda posibilidad democrática y progresista por parte de la UDI son las mejores ilustraciones al respecto: Longueira, no Lavín ni menos Piñera, es el jefe de la oposición hoy día. Votar contra la Concertación no es sólo votar contra el gobierno de Lagos, es votar por esta derecha dura.



Por ultimo, está la cuestión de las tendencias o polos al interior de las coaliciones. No sólo se votará por un candidato de la Concertación o de la oposición de derecha, pues también hay diferencias al interior de cada coalición, especialmente en la primera.



En el caso de la derecha, lo más probable en materia de resultados será un mayor fortalecimento del polo autoritario. No parece que esto signifique la desaparición de Renovación Nacional como partido en el corto plazo, pero sí la anulación de toda posibilidad de un polo democrático de real contenido de centroderecha dentro de la oposición.



En el caso de la Concertación, obviamente hay que considerar las diferencias partidarias, y es de esperar el afianzamiento del liderazgo del polo PS-PPD-PR, aunque la presencia de la DC seguirá siendo decisiva e indispensable.



No obstante, las diferencias de bloques o interpartidarias al interior de la Concertación me parecen menores al lado de otras tres dimensiones que son transversales. Una es la solidaridad y lealtad con el gobierno, especialmente en lo que diferencia de la oposición de derecha, vale decir, la regulación de la economía, el papel dirigente del Estado con capacidad redistributiva y protectora, el fortalecimento de la ciudadanía y de los actores sociales, y la justicia en materia de derechos humanos.



Esto implica privilegiar una orientación de izquierda progresista y democrática por sobre el pragmatismo y las mal llamadas vertientes liberales. Tal criterio podría llevar a un votante tradicionalmente demócratacristiano, por ejemplo, a votar por Anselmo Sule para el Senado.



La segunda es la apertura a la representación de minorías importantes, como el Partido Comunista, sobre todo en el caso de candidaturas emblemáticas como puede ser la de Jorge Insunza.



La tercera es la dimensión ética: privilegiar a los candidatos que tengan solidez, que no impongan su poder económico ni hayan desprestigiado a las instituciones ni a la política. Ello significaría para un socialista, por ejemplo, privilegiar en algunos casos candidatos demócratacristianos, como Krauss para el senado en la I Región, Bernardo Donoso en Viña, o Jocelyn-Holt en Peñalolén y La Reina.



En suma, en las próximas elecciones están en juego el rechazo al actual sistema electoral y el apoyo al gobierno de la Concertación y a sus tendencias más progresistas, contra una derecha autoritaria y no democrática; la reafirmación ética al interior de la Concertación, más allá de sus bloques partidarios, contra los personalismos y las tentaciones de minipoderes fácticos dentro de ella, y la posibilidad de representación de minorías significativas excluídas hasta ahora del Parlamento.



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