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Obsesionados con el crecimiento económico

Los chilenos quieren trabajo estable, en buenas condiciones laborales y bien remunerados. Cierto. Y si el crecimiento económico que tenemos no lo puede garantizar, busquemos otras fórmulas. Por ejemplo, una asociación entre empresarios, la sociedad civil y el Estado promoviendo un enorme esfuerzo de capacitación laboral y voluntariado social.


El diario El Mercurio titula como nota principal que el Imacec de septiembre fue menor al esperado. ¿Qué es el Imacec para millones de chilenos? Si mal no recuerdo, «sólo» crecimos un 2,4 por ciento, y eso es motivo de alarma.



Parece que nuestra gran tarea nacional es volver a crecer al 7 por ciento anual. El problema es que el contexto internacional lo impide. Algunos agregan que las causas del agotamiento del modelo de crecimiento son más bien internas. La desazón cunde.



Pero insistimos en que hay que volver a crecer. Es la obsesión occidental por el tamaño. Entre más grande, mejor. Las metáforas abundan y los ejemplos también. Si la torta es más grande, mayor cantidad a repartir, siempre que no haya golosos y egoístas que controlen el cuchillo que reparte.



Dos cabezas piensan mejor que una. Compare la mente de Einstein con la de todo el mando conjunto del Titanic. Un gran ejército garantiza mayor seguridad nacional, pero Paul Kennedy sostuvo que llega un momento que los grandes imperios colapsan por mantener enormes burocracias militares y ejércitos profesionales; pregúntele a la ex URSS.



Ante los problemas de delincuencia la solución más socorrida es acumular más policías, cárceles y retenes. No obstante, la seguridad en Estados Unidos, con 1,82 por ciento de la población masculina entre 16 y 64 años recluida (en 1997) es infinitamente menor que en Europa, donde dicho porcentaje non superaba el 0,29 por ciento en Alemania, Francia, Italia y Gran Bretaña.



No siempre lo más grande es mejor.



Frente a esta obsesión por el tamaño tuvo que defenderse el pequeño Napoleón, quien resultó más grande que una inmensa cantidad de generales que se le enfrentaron, salvo unos tres o cuatros (algunos igualmente bajos). La Biblia nos recuerda a David contra Goliat, y la Ilíada nos enseña que pudo más la astucia de Ulises que la fuerza de Aquiles.



Lo mismo ocurre con el crecimiento económico. Creo que fue Peter Drucker quien dijo que la peor maldición para una empresa es éxito durante cuarenta años seguidos, pues con ello se habituará y terminará por fracasar debido a su incapacidad para adaptarse a cambios imprevistos o innovar.



Toynbee dijo que las grandes civilizaciones se «duermen en los laureles» y terminan por morir. Némesis de la capacidad creadora, dijo ceremoniosamente.



Lo mismo observó Alexis de Tocqueville a propósito de la Revolución Francesa: donde más creció la riqueza, más intensa fue la revolución. Samuel Huntington dijo lo mismo en 1968.



John Kennedy propuso la Alianza para el Progreso. Promovió más crecimiento económico, más industrialización, más urbanización, más alfabetización, más exposición a los medios de comunicación social, y en 1973 hasta las democracias chilenas y uruguayas cayeron.



Chile tuvo quizá demasiado dinero fácil proveniente del salitre. Nuestra aristocracia se transformó en oligarquía y vino la debacle con la Primera Guerra Mundial, el abono artificial y la Gran Depresión. Ya no teníamos políticos innovadores y empresarios pioneros, como Ossa, Cousiño o Edwars.



Miguel de Unamuno afirmó que el dinero del salitre nos había corrompido. Y la crisis hizo surgir a Arturo Alessandri, Luis Emilio Recabarren, Pedro Aguirre Cerda, Eduardo Frei, Salvador Allende y empresarios públicos que crearon la Corfo, Endesa y CAP.



La realidad humana siempre tiene dos caras. El trigo va acompañado de la cizaña. El crecimiento económico acelerado trae zonas geográficas rezagadas, sectores sociales que se hunden, inmigración a la ciudad, concentración urbana, aparición de nuevos ricos que demandan más poderes políticos y reconocimiento social y revolución de expectativas.



En los ’60, Santiago tenía 60 mil autos. Hoy día va para el millón. ¿Progreso o desastre?



Por eso la cuestión del crecimiento debe hacerse más compleja. Lo que Chile requiere es desarrollo. La cuestión no es la cantidad, también lo es la calidad.



Se debe promover el crecimiento con equidad. Si no hay un crecimiento alto, ciertamente hay menos que repartir para hacer equidad. Pero eso no significa que nos quedemos de brazos cruzados o solo apostando y trabajando para volver a crecer al 7 por ciento y bajar el desempleo al 7 por ciento. Eso lo teníamos en 1997 y 860 mil personas dejaron de apoyar al gobierno ese año.



Los chilenos quieren trabajo estable, en buenas condiciones laborales y bien remunerados. Cierto. Y si el crecimiento económico que tenemos no lo puede garantizar, busquemos otras fórmulas. Por ejemplo, una asociación entre empresarios, la sociedad civil y el Estado promoviendo un enorme esfuerzo de capacitación laboral y voluntariado social.



Si un joven o un adulto mayor está cesante, en vez de ahondar en la tortura cotidiana de salir currículum en mano a buscar inútilmente trabajo hay que decirles que es el gran momento que estaban esperando para la capacitación. Y utilizar esos millones de horas de fuerza laboral desocupada en el mayor esfuerzo de solidaridad que jamás haya conocido Chile.



Que la paradoja de la vida salte a la vista. Cesantes, ayer tristes y desanimados, ayudando orgullosamente a gente que aunque tuviera trabajo no podría ocuparlo por su edad, educación o salud.



Eso requiere un apoyo estatal que en vez de estar destinado a dar empleos parciales de baja calidad se oriente a la capacitación, con el apoyo empresarial. Esa es la experiencia española, alemana y francesa.



Crecer menos, una gran oportunidad para ser mejores. David venció a Goliat.





* Abogado y cientista político, director ejecutivo del Centro de Estudios del Desarrollo (CED).



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