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El burdel como metáfora

Aceptemos que los favores sexuales se compran y se venden, y que una de las tarifas más abusivas que se paga por ellos es el matrimonio, que nos deja endeudados de por vida, y para peor, sin derecho a cambio o devolución, en un país que no tiene ley de divorcio.


¿Por qué tanto escándalo por las fotos del juez en el burdel? Se entiende que el magistrado concurrió al lupanar fuera de las horas de oficina, haciendo uso del derecho que tiene todo ciudadano a elegir la oferta más conveniente en el libre mercado de las opciones sexuales.



Aceptemos que los favores sexuales se compran y se venden, y que una de las tarifas más abusivas que se paga por ellos es el matrimonio, que nos deja endeudados de por vida, y para peor sin derecho a cambio o devolución en un país que no tiene ley de divorcio.



Los pololeos o las relaciones de amantes no son mucho mejores. Además de los múltiples gastos en restaurantes, pubs y moteles, tienen un costo emocional que puede ser demoledor. En el burdel, en cambio, se ofrece todo -trago, cama y sexo- en un solo paquete, la oferta es más flexible y los precios conversables.



Las relaciones entre jueces y prostitutas aparecen ya en la Biblia. Del rey Salomón, paradigma del juez, se recuerda su sabiduría al amenazar con partir en dos al bebé cuya maternidad reivindicaban dos mujeres. Lo que casi siempre se omite es que las reclamantes eran prostis, que compartían la misma habitación y por lo tanto era fácil que confundieran a sus clientes e hijos.



Por otra parte, la prostitución es una de las instituciones más necesarias y tradicionales de Occidente. Es casi tan antigua como el derecho y la religión, y en sus orígenes tuvo un carácter sagrado, asociado con los ritos de fecundidad. La vida religiosa de las sociedades agrarias giraba alrededor de las imágenes de la diosa madre y su amante divino, y la cópula entre ambos garantizaba la fertilidad de la tierra. En los templos-burdeles se reproducía terrenalmente esa cópula celestial.



Herodoto describe la costumbre babilónica según la cual todas las mujeres del país debían ir a prostituirse al menos una vez en su vida en el templo de Mylitta. El mismo Herodoto señala que las pirámides de Egipto pudieron construirse en parte gracias a los recursos que se recaudaban en los templos-prostíbulos, y que el faraón Keops fue uno de los que más beneficios recibió de estas ganancias.



Su propia hija entró en la profesión, y gracias a las donaciones de sus clientes pudo construirse una pequeña pirámide junto a la tumba gigante de su padre.



El político conservador romano Catón el Viejo sentenció que era bueno que los jóvenes poseídos por la lujuria fueran a los burdeles, en lugar de molestar a las esposas de otros hombres. En la Edad Media, para evitar la acción de las bandas juveniles que practicaban la violencia sexual como iniciación en la hombría se estableció la fornicación municipalizada: la prostitución fue albergada en burdeles públicos, dependientes del municipio. Las asiladas prestaban juramento a las autoridades, asistían a misa y se retiraban recatadamente durante las fiestas de guardar.



Grandes políticos, ministros, reyes y hasta cardenales, como Richelieu, fueron clientes de afamadas prostitutas. Jorge III de Inglaterra financiaba una serie de lupanares cercanos al palacio de St. James, reservándolos para su uso personal. Luis XV de Francia tenía también su propio burdel, llamado el parque de los ciervos, dentro del palacio de Versalles.



Si reyes y ministros de las potencias mundiales se pegaban sus arrancadas a los burdeles, ¿por qué no puede hacerlo un juez de provincia?



El prostíbulo provinciano es un escenario frecuente en la literatura chilena. Aparece como un lugar donde acuden los notables de la región: el hacendado, el alcalde, el jefe de estación y otros funcionarios y autoridades locales. Más que para el erotismo, es el sitio para la sociabilidad masculina, el equivalente a nivel del medio pelo del club aristocrático.



Hay novelas notables que ocurren íntegramente en el burdel, como El lugar sin límites, de José Donoso, y La Reina Isabel cantaba rancheras, de Hernán Rivera Letelier.



Nuestras heroicas prostitutas llegaron a ser un emblema nacional. El historiador Gonzalo Vial anota que en el siglo 19 en toda la costa del Pacífico, hasta Panamá y posiblemente hasta San Francisco, chilenas y prostitutas solían ser sinónimos. Ellas ejercieron el trabajo sexual en todos los puertos de América, y prodigaron sus encantos ardientes dejando muy bien puesto el nombre de Chile en el extranjero, cosa que ya querrían poder decir esos futbolistas mediocres a los que respetamos tanto.



¿Por qué se mira con recelo a esta actividad tan tradicional, respetable y necesaria? Tal vez lo que incomoda es su carga metafórica. La prostitución pone tarifa al amor, que debiera entregarse en forma gratuita y desinteresada. Pero no sólo el amor debiera ser gratis. La salud y la educación, una vez derechos de todos, se han convertido en negocios y tienen precios cada vez más encumbrados.



De este modo, el burdel podría convertirse en una metáfora de nuestra sociedad, donde todo, incluidos los afectos y los derechos elementales, se compra y se vende. Por esa condición de íconos y emblemas nos resultan molestas esas humildes casas de remolienda de provincias.



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