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La libertad, los políticos y los empresarios


¿Somos libres?



Homero creía que no. Para él los seres humanos no eran más que marionetas impulsadas por los juegos de dioses inmortales. Los profetas del Antiguo Testamento que recorrían los desiertos, como Homero quizás en el mismo tiempo caminaba por los senderos de Grecia, creían que sí. Para ellos Dios amaba tanto la libertad del hombre y de la mujer que prefería soportar el pecado y el mal antes de hacernos unos autómatas de la bondad. La modernidad de las luces le dio la razón a los profetas judíos.



Carlos Marx, en su versión vulgarizada, sostenía un frío materialismo. El derecho, la moral y la religión no eran más que epifenómenos de la infraestructura económica. Lo que importaba eran las relaciones y factores de producción. La historia no la hacían hombres y mujeres individuales, sino que leyes inexorables que no dejaban, finalmente, espacio para la libertad humana. Donde Marx veía leyes sociales inexorables, Freud veía psicológicas inconscientes que condicionaban la libertad humana. La modernidad dudaba de la libertad humana.



Recordemos que cuando Marx fue enterrado en marzo de 1883 en el cementerio de Highgate de Londres, sólo once personas asistieron. Entre ellos Engels. Pero fue tal el influjo de sus ideas que cien años después, más de la mitad de la humanidad era gobernada por regímenes que se decían inspirados en el marxismo. Parecía que las leyes irreversibles de la historia sí existían.



Lo extraordinario es que Carlos Marx predijo que ese ascenso del comunismo no se debería a la genialidad humana individual, sino que al avance inexorable de las contradicciones del capitalismo que lo harían estallar. Y donde más hubiese avanzado el capitalismo y la industrialización, con sus alienantes relaciones laborales, más pronta seria la revolución. Inglaterra era el primer candidato a la dictadura del proletariado.



Se equivocó. La revolución estalló en Rusia, atrasada nación caracterizada por relaciones feudales y campesinas. No había nada de la industrialización, proletariado urbano y sindicatos en que germinaría el comunismo. Lo que sí había era genialidad, audacia y crueldad en la elite política bolchevique.



Cuando Lenin volvió del exilio llamó a acabar con la guerra y el ejército, acabar con el zarismo y abolir la propiedad privada. Los que lo escucharon en San Petersburgo se aterrorizaron por la radicalidad de sus propuestas. Pero lo siguieron y dos audaces y crueles subalternos, Trostky y Stalin hicieron el resto. Y la revolución venció en un lugar en que el materialismo económico y la lógica de las condiciones objetivas había condenado al feudalismo sin burguesía ni proletariado.



Moraleja de la historia. Somos libres y el ejercicio de ella puede cambiar radicalmente una situación personal y social. Para bien o para mal. En el caso ruso, fue caer del zarismo al totalitarismo. Terrible, pero cierto y real.



Podemos y debemos sustraernos a todo pensamiento y actitud que ahogue la bendita espontaneidad humana. Podemos y debemos apostar siempre al genio creador del ser humano. Podemos y debemos ver siempre, en cada ser humano y en cada nacimiento, el surgimiento de un universo distinto e irrepetible de nuevas posibilidades. En cada crisis una oportunidad para ser mejores. Entre más fuerte la derrota, más grande es el himno de la capacidad de superación humana.



El apostar al genio creativo del ser humano, contra todo determinismo cultural, social o económico, es lo que distingue a políticos y empresarios pioneros de los adaptadores y administradores. Particularmente, esto es cierto en tiempos de crisis, es decir, en tiempos en que el viejo mundo no termina de morir y el nuevo mundo no termina de nacer. Cuando las viejas recetas no sirven, necesitamos de empresarios y políticos libres, que asuman riesgos y opten por nuevas preguntas y nuevas respuestas. Cuando el pesimismo cunde, necesitamos líderes inspirados. Más que vivir lamentándose de los problemas que tenemos en el presente y buscando responsables en el otro o en lo otro, atreverse a lanzar la pregunta al viento ¿por qué no volver a soñar y atreverse una vez más?



Este fue el debate en ANADE. Un Presidente de la República llamando a ver el presente y futuro en forma distinta y a desplegar las alas. Y, lamentablemente, muchos líderes empresariales llenos de temores, desconfianzas y desalientos.



En momentos de dificultades, líderes que se atrevan a desafiar a la diosa fortuna. Maquiavelo decía que ella, como mujer, ama a los hombres audaces que se arriesgan.



No hay más que temerle al temor mismo. Nada más.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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