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Xenofobia, el candidato indeseable


En estos días de saturación publicitaria preelectoral, no pocos santiaguinos habrán advertido unos groseros rayados xenófobos, en particular contra los inmigrantes peruanos. Lo menos obsceno que puede leerse en ellos son ideas tales como: «Chileno: los peruanos traen el cólera y la tuberculosis. Ä„Cúidate!» Algunos amigos me han comentado que rayados de esta índole se repiten en otros lugares del país, en particular en el norte.



Hace unos días, junto a un grupo de alumnos y colegas de la Universidad Alberto Hurtado indignados por la situación, procedimos a borrar algunos de esos rayados ejecutados en el entorno cercano a nuestra Casa Central.



Invitamos a que se nos sumaran a alumnos latinoamericanos de nuestra maestría en Estudios Sociales y Políticos, entre quienes se cuentan peruanos, bolivianos, mexicanos, argentinos, ecuatorianos, guatemaltecos, costarricenses, brasileños, haitianos, venezolanos, colombianos y, desde luego, chilenos.



Se trató por cierto de un gesto testimonial, motivado por nuestra indignación cívica. No obstante, la amplia escala de esta campaña xenófoba requeriría una mayor preocupación por parte de la autoridad pública.



Algunos medios de prensa -entre ellos El Mostrador.cl– han destacado algunas iniciativas loables, como el borrado de rayados por parte de funcionarios ligados a entidades encargadas de velar por la no discriminación.



A nuestro juicio, el tema requeriría un esfuerzo más decidido, no sólo porque los rayados borrados reaparecen rápidamente. No es casual que esta campaña surja en un contexto de altos niveles de cesantía. Es el caldo de cultivo clásico en el que suelen nutrirse los movimientos fascistoides en cualquier parte del mundo.



Producto de esa circunstancia, suelen captar coyunturalmente un cierto nivel de adhesión de masas, pero sus efectos objetivos y subjetivos trascienden con mucho la coyuntura. En breve, un brote xenófobo suele generar a lo menos odiosidades que trascienden largamente en el tiempo.



Por otro lado, es grave que este fenómeno aparezca en un Chile que -fallidamente, es cierto- fue concebido hace algunos meses como centro de un congreso mundial de organizaciones neonazis.



No se debe olvidar que vacíos en nuestra legislación impidieron prohibir el evento, y se recurrió más bien a una política de control migratorio para impedir el acceso de tan granado grupo de pensadores.



En Chile conocimos bajo la dictadura la experiencia del famoso Artículo Octavo transitorio, que permitía la proscripción de partidos o movimientos nada más que por profesar ciertas ideas que el régimen abominaba (de manera eufemística, el artículo en cuestión permitía proscribir a cualquier partido o movimiento que exhalara un mínimo perfume de marxismo). Nos quedó la convicción que toda proscripción de partidos o movimientos por razones ideológicas es un fenómeno negativo que restringe la democracia.



Sin embargo, la pregunta pertinente hoy es la siguiente: ¿La tolerancia democrática puede extenderse a movimientos que derechamente y de manera organizada promueven la xenofobia y rozan el umbral de la incitación a la violencia racial?



Desde luego, son preguntas que en un contexto electoral muy probablemente caigan en saco roto para la clase política. Se trata, sin embargo, de un problema al que se debe prestar la debida atención, una vez pasados los furores de campaña.



Si lo que falta son herramientas legales pertinentes, Ä„pues hay que proveerlas mediante acuerdos en el Congreso! Si de lo que se trata es de aplicar leyes vigentes, hay que hacerlo.



Finalmente, una observación no trivial. Resulta por lo menos curioso que estando tan al centro del debate dos grandes ideas en materia de integración económica como el proyecto del gas boliviano y la recién planteada plataforma minera Chile-Perú (proyectos que traerían ventajas a todas las partes involucradas) este tema anexo no haya salido con más fuerza a la palestra pública.



El punto es muy simple: la globalización implica un incremento radical de los flujos, de las conexiones en red, y ello es válido para los capitales, los bienes y también, por cierto, para las ideas, los gustos y las personas, que son las que crean y vehiculan todo lo anterior.



Cuando empezamos a cruzar el umbral de un nuevo siglo, tal vez nos convendría repensar aquello que fue parte constitutiva de nuestra identidad: «Que o la tumba serás de los libres, o el asilo contra la opresión». Ahora que las dictaduras tienden a quedar en el pasado olvidable en América Latina, renovemos esa vocación tratando, por lo menos, de ser un asilo de no discriminación.



A veces me pregunto para qué escribo esta columna. A veces me digo: Ä„quién carajos la lee! Aquel día, borrando rayados xenófobos y hoy, reflexionando sobre ello, me digo que es mi manera de hacer política, en el sentido etimológico de hacerme cargo de los problemas de la polis.



Por cierto, es una trinchera ínfima, pero desde ella quiero interpelar a tanta gente amiga, conocida y desconocida que alguna vez comulgó con el progresismo y hoy, pudiendo hacer algo, parece embotada, dormida, acunada -Ä„ah, qué placer!- por el mercado.



Postscriptum: Este artículo tiene una deuda de amistad con Jimena Anguita y, por cierto, con los alumnos y colegas de la Universidad Alberto Hurtado.





* Doctor en Sociología, coordinador del Seminario Interdisciplinario UAH



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