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La necesidad de un buen capitán para el equipo

Chile necesitará más que nunca de un capitán de un gran equipo que nos conduzca en medio de las tormentas, nubarrones y chubascos (no exageremos tampoco, Chile está bien, pero puede más). Necesitamos de una cabeza que capitanee ese esfuerzo de gobierno.


¿Cuál es la mejor forma de organizarnos y vivir en común, en justicia y paz, a pesar de nuestras diferencias y pobrezas? Esta es la pregunta política por excelencia, y nos acompaña desde hace miles de años. Es una pregunta sin respuesta clara aún.



Herodoto, el padre de la historia, relató hace 2 mil 500 años un diálogo entre tres persas, Otanes, Megabyzo y Darío. Cambises, su rey, había muerto y estos líderes se reunieron tras cinco días de disturbios. Anotemos que siempre se producen discordias profundas cuando el traspaso del poder no está bien regulado y legitimado.



Otanes defendió el gobierno de los muchos, la democracia. Megabyzo propuso la oligarquía, el gobierno de los pocos y ricos. Darío promovió continuar con las instituciones patrias monárquicas, el gobierno de uno y sabio. Ganó Darío, quien llevaría a los persas al pináculo del poder civilizador.



Luego vino la derrota de Jerjes, Artajerjes y Darío. Un joven imperialista macedónico y amante de la polis griega que su maestro Aristóteles le enseñó, los derrotó en Isos. El nombre del audaz y valiente joven que murió a los 33 años es Alejandro Magno.



Chile ha tenido sus Otanes, que instauraron formalmente y ampliaron la democracia que este país supo atesorar desde principios de la república. Los Megabyzo crearon una oligarquía competitiva durante el siglo 19. Y su plutocracia renace en las elecciones parlamentarias chilenas, tan caras como insípidas.



Mañana serán los lobbys empresariales, Megabyzo y asociados, los que nos recordarán el poder del dinero en la política. Chile ha tenido sus Daríos en monarcas, dictadores y tiranos. Cosa del pasadoÂ… ojalá.



Los primeros patriotas de 1810 discutieron si continuarían apoyando la monarquía española u optarían por la república. Carrera y O’Higgins zanjaron la cuestión. Y dentro de la república se alzaba la experiencia de la Asamblea Francesa revolucionaria o el presidencialismo norteamericano. Ganó el segundo, por miedo al terror francés y la anarquía caudillista, militarista y regionalista que estalló en las Provincias Unidas argentinas y en varios países de América Latina. Se impuso un gobierno fuerte y realizador mediante un Presidente de la República, órgano supremo de la nueva nación.



Lo cierto es que aún el gobierno de los muchos requiere un líder. Sobre todo en tiempos de crisis o de gran fragmentación política, es clarísima la necesidad de una cabeza y un corazón esclarecidos que indiquen un oriente, es decir, que orienten. Siempre necesitamos de un capitán que encabece (caput) al equipo.



Hay quienes, razonablemente, sostienen que enfatizar mucho la autoridad del Presidente puede conducir al autoritarismo, y que es mejor optar por distribuir el poder en una asamblea pluralista y representativa permanente como el Congreso. Esto es el tipo parlamentario de gobierno.



Chile optó por el tipo presidencial, para fortalecer la autoridad civil sobre el poder militar, superar con legitimidad democrática la fragmentación partidista y corporativista y dar profundidad estratégica al proyecto nacional.



Sabemos que las elecciones parlamentarias no nos permitirán salir del agotamiento evidente de la economía abierta de mercado, que no crece como ayer y que no redistribuye como se requiere con urgencia. Tampoco saldremos del estancamiento político que impide concluir con una instauración democrática institucionalmente incompleta, y que impide la profundización democrática. Cientos de miles de jóvenes no inscritos nos miran con escepticismo y enojo.



Más allá de las cifras electorales que se estrechan en la separación entre gobierno y oposición, el sistema binominal y los altísimos quórum necesarios para las reformas constitucionales nos conducirán a otro empate negativo que será cada vez más asfixiante, pues ese resultado institucional impide tomar las decisiones que Chile requiere adoptar en salud, trabajo, previsión, descentralización, educación y democratización.



Si estuviéramos en un tipo parlamentario de gobierno, después del 16 de diciembre al jefe de gobierno no le quedaría otra cosa que empezar una interminable negociación de cargos de gobierno y proyectos de ley, con un Congreso dividido y fragmentado.



En el tipo presidencial de gobierno, un Mandatario democrático puede, junto con asumir compromisos ineludibles, apelar a la legitimidad que le dio por una elección directa en que más de siete millones de personas votaron válidamente por una persona, un equipo y un proyecto. Y decidir un rumbo.



Chile necesitará más que nunca del capitán de un gran equipo que nos conduzca en medio de las tormentas, nubarrones y chubascos (no exageremos tampoco, Chile está bien, pero puede más).



Necesitamos de una cabeza que capitanee ese esfuerzo de gobierno.



El 16 de diciembre el pueblo expresará su fuerte voz. Y Ricardo Lagos, tras escuchar y meditar, deberá entrar en medio del ágora pública y tomar la palabra. Escucharemos todos con atención.



* Abogado y cientista político, director ejecutivo del Centro de Estudios del Desarrollo (CED).



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