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Defensa de Cavallo

¿Por qué escribir a favor del ministro argentino? Por una sola razón: porque cuando la crisis se hace inmanejable, él sigue allí. Y cada día, como sea, inventa una nueva fórmula, un nuevo remedio casero para intentar frenar la avalancha que se viene encima y que desde hace tiempo hace oír su estruendo.


El lunes pasado escribí críticamente sobre Domingo Cavallo, el ministro de Economía de Argentina que ha tomado el timón del país y navega por las aguas de una crisis que parece no tener remedio. Hoy escribiré en su favor.



La magnitud de la crisis trasandina se resume en la siguiente anécdota: un chileno estuvo en Buenos Aires hace dos fines de semana, y vio en un local comercial un pantalón de una tienda que vende en tres o cuatro países de América Latina, por lo que la etiqueta tenía los precios de Argentina y Chile. La prenda costaba en nuestro país 19 mil 990 pesos (de acuerdo a esa estúpida costumbre de los comerciantes de cobrar 20 mil pesos menos 10, para aminorar el impacto visual de las veinte lucas), y en Argentina valía 45 pesos (dólares), es decir, por lo menos 30 mil pesos.



La explicación es obvia: Chile ha devaluado aproximadamente un 25 por ciento durante este año, y Brasil un 40 por ciento. ¿Y Argentina? Nada. Firme con lo de la paridad a la que Cavallo se aferra y, con él, el presidente Fernando de la Rúa (porque parece que el que manda, en esos temas, es el ministro y no el presidente).



Los efectos son evidentes. ¿Cómo pueden competir los exportadores argentinos? ¿Cómo no aguantar con la paridad si muchas de las deudas, no sólo de las empresas sino también de la gente común, están en dólares?



¿Culpables? La lista debe ser inmensa. Menem de seguro está en ella. ¿Y Cavallo? Por supuesto.



¿Por qué escribir a favor del ministro argentino? Por una sola razón: porque cuando la crisis se hace inmanejable, él sigue allí. Y cada día, como sea, inventa una nueva fórmula, un nuevo remedio casero para intentar frenar la avalancha que se viene encima y que desde hace tiempo hace oír su estruendo.



Algunos dicen que es el único que cada jornada exhibe su pellejo de lagarto viejo, sus ojeras y sus ojos de iguana triste para ser devorado por los argentinos que desde hace semanas tienen como único pasatiempo, además del fútbol, disparar sobre la figura de Cavallo.



No es un mérito menor. Seguramente más mal que bien, él sigue haciendo su juego, poniendo sus energías en la salida que imagina. Y viaja a Washington, donde no tendrá otra cosa que reconocerse como prisionero del Fondo Monetario Internacional, esa institución que aspira -y en buena parte ha logrado- gobernar a todos los países del mundo.



¿Qué sigue empujando a Cavallo en esta empresa? ¿Negocios? ¿Órdenes de su superior, eventualmente el propio FMI? ¿Patriotismo? ¿Cálculo político? Algo de todo eso debe haber, salvo de lo último, a no ser que el ministro esté loco, porque hay que ser demente para pretender gobernar Argentina.



En todo caso, en este tiempo en que tantos optan por la privatización luego de ocupar cargos públicos (y no pocos profitan de los contactos y la información obtenidos durante su paso por el fisco), Cavallo ha elegido lo contrario: bajar a la arena de la política del día a día para sumirse en la crisis y no hacerle el quite al rol de patito de feria con que lo han premiado.



No sé si será coraje. O vocación pública. O ambición. O búsqueda de negociados. O estupidez. Pero Cavallo está ahí, con su pelada brillando como blanco de tiro. Sólo por eso merece que se le respete.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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