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Itinerarios de Neruda

La larga fiesta madrileña de Neruda se vio empañada por tres circunstancias. La fama creciente del poeta, el reconocimiento que se hace en España y en Francia del valor de su poesía, no podía sino ser tomada como un desacato a la medianía nacional, y despierta un surtido de rabietas y berrinches acá en la fértil provincia.


Luego de Pablo Neruda: Los caminos de oriente, libro que recorre la vida del poeta entre 1927 y 1933, Edmundo Olivares ha publicado recientemente Los caminos del mundo, segunda parte de esta saga biográfica que comprende los años que van desde 1933 a 1939.



En Los caminos de Oriente, Olivares desplegó el drama del joven Neruda que emprende un largo viaje, desde un Chile provinciano hacia la otra orilla del mundo, y queda empantanado en la soledad y en un tiempo estático. En este nuevo capítulo de la biografía nerudiana, en cambio, el poeta aparece situado en el epicentro histórico y cultural del mundo como testigo privilegiado de los sucesos que lo están transformando: el ascenso del fascismo y la guerra civil española.



El libro de Olivares, junto con dar cuenta del acontecer biográfico, se sitúa en los escenarios de Santiago, Buenos Aires, Barcelona, Madrid y París, y describe el entorno social de Neruda en cada una de ellos.



Si para Hemingway el París de entreguerras fue una fiesta, para Neruda lo fue Madrid desde 1934 a 1936. Fiesta de bohemia, de amistades, y de poesía. Junto con tener un ámbito social tremendamente estimulante, el de los intelectuales españoles que lo acogieron, Neruda consigue su aspiración de publicar las dos primeras Residencias en España, y el valor y la originalidad de su poesía se reconocen en Madrid y en París.



Entre los personajes de la España de entonces se cuentan varios chilenos, entre ellos Carlos Morla Lynch, el histriónico y ocurrente músico Acario Cotapos y Gabriela Mistral, quien accede a canjear con Neruda su cargo consular de Madrid por el de Barcelona.



Gabriela Mistral, en este libro, aparece como retraída y en busca de la quietud y la distancia del mundo social. Olivares tiene la habilidad de retratar a los personajes evocando algún gesto o un acto revelador. Es lo que sucede con Mistral, a quien muestra en una reunión del gran mundo intelectual madrileño en casa de Morla Lynch. Allí sin previo aviso se levanta y se va, muy dignamente, sin despedirse de nadie, algo fastidiada por la frivolidad del ambiente.



La larga fiesta madrileña de Neruda se vio empañada por tres circunstancias. La fama creciente del poeta, el reconocimiento que se hace en España y en Francia del valor de su poesía, no podía sino ser tomada como un desacato a la medianía nacional, y despierta un surtido de rabietas y berrinches acá en la fértil provincia.



Como lo indica Olivares, es en esta época cuando Neruda empieza a convertirse en un poeta universal. Este desprendimiento de los estrechos límites de la provincia no puede realizarse sin ciertos desgarros, y desde la distancia, Neruda se gana algunos odios nacionales que serán vitalicios.



Empaña también su felicidad de esos años la enfermedad de su hija, Malva Marina, criatura que fue tan querida como efímera.



Por último está la sombra de la España oscura, militarista y clerical, la España opuesta a ese país festivo y generoso que amó Neruda. Esa sombra se manifiesta, por ejemplo, en los ataques virulentos que sufre García Lorca a raíz del estreno de Yerma, obra a la que se acusa de inmoral, doblemente sospechosa por pertenecer a un autor catalogado de homosexual.



El poeta granadino parecía predestinado a ser la primera víctima sacrificial de la España franquista, que reeditará la pesadilla de la Inquisición.



Luego de la euforia por el triunfo del Frente Popular viene el alzamiento de Franco, Madrid se transforma en una ciudad situada y arrasada por los bombardeos, y Neruda es expulsado del paraíso en que había vivido durante dos años.



Este es uno de los momentos decisivos en la vida del poeta, no sólo por el cambio que experimenta su poesía, desde las flores a la sangre. Contra lo que recomendaba la neutralidad diplomática, Neruda toma una posición clara y decidida a favor de la causa republicana, y escribe una carta abierta dirigida «a mis amigos de América» que se titula «¿Por qué estoy con el pueblo español?».



He aquí un intelectual -comenta Olivares- que contra toda prudencia y estando en una situación personal no precisamente favorable, dice lo que hay que decir, y lo dice con entereza y lucidez, con pasión y fuerza.



Uno de los funcionarios de la Cancillería le comentó al mismo Neruda que «el poeta había vencido al cónsul». Es que en ese momento el cálculo, la prudencia y la reticencia eran letales para la poesía.



Si hubiese ocurrido lo contrario, es decir si el cónsul hubiera enterrado al poeta, probablemente hoy tendríamos a un Neruda que luego de escribir las admirables dos primeras Residencias se habría dedicado a la carrera diplomática, y habría terminado siendo un funcionario decoroso.



Por suerte triunfó el poeta, y esa toma de posición a favor de una causa vinculada con el destino común de la humanidad es lo que llevará a Neruda a producir algunas de las cumbres de la poesía americana, como es Canto General; a convertirse en lo que la Academia Sueca llamó «el poeta de la humanidad violentada», que ganó el premio Nobel de Literatura en 1971, y a realizar uno de los actos más nobles de nuestra historia nacional, que fue traer al país de los refugiados españoles que llegaron en el Winnipeg.



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