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Parlamentarias: De la continuidad al «cambio»


Muchos hablaron de la noche negra en Alameda 1460 y de los grandes festejos en la sede de Avenida Suecia, pero pocos repararon en la alegría que desbordaba al denunciante Guido Girardi junto a sus más fieles colaboradores. Hubo una fiesta que, si bien no tuvo la resonancia que adquirió la de la UDI, dejó pendiente la celebración más importante: en las próximas elecciones, el PPD será la fuerza política de mayor peso en la Concertación.



El partido de Girardi no logró un ostensible porcentaje de votos, pero sí aumentó su representatividad, lo que dejó feliz al timonel del PPD, sobre todo cuando dijo que su partido era el único que estaba en reales condiciones de competir y derrotar a la UDI, un mensaje que no sólo quiso amedrentar a una derecha triunfante que aún no salía de su asombro, sino que también llegó a oídos de los hombres de la flecha roja, aún estupefactos ante el magro resultado.



En Alameda 1460 el ambiente era distinto. A medida que el Subsecretario de Interior entregaba los cómputos, las estacas en los corazones DC eran cada vez más fuertes: se bajaba violentamente la votación y, lo más grave, la representatividad en el Parlamento experimentaba un descalabro total e impensado.



Los errores del PDC, ya esbozados en otro artículo, salieron a flote, demostrando la impericia de los dirigentes para confeccionar una plantilla competitiva y eficiente en términos electorales, pues se bajó la votación en todos los distritos abandonados por sus antiguos «dueños», quienes prefirieron ir por una apuesta más audaz: el Senado de la República.



Todo funcionó mal, ya que se perdieron 3 diputados, cuestión que en 1989, 1993 o hasta en 1997, no habría causado mayor desazón, pero en las circunstancias actuales, este error fue más que decisivo.







Además, es importante señalar que los candidatos al Senado de la DC que presentamos en el cuadro obtuvieron las siguientes votaciones en sus distritos originales, es decir, en los que lograron mayorías importantes cuando aspiraron a un cupo en la Cámara, siendo éstos bastante superiores a los que obtuvieron sus reemplazantes.



Así, Ignacio Walker alcanzó en el distrito 10 un 28,6 por ciento; Aldo Cornejo un 23,3 por ciento en el distrito de Valparaíso; Roberto León obtuvo un significativo 35,6 por ciento en el distrito de Curicó, y Miguel Hernández logró un 29,8 por ciento en el distrito 49.



Este elemento no hace más que corroborar nuestra hipótesis respecto a la pésima estrategia utilizada por el PDC en la elección parlamentaria 2001.



Otro elemento que podemos utilizar para el análisis de cada partido, es el número de diputados que fueron electos con la primera mayoría, cuestión que frecuentemente no es considerada, pero que a nuestro juicio es un indicador válido, pues en algunos casos determina la verdadera hegemonía de un candidato en un distrito específico.



No obstante, es importante señalar que cuando la elección es estrecha este mecanismo pierde validez. Sin perjuicio de lo anterior, cuando un candidato logra una primera mayoría significativa tiene prácticamente asegurada la reelección, construyendo así un nicho infranqueable que se debe mantener a base de un trabajo cercano con la comunidad.



En síntesis, la primera mayoría, sobre todo si supera el 35 por ciento da un sentido de permanencia al candidato en su respectivo distrito.







Del cuadro se desprende el enorme crecimiento de la UDI en cuanto a primeras mayorías, con lo que prácticamente asegura 18 reelecciones para el 2005, cuestión que contrasta con el PDC, que sufrió una brusca baja de 19 a 8 primeras mayorías, resaltando por sobre todo la obtención de apenas una en las principales regiones del país en términos electorales, es decir, las que concentran el mayor número de votantes: Región Metropolitana, V, y VIII.



Además, el postulante del PDC en el distrito correspondiente a La Florida, consiguió un triste récord para su colectividad: fue el candidato con el porcentaje más bajo en toda la historia electoral del PDC en la Nueva Democracia, con un 3.6%, el que resulta escandaloso si consideramos que en 1989 el PDC alcanzó un 25.6%, en 1993 un 32.9%, y en 1997 un 20.7%.



Es importante notar la estabilidad del PPD y del PS, quienes presentan candidatos «estrella» en varios distritos, tales como Guido Girardi, Aníbal Pérez, Sergio Aguiló, Alejandro Navarro, quienes han mantenido sus votaciones logrando incluso, Girardi y Navarro, conseguir que su compañero de lista también sea electo, aunque en estos comicios el número de doblajes bajó de 11 a 4, siendo dos de ellos encabezado por un DC, Patricio Walker y Jaime Mulet.



Al considerar solamente la última elección, y ponderando el número de primeras mayorías con el número de escaños en que cada partido competía, el cuadro cambia, pues el PDC presentó candidatos en 56 distritos, el PPD en 26, EL PRSD en 15, el PS en 22, la UDI en 59, y RN en los 60 distritos, considerando por cierto a los independientes que iban por el pacto en el cupo de cada partido. Así, porcentualmente el cuadro queda diseñado de la siguiente forma:







De acuerdo a este cuadro, es posible deducir la gran diferencia entre el PPD y el resto de los partidos, pues al competir sólo en 26 distritos logró 11 primeras mayorías, de lo que se deduce el fuerte liderazgo de sus representantes y el consiguiente significativo respaldo que recibe de la ciudadanía.



Cuando Girardi señala que el PPD es capaz de ganarle a la UDI en varios distritos, lo que se demostró en esta elección, no está mintiendo; muy por el contrario, dice la verdad, pero esa afirmación no apunta necesariamente a la UDI, sino al PDC, pues el argumento es el siguiente: «Los candidatos DC no fueron capaces de derrotar a la UDI, pero nosotros sí, en circunstancias de que sólo competimos en 26 distritos». De esta forma, Girardi establece la primera señal de alerta para los DC.



Una de las principales lecciones que dejó este proceso electoral, es que las estrategias de campaña y de conformación de listas es un factor determinante para el resultado final, por lo que tal proceso debe ser tomado realmente en serio, dejando de lado triquiñuelas partidarias y apelando a un sentido de racionalidad y meritocracia, es decir, seleccionar a los mejores candidatos.



Otro elemento que hemos observado en ésta como en otras elecciones es la personalización de la política y la despartidización, cuestión que ha sido dicha por todos, pero donde no hemos notado un análisis profundo y simple a la vez.



Si consideramos los candidatos que obtuvieron mayor respaldo ciudadano, podemos percibir la predominancia del líder temático por sobre el líder político. Con lo anterior, afirmamos que la ciudadanía está optando por aquellos candidatos que han encontrado un perfil de desarrollo asociado a determinadas áreas.



Por ejemplo, en el PPD notamos una fuerte presencia del estilo asociado a la denuncia, siendo sus máximos exponentes Girardi y Nelson Ávila; en el tema relativo a la delincuencia y seguridad ciudadana, Alberto Espina y Pía Guzmán han asumido la voz cantante en esta materia; en la UDI hemos visto a Carlos Bombal ganando una elección difícil en 1997 a partir del tema «drogas» como bandera de lucha, cuestión que fue retomada por Jaime Orpis, quien derrotó a Julio Lagos en la Primera Región.



En la UDI notamos, además, que el círculo de hierro de Lavín, es decir, los hombres más cercanos y en quienes parece asimilarse completamente el discurso del alcalde de Santiago, logran importantes mayorías. Hernán Larraín, Juan Antonio Coloma y Pablo Longueira, quien asumió el desafío de competir en Conchalí logrando la primera mayoría, son tres ejemplos claros de lo que aquí se señala, y que parece explicar en términos generales el alza de la UDI.



Todos sus candidatos, al parecer, tenían bastante clara esta idea, pues se fotografiaron con Lavín presidencializando la campaña, pero obteniendo a cambio una contundente mayoría en la Cámara y alcanzando un altísimo porcentaje electoral.



El tema de los derechos humanos tampoco puede dejarse fuera del análisis, pues Gabriel Ascensio y Juan Pablo Letelier obtuvieron importantes votaciones en sus respectivos distritos, dejando en claro la vigencia del tema y la necesidad de continuar con su discusión hasta esclarecer la historia negra de Chile durante el autoritarismo.



De lo anterior se concluye que la pérdida de la capacidad identificadora de los partidos políticos se hace cada vez más evidente, haciendo peligrar la consolidación de un sistema representativo mediado por estas instituciones y asumiendo, en cambio, la identificación personal y temática con los candidatos. Así, es el líder temático el que tiñe y colorea a su partido, y no viceversa.



La UDI han leído esta realidad anticipando al resto, pero en ningún caso será ésta la última palabra. Sólo es cuestión de renovación, relectura, reposicionamiento y cambio definitivo del estilo político.



Es fácil decirlo, no así hacerlo, pues eso involucra en varias colectividades cambios revolucionarios destinados a eliminar ciertas artimañas de gestión, por lo que se debe impulsar un sistema moderno de reclutamiento donde quede absolutamente desterrada la máxima «antigüedad es grado», pues el verdadero grado lo entregará la capacidad exclusiva del militante y no la predeterminación por parte de los reconocidos jerarcas.



De esta forma, es posible generar un verdadero «partido de profesionales», lo que no es sinónimo de exclusión, sino que todo lo contrario, es decir, de inclusión, pues el partido contará con mejores cuadros técnicos destinados a detectar las necesidades sociales y construir discursos de futuro amparados en visiones tanto académicas como políticas, lo que implica, de por sí, un giro profundo en las estructuración partidaria, dejando de lado a los viejos «jerarcas» que ya cumplieron su tarea y que en el actual sistema están totalmente obsoletos.



A veces, y especialmente en momentos de crisis, es bueno faltar el respeto, pues de lo contrario la estructura partidaria se derrumbará. Y lo peor de todo, caerá no sólo con sus militantes dentro, sino que con los mencionados y venerados «jerarcas» incluidos.



* Mauricio Morales es cientista político y periodista.



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