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El concepto de trabajo decente: no sólo crear empleos

Para la gente, la idea de trabajo decente está íntimamente relacionada con su puesto de trabajo y sus perspectivas futuras, sus condiciones de trabajo, el equilibrio entre el trabajo y la vida familiar, el cuidado de la salud, la posibilidad de enviar a sus hijos a la escuela o de evitarles el trabajo infantil. El trabajo decente está también relacionado con la igualdad de género, la igualdad de reconocimiento y la capacitación de las mujeres para que puedan tomar decisiones y asumir el control


Un trabajo decente es sinónimo de trabajo productivo, en el cual se protegen los derechos de los trabajadores y engendra ingresos adecuados con una protección social apropiada. No se trata simplemente de crear puestos de trabajo: es preciso que esos puestos de trabajo sean de una calidad aceptable.



No es posible disociar la cantidad del empleo de su calidad. El trabajo decente es el lugar de convergencia de los cuatro puntos estratégicos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT): la promoción de los derechos fundamentales en el trabajo; el empleo; la protección social y el diálogo social.



Incluso antes de los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos y sus efectos sobre la economía global, el mundo estaba confrontado ya a un enorme déficit de trabajo decente. A lo largo de los años ’90 el número global de desempleados pasó de 100 a 160 millones; en la actualidad, cerca de mil millones de personas están ya sea desempleadas o subempleadas o se encuentran en la condición de trabajadores pobres.



El 80 por ciento de la población en edad de trabajar no tiene acceso a una protección social básica. Todo esto constituye una grave crisis de seguridad humana. Es el mal crónico de que padecen las sociedades en nuestra época.



Para la gente, la idea de trabajo decente está íntimamente relacionada con su puesto de trabajo y sus perspectivas futuras, sus condiciones de trabajo, el equilibrio entre el trabajo y la vida familiar, el cuidado de la salud, la posibilidad de enviar a sus hijos a la escuela o de evitarles el trabajo infantil. El trabajo decente está también relacionado con la igualdad de género, la igualdad de reconocimiento y la capacitación de las mujeres para que puedan tomar decisiones y asumir el control de su vida.



El trabajo decente es un objetivo y no un estándar. Es un objetivo personal para los individuos y familias, y un objetivo de desarrollo para los países. La esencia de lo que las personas quieren del trabajo permanece constante a través de las culturas y niveles de desarrollo. Todos los países, incluso los más desarrollados, tienen desafíos de trabajo decente. Todas las sociedades tienen sus propias percepciones de lo que se considera decente y necesario, y es preciso construir una propuesta común a partir de esas percepciones.



Este concepto apunta a reforzar las capacidades personales de cada trabajador para competir en el mercado, de mantenerse al día con las nuevas calificaciones tecnológicas. Apunta también a desarrollar las calificaciones empresariales y a que cada uno reciba una parte equitativa de la riqueza que ha ayudado a crear. Busca evitar la discriminación, y a que cada trabajador tenga una voz en el lugar de trabajo y en la comunidad.



Los principales obstáculos, los que han producido un déficit global de trabajo decente, son cuatro: una oferta de empleo insuficiente, una protección social inadecuada, la denegación de los derechos en el trabajo y deficiencias en el diálogo social.



Hay 160 millones de personas desempleadas en el mundo. Detrás de esta estadística hay un mar de miseria humana y de potencial desperdiciado. La cifra no traduce la magnitud de la tragedia de la cual son víctimas familias enteras. Si consideramos también las personas subempleadas, la cifra se dispara a por lo menos mil millones.



De cada 100 trabajadores de todo el mundo, seis están totalmente desempleados de acuerdo con la definición oficial de la OIT, y otros 16 no pueden ganar lo suficiente para que su familia pueda superar el umbral mínimo de pobreza de un dólar por día y por persona. Muchos otros trabajan largas jornadas con poca productividad, tienen empleos ocasionales o precarios, o quedan excluidos de la fuerza de trabajo sin que se los contabilice como desempleados.



La denegación del derecho a la libertad sindical y de asociación y la incidencia del trabajo forzoso y del trabajo infantil y la discriminación siguen afectando al mundo de hoy. Hay 250 millones de niños que trabajan en todo el mundo. Las investigaciones en curso en el Instituto Internacional de Estudios Laborales indican que aproximadamente dos países de cada cinco tienen serios o graves problemas en relación con la libertad sindical.



En algunos casos, los abusos son la consecuencia de decisiones deliberadas y conscientes, y se les podría poner término mediante un acto de voluntad política. En otros, se les podría hacer frente mediante políticas bien concebidas, iniciativas privadas, una mayor cooperación técnica y mecanismos de control de la OIT más efectivos. Es necesario que los actores de la sociedad, sin excepción, se sientan responsables de las políticas en esta esfera, pues de otro modo será muy difícil hacerlas aplicar.



Las proporciones de la brecha de la protección social son en verdad alarmantes. Pese a que la información a nivel mundial es muy fragmentaria, parece probable que tan sólo un 20 por ciento de los trabajadores de todo el mundo estén amparados por una protección social realmente adecuada. Esas cifras indican que 3 mil personas mueren cada día como consecuencia de accidentes del trabajo o enfermedades profesionales.



Los rápidos cambios de la economía globalizada, que engendran presiones competitivas cada vez mayores y reducen la seguridad del empleo para muchos, han creado, además, nuevas incertidumbres en el mundo del trabajo.



Aunque nadie pretende que la seguridad perfecta sea posible, y la excesiva protección puede entorpecer la iniciativa y la responsabilidad, la seguridad básica para todos en diferentes contextos de desarrollo es fundamental tanto para la justicia social como para el dinamismo económico, y resulta esencial para que la gente pueda utilizar al máximo sus capacidades.



En este marco, las ideas en que se sustenta el trabajo decente han sido siempre parte de la visión de la OIT. Lo que hoy estamos construyendo se apoya en los sólidos cimientos de 80 años de historia. En su constitución, de 1919, se afirma que la paz universal y permanente sólo puede basarse en la justicia social. Y en la Declaración de Filadelfia de 1944, se reconoce que la pobreza en cualquier lugar constituye un peligro para la prosperidad de todos.



Estas son verdades profundas, que la historia del siglo 20 confirmó una y otra vez. Estas son también las aspiraciones que la humanidad plantea a sus dirigentes.





*Juan Somavía es director general de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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