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Una República por construir


En este último domingo de 2001 hay algo así como un aire de bostezo dominical de una tarde brumosa que no termina tan pronto como deseamos. Me gustaría tener la elocuencia de Saramago para describir una situación como ésta, pero hay que conformarse con lo que tenemos.



Parecería lógico referirse a los cambios políticos que ha iniciado el Presidente Lagos. Mejor no hacerlo, pues se corre el peligro de aventurar juicios y opiniones que reflejan la mera contingencia o, peor aún, el llenarse de entusiasmo para sufrir después un desengaño.



En todo caso, el cambio generacional, tan saludado por algunos medios que no saben qué decir u opinar sobre temas de fondo, no me pareció gran cosa, pues creo que la experiencia acumulada en la lucha contra la dictadura es el mejor acicate para no hacer lo mismo que hicieron los que se apoderaron del país durante 17 años.



Será obsesión mía esto de decir que la Concertación no es un pacto neoliberal y puramente libremercadista, pero como estuve entre los testigos y actores de su nacimiento, no me pueden contar cuentos.



Bienvenidos los jóvenes, pero que nadie sueñe que con un cambio de caballos se arregla el tema de fondo, esto es, la subsistencia de cesantes, miserables, pobres, clases medias angustiadas, pequeñas y medias empresas extorsionadas por el sistema financiero.



Como éste es un debate que aún no se hace, quiero decir que es bien cierto que el Presidente es el jefe y responsable exclusivo de su gobierno, pero es cuestión de todos abordar cómo piensan enfrentar las fuerzas políticas y sociales el futuro cercano.



Los medios al servicio del sistema se han solazado con los dimes y diretes entre el jefe de Estado y un ex respetado Presidente. A mí, en cambio, se me vino a la cabeza el recuerdo doctrinario de un ex senador republicano y radical que reclamaba a voz en cuello la necesidad de cambiar esta rara avis que siguen llamando «Constitución», para terminar con la idea de césaropapismo, de poderes omnímodos y totales que se le asignan a una sola persona, como si fuera posible concebir en ese plano una sociedad democrática moderna.



Se trata de distinguir entre jefe de Estado y jefe de Gobierno, hacer participar al Parlamento en la confianza con la que actúa el gobierno, y dividir el poder entre todos los territorios de la República abriendo paso a ciudadanos realmente iguales en derechos; establecer, en suma, un nuevo ordenamiento jurídico que nos haga entrar al siglo 21 de pie y no como meros súbditos, como es el sueño de los que acumulando riqueza en pocas manos van construyendo un mundo de esclavos.



Por eso mis augurios y parabienes de Año Nuevo son para la República , esa que aún debemos construir.



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