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Por encima de los falsos dilemas


Se nos ha ido un año político con mucha campaña y poca champaña. Un año casi de paréntesis, ocupado por una incolora guerra de trincheras entre el oficialismo y la oposición, con esporádicas intervenciones en falsete de la avizorante cúpula empresarial.



Chile sigue siendo un país en statu quo, con un espíritu de empate inagotable. Las elecciones parlamentarias no han cambiado dramáticamente el mapa establecido de los poderes partidarios. Ahora, con la crisis llorada de la DC y el avance enfático de la UDI y de la Alianza por Chile, sólo queda despejar la incógnita de cómo se comportarán los jugadores, tras el rebaraje, para aprovechar los pequeños cambios posicionales.



Los medios de comunicación, mayoritariamente afectos a los aliancistas, hacen su trabajo. Llevan meses – más bien años – emplazando al gobierno y, sobre todo, al presidente Lagos: lo ponen ante dilemas, con olor a trampa, a fin de que sienta la obligación de definirse ante ellos.



Hay un catálogo dialéctico jaleado por editores y analistas en esta Albania de dogmatismos extremos y de verdades eternas. Se van publicitando pródigamente las divisiones y diferencias de humor de la gente de la Concertación. Al principio de los noventa, la división era entre ortodoxos y renovados. Más tarde, se estableció entre populistas y modernos. Últimamente, el enfrentamiento se escenifica entre estatistas y liberales.



Se trata de unas etiquetas muy primarias y claramente capciosas. Por una parte, se encuentran los nostálgicos, los anticuados, los conservadores; por otra, los progresistas, los dinámicos, los puestos al día.



Hay un corte inapelable entre los que se han subido al tren de la historia y los que se han quedado torpemente en el andén. Día a día, los estrategas de la prensa nos diluvian la mente con la inteligencia, la apertura, el buen sentido de los unos, y con el anacronismo y el rancio e inútil sentido doctrinario de los otros. Lo curioso es lo bien que ha funcionado este guión hollywoodense de serie B.



Pues bien: se pretende que el presidente incurra en definirse entre estas alternativas cazabobos. A través de ellas, le están transmitiendo al mandatario y a toda la sociedad, el viejo mensaje que el conservadurismo histórico de todos los tiempos ha predicado: que las mejoras sociales, la redistribución de los recursos y otros inventos contra natura representan un peligro para el crecimiento y para el futuro de un país.



Los cambios siempre son inoportunos: si arrecia la crisis, no es momento de peligrosas innovaciones y si las cosas funcionan bien, para qué cambiar. Recuerdo que en el año 1992, un prohombre del ejecutivo concertacionista me decía con un poco de horror que no había que ceder ante las voces de sirena de ciertos conceptos como la redistribución. Aquella palabra era lo peor.



Objetándole con el argumento de las diferencias escandalosas de ingresos, quedó algo meditativo. Respondió, al fin, que se iría normalizando la situación, cuando se llegase a un momento crítico de acumulación de capital. Pero la palabra redistribución sigue activando los mismos anticuerpos de entonces, aunque sus detractores gozan ahora de una buena conciencia infinitamente más saneada.



Hace unos años le oí afirmar con mucha convicción a Ricardo Lagos, comentando el tratado europeo de Maastricht, la necesidad de combinar en Chile los planes de crecimiento económico con el despliegue de una carta social. Esta es, creo yo, una obsesión del presidente para su mandato.



A pesar de todas las presiones, él sabe que su gobierno está obligado a inventar día a día la moderna cuadratura del círculo: esa fórmula de maximización en que se encuentran el crecimiento económico y el desarrollo social para satisfacción republicana del conjunto de los ciudadanos.



El persistente malestar de los últimos años que cunde todavía en el país, se debe a que no se ha dado con esa fórmula, ni siquiera se la ha buscado con suficiente ahínco. Lagos es consciente de que su presidencia de la Concertación III tiene ese mandato: no sólo promover una economía más dinámica, sino también una sociedad más equilibrada y fraternal. Eso se le demanda como valor añadido a su sexenio.



El gobierno, por medio de Alvaro García, ha lanzado el concepto de crecimiento con seguridad social. Es una manera de superar los falsos dilemas y de reconocer que lo social y lo económico son los dos motores necesarios para transitar exitosamente hacia el desarrollo. Significan el ying y el yang de una sociedad que se estima a sí misma y que tiene el valor de mirarse críticamente las arrugas en el espejo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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