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Una agenda económica por el desarrollo y la justicia


Al respecto no faltaron las explicaciones infantiles sobre el supuesto apoyo hacia ciertos candidatos por parte de La Moneda en desmedro de otros, así como el hecho de que las posiciones críticas e irresponsables de ciertas figuras hayan hecho caer sobre la Democracia Cristiana, todo el peso del desgaste político de tres gobiernos y de la crisis económica imperante.



Sin embargo, ha faltado el espíritu crítico y nadie ha querido referirse al sistemático abandono que ha hecho la Concertación de la legítima aspiración por la igualdad. Este y no otro ha sido el histórico grito de guerra de uno y cada uno de los partidos que integran la Concertación, desde los radicales hasta los socialistas y desde la Democracia Cristiana al PPD. Estas tiendas políticas han hecho de la necesidad de justicia, la palanca que los ha llevado siempre a representar a las grandes mayorías que han sido víctimas de una sociedad manejada por oligarquías selectas y muy poco democráticas.



La traición de la aspiración por la igualdad es, desde mi punto de vista, la principal causa que explica la caída de la Concertación y el progresivo avance de la derecha radical. Independientemente, es preciso reconocer que esta derecha convoca a los más poderosos grupos empresariales que financian las campañas, monopoliza la propiedad y gestión de los medios de comunicación y tiene un sentido mucho más político que los «líderes progresistas» que hoy gobiernan el país, puesto que éstos han abandonado la práctica de construir poder desde la base, creando centros de investigación y estudio, lideres de opinión y medios de comunicación, lo que ciertamente la UDI no ha olvidado.



Una de las cosas que más sorprendió de la jornada electoral fue el discurso victorioso de Lagos. Éste prefirió pasar por alto la contundencia y significado de los resultados y prefirió guarecerse en interpretaciones numéricas características de la decadencia política. El discurso del Presidente debió haber alegrado más a la UDI que a cualquier otro grupo político, puesto que de seguir en la misma dirección, como lo afirmó Ricardo Lagos, haciendo lo mismo que se ha hecho hasta ahora, el curso de la tendencia impondrá el primer presidente de derecha radical elegido democráticamente, después de largas décadas de soberanía progresista.



Lo curioso es que el discurso victorioso de Lagos fue posible gracias a algunos parlamentarios que se han caracterizado por impugnar las políticas desreguladoras, por criticar la ausencia de políticas sociales más activas y comprometidas.



Sin embargo, el ala progresista de la Concertación, aquella que impidió una derrota mucho más contundente por parte de la UDI, no tiene ninguna representación en el gabinete ministerial y muy probablemente tampoco tenga alguna representación que no sea accesoria en el nuevo gabinete que debería conformarse.



Es muy difícil que un Ricardo Lagos más lúcido y con mayor sentido de la historia retome el histórico compromiso con la justicia que se hace inevitable, a menos que, con el argumento de la alternancia en el poder, permanezcamos impertérritos ante un eventual giro adicional hacia la derecha.



Lo anterior parece ser la opción de quienes concuerdan con la agenda pro crecimiento impulsada por la Sofofa y sus aliados en el gabinete ministerial, Jorge Rodríguez Grossi y Nicolás Eyzaguirre. Éstos han dado señales inequívocas de que la ruta se hará en esa dirección y no en otra. A ellos se han sumado los voceros del «liberalismo progresista», quienes independientemente de la aplastante derrota que sufrieron en las últimas elecciones parlamentarias, han salido a vocear la necesidad de no hacer nada sin antes preguntárselo a la derecha y de asumir, sin perder más tiempo, las reformas microeconómicas que propugna la Sofofa, es decir, profundizar la vieja receta neoliberal que a los argentinos les ha dado tan buenos resultados y que no es otra sino eliminar restricciones al capital, reducir aún más el tamaño del Estado y evitar a todo evento cualquier atisbo de redistribución de la riqueza.



Ricardo Lagos no parece darse cuenta de la urgente necesidad de reimpulsar no sólo aquellas políticas reactivadoras que se desmarquen del dogma de la no-intervención que obnubila al ministro de hacienda, sino también de retomar el compromiso con la justicia, que es el principal vínculo político de los partidos progresistas con el mundo popular.



La política económica hoy en día tiene dos supremas falencias: la primera consiste en no reconocer que la cuestión no es microeconómica sino de demanda interna. Como lo sostiene Ricardo Ffrench-Davis, el problema estructural grave que tenemos es la escasez de la demanda agregada, es decir, no hay ventas y la única solución conocida es un gran impulso al gasto que debe venir desde el Estado. La segunda falencia, es la ausencia de políticas orientadas a corregir las enormes injusticias que operan en Chile. Al respecto la Concertación se ha venido desentendiendo sistemáticamente y de continuar así, el discurso del cambio, por liviano y poco sustantivo que éste sea, seguirá calando hondo en la conciencia política del país.



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Marcel Claude es economista y director ejecutivo de la Fundación Terram.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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