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Renovación y look mediático

Evitando el discurso insincero, es del todo legítimo que los ganadores busquen mayor poder para realizar las transformaciones que representan y que no desean sólo vociferar. Es así en todo el mundo, desde los sistemas semipresidenciales al gabinete israelí, toman en cuenta las visiones que se deben articular en toda coalición.


Bien por el atrevimiento del Ejecutivo central de hacer cambios y renovar figuras para un nuevo impulso. En ese contexto -en el país de los peros- nos han criticado por atrevernos a comentar que en todo sistema, incluido el presidencial, se dan equilibrios con las fuerzas que sustentan al gobierno y que es un exceso lo anunciado por el nuevo intendente Trivelli de usar en un fast track un sistema de selección de los cargos con una consultora.



Duro esto de ir contra la corriente y no asumir festejos facilistas con mucho de look mediático, esa práctica extendida por la lavinización cosista que se cuela por todas partes y es fachada (aquello de que iban a trabajar con los mejores y en sus municipios hacen razzias, porque no se pierden en las «orientaciones políticas»). Repasamos esta coyuntura con sus virtudes y excesos.



Lo importante son las políticas públicas y las reformas estructurales que dinamizan un modelo. La pregunta es si el nuevo ministro secretario general de la Presidencia va a articular los acuerdos con los sectores más retardatarios para sacar adelante la mentada agenda progresista: reforma de salud, divorcio, descentralización, reconocimiento a los pueblos indígenas, mayor proactividad en el empleo pequeño y mediano. Si el nuevo ministro de Salud va a lograr reactivar una reforma difusa, controvertida y sin programas aún relevantes en su área.



Alguien dice que es un tontera pelear por cargos desde la óptica de los partidos progresistas, que tienen una agenda más osada y nítida y que fueron más votados por el pueblo el pasado 16 de diciembre. La reflexión obvia de fondo apunta a que los partidos representan agendas y valores, prioridades y esperanzas, y ellas se expresan en un gobierno presidencial de coalición en los roles y protagonismos de sus actores según las preferencias ciudadanas.



Es decir, evitando el discurso insincero, es del todo legítimo que los ganadores busquen mayor poder para realizar las transformaciones que representan y que no desean sólo vociferar. Es así en todo el mundo: desde los sistemas semipresidenciales al gabinete israelí toman en cuenta las visiones que se deben articular en toda coalición.



Public choice implica preferencias ciudadanas, y ellas se expresaron en diciembre, lo que se debe traducir en nuevas orientaciones de políticas, énfasis y personas. Los mercenarios del poder no son tales, y quizás sí lo son quienes buscan negar las orientaciones de una comunidad expresada en su mejor consultora, el voto popular.



Trivelli, en el ámbito del gobierno metropolitano, tiene razón en que no sirve de nada ser intendente para perder el tiempo buscando coordinar decenas de oficinas de ministerios centrales y reducirse a la basura y los partidos de fútbol de alto riesgo. El es parte de una opción potente del Presidente: renovar la clase política, introducir líderes de mayor cooperación pública-privada (si la centroizquierda no activa proyectos y genera empleos será expulsada del poder).



Sin embargo lo de la consultora -interesante si queremos tener head hunters para olfatear talentos para la administración pública- es una exageración, ni está cerca de alcanzar lo realizado en Nueva Zelanda.



La modernización de los estados democráticos avanzados va en dos direcciones: menos cargos nombrados centralmente a dedo por la vía de democratizar los gobiernos regionales (hemos dicho cien veces que sólo Chile se niega a esta reforma que incluso aceptó el PRI en México) y acotamiento de los cargos de confianza política (la reingeniería que nos puede llevar a concluir que el director regional de arquitectura puede ser de carrera, seleccionado por un jurado plural y público).



Pero no chamullemos (gran verbo chileno). Bien decía David Gallagher hace un año en un matutino: hay que gobernar sin estar tan pendiente de toda encuesta y el look mediático. Es para volverse locos.



La política y sus partidos dan orientaciones cruciales, son por esencia espacio de reclutamiento de líderes tecno-políticos, no pueden dar señales de ser los nuevos parias y seguir el jueguito de desprestigio de la actividad política que tanto daño hace al desinstitucionalizar la democracia. No requerimos saber todos los días, además, que estamos en un régimen presidencial y centralista.



Trivelli puede ayudar a persuadir al Ejecutivo para que el administración regional y su intendente sean un verdadero gobierno metropolitano electo por el pueblo, con competencia claras, recursos autónomos y equipos integrados con una plataforma precisa. Ojalá no se la pase peleando con los ministros respecto de si esto es tuyo o mío. Con todo, es potente que el Presidente comprenda que los territorios también requieren poderes ejecutivos en las regiones.



Seguiremos bregando por las transformaciones estructurales de sello democratizador y solidario, reivindicando las basureadas palabras política, partidos, equilibrios, coalición y descentralización, aunque en las encuestas marquen bajo cero.



* Diputado electo por Rancagua y militante del PPD..



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