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El buen administrar


El verano se desenrolla como una boa -con su abulia, su aparente pesadez y, al mismo tiempo, su vértigo- y las gargantas están más ocupadas en tragar brebajes refrescantes que graznar discursos.



El verano no es el momento de la política, está claro. Pero, de todos modos, es inevitable reflexionar sobre la placidez que se ha instalado luego de las elecciones parlamentarias.



En la oposición es el momento de recuperar fuerzas y, por sobre todo, tratar de entender porqué el electorado, luego de tantos años y tanta munición utilizada, sigue dándole mayorías al oficialismo. Por de pronto, la UDI parece haber instalado su supremacía en la Alianza, pero en el verano las cosas maduran y habrá que ver como será ese proceso de aquí a marzo.



En la Concertación no hubo ni el terremoto pregonado (por la avalancha que anunciaba el discurso de la UDI, que se declaró ganadora a pesar de no vencer) ni la anunciada pelea matrimonial en la coalición de gobierno, con arañazos, crisis histéricas y recriminaciones que, hay que reconocerlo, algún sector de la Democracia Cristiana sigue soñando.



En inevitable pensar que el derrumbe de la casa del vecino, Argentina, ha hecho mirar a los de acá con mayor reconocimiento los cimientos de nuestra morada: cimientos económicos, políticos y sociales. El peligro es, una vez más, la sensación de suficiencia, de panza llena cuando a tantos se les retuercen las tripas.



En todo caso, como idea, no es absurdo pensar que la Concertación -para su disgusto, sobre todo en términos discursivos- ha sido, finalmente, una buena administradora. Un mayordomo eficaz que ha sabido ir modernizando una casa añeja y con olor a encierro, decorándola con mejor gusto y aireando ciertos cuartos donde el olor era a podredumbre. Podredumbre de cadáver.



Aylwin bien administró el tema de la reinstalación de las instituciones democráticas y la superación del trauma de la violación a los derechos humanos. Queda una deuda inmensa y olvidada: los presos políticos -entre ellos los de la Cárcel de Alta Seguridad-, culpables de actos de violencia una vez recuperada la democracia, pero juzgados por tribunales militares, sin garantías, con condenas distintas por los mismos delitos y otras aberraciones de las que nadie quiere hacerse cargo. Esteban Valenzuela, diputado electo del PPD, los definió como los «presos de la Concertación». Sería hora de que ésta se preocupara por ellos.



Eduardo Frei administró la solidificación del modelo económico, tras un gobierno, como el de Aylwin, que nunca se sintió cómodo con él. Su obra fue la modernización, que en otras palabras fue la puesta al día del modelo.



Ricardo Lagos, en este tiempo, ha tenido que administrar la crisis económica. Su gran descargo es que el desafío ha venido de afuera. No es poca cosa administrar una crisis y seguir exhibiendo cifras de crecimiento que, a la hora de comparaciones, relucen. Pero Lagos, seguramente, no se debe sentir cómodo siendo reconocido sólo como un buen administrador. Tal vez la historia valore mucho ese logro, y, en la misma cuerda, el de los dos gobierno anteriores.



Pero ahora, con la elección parlamentaria en el pasado y esa nueva sensación de moderación que se ha instalado luego del estallido argentino, tal vez Lagos tendrá tiempo y espacio para hacer algo más. Tal vez la presión radique en que muchos esperan algo así de él.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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