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Tres presidentes de Chile: una posible analogía

Chile está aún muy lejos de alcanzar el sueño del Chile republicano, democrático y desarrollado para el Segundo Centenario. Por eso requerimos de un líder, un programa y un movimiento que entiendan que la reconciliación nacional debe concluir y que se debe abrir una nueva etapa política y económica.


No cabe duda que el liderazgo es una clave central, la llave maestra en la política. Sin él los pueblos carecen de la visión necesaria para prever más allá de la línea del horizonte y abrir nuevos espacios de desarrollo. Un líder es una persona que en tiempos de crisis establece un diagnóstico, señala un camino a seguir y emprende la marcha sin medir costos ni sinsabores.



Chile es en buena medida una maravillosa voluntad de ser. Un país ubicado en el último rincón del mundo. Comparativamente pobre en la región sudamericana, débilmente poblado, objeto de cien desastres naturales y demasiado largo para generar una identidad cultural clara y un polo de desarrollo económico.



Y, sin embargo, ahí está un Chile cuyas debilidades son transformadas en fortalezas. Logró concretar tempranamente una república en el siglo 19, realiza osadas reformas democráticas en el siglo 20 y cuando todo parecía haber sucumbido en 1973, logra restablecer sus sueños más caros y retomar el rumbo del progreso.



Su liderazgo político fue central. Basta mencionar a Bernardo O´Higgins, Joaquín Prieto y Manuel Bulnes como hombres centrales que desde el sur sientan las bases de nuestro primer momento republicano.



Pero cuando la sociedad cambia se requiere de un nuevo liderazgo y de un nuevo programa. José Manuel Balmaceda lo intentó, pero fracasó y le costó la vida. Jorge Montt representa el inicio de una nueva etapa, la malamente llamada república parlamentaria. Es el hombre de la amnistía y de la reconciliación nacional, y eso ya es mucho. Restaña las heridas de la guerra civil pero no enfrenta ninguno de los problemas que Chile tenía ya a fines del siglo 19.



Juan Luis Sanfuentes, Presidente entre 1915 y 1920, es la reivindicación histórica del balmacedismo. Los seguidores del presidente suicidado vuelven al poder, pero es tal el miedo de Sanfuentes a la revolución de 1891 y la que se está engendrando en la cuestión social que pasará a la historia como un Mandatario que marcó el paso y será arrastrado por el flujo de una historia que no entiende ni dirige.



Serán necesarios dos Presidentes que ejercerán liderazgo pagando el precio del repudio de sus clases sociales y de sus partidos.



Arturo Alessandri Palma supo bien que una sociedad oligárquica, liberal en lo económico y parlamentarista y restringida en lo política debía cambiar. Soportó todo, incluso el exilio, pero logró establecer una Constitución Política para un Chile urbano, con proletariado, clases medias y ansias de cambio social vía Estado. Es la respuesta política a la crisis del Chile del siglo 19.



Pedro Aguirre Cerda es el otro Presidente Chile que resuelve lo que dejó pendiente Balmaceda y Alessandri. Propone y aplica un nuevo modelo de desarrollo económico basado en el mercado interno, la incorporación activa del proletariado organizado y las clases medias, y con la generación de un Estado promotor del fomento productivo y del desarrollo económico. Es la respuesta económica que dará 30 años de progreso para Chile.



Este breve recuento apunta a proponer una analogía que la historia demostrará si es verdadera.



Es claro que Chile ya no puede vivir más de cara a 1973. Y sin embargo, su política y su economía siguen basándose en un mundo que ya murió.



La Constitución de 1980 es hija de la guerra fría y del golpe de Estado de 1973. Huele a miedo al comunismo, al socialismo, al estatismo y al pueblo. La derecha actual se encumbra hoy en el 45 por ciento de los votos, y día a día ve cómo una coalición de centroizquierda administra sin problemas una economía abierta de mercado. Sigue amparándose, sin embargo, en una Constitución llena de trabas a la soberanía popular y al papel del Estado. Piensa como si fuera el Partido Nacional, que representaba el 20 por ciento de los chilenos y se enfrentaba a una abrumadora mayoría marxista leninista en el gobierno.



Necesitamos definitivamente una nueva Constitución Política para la democracia de la década después del 1988 chileno y del 1989 alemán. Y eso pasa por un cambio en la derecha.



Es cierto que el modelo económico establecido en 1975 se adelanta al ajuste neoliberal mundial. La revolución conservadora, que es neoliberal, triunfará más tarde en la Inglaterra de Thatcher y en el Estados Unidos de Reagan. Pero ya sabemos muy bien las insuficiencias de ese modelo de desarrollo. El mundo posterior al 11 de septiembre del 2001 es demasiado distinto ya. Los propios apologistas del modelo neoliberal deben entender que Chile requiere un nuevo y muy diferente impulso, más pujante e igualitario.



Muchos dirán que la analogía se cae porque la democracia en Chile es estable y el crecimiento económico respetable. No estamos en 1924 o en 1931. Cierto. Pero tampoco creo que estemos tan bien. Es demasiado evidente que necesitamos una democracia más fuerte y una economía más poderosa en su crecimiento y más justa en la distribución de sus riquezas. Me encantaría creer que exagero. La historia lo dirá.



Chile está aún muy lejos de alcanzar el sueño del Chile republicano, democrático y desarrollado para el Segundo Centenario. Por eso requerimos de un líder, un programa y un movimiento que entiendan que la reconciliación nacional debe concluir y que se debe abrir una nueva etapa política y económica.



Necesitamos una rara mezcla de Jorge Montt, Arturo Alessandri Palma y Pedro Aguirre Cerda. Y definitivamente no necesitamos un Juan Luis Sanfuentes.



Ricardo Lagos, la Concertación y la derecha día a día tienen la palabra, preparando el juicio de la historia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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