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Primarias: una opción en favor de la participación ciudadana


Las primarias representan mucho más que un simple mecanismo al cual acudir cuando la política no se pone de acuerdo en dirimir candidatos al interior de un partido o de una coalición política.



A mi juicio, representa el mecanismo más idóneo para avanzar en la democratización y participación de la vida pública por cuanto hace más transparente la toma de decisiones que a todos nos compete. En una sociedad democrática, la política no sólo es «aquello que hacen los políticos», sino el ámbito en el que todos participamos en igualdad de condiciones; es lo que tenemos todos en común y que a todos nos afecta por igual. Renunciar a esa dimensión en la que aparecemos todos como «iguales» no sólo equivale a una «monopolización de la toma de decisiones» sino que nos inhibe para corresponsabilizarnos de nuestro propio futuro.



En un escenario posible, en el que muy probablemente la inscripción sea automática y el derecho a voto voluntario, el desafío de la política pasa por superar un cierto pesimismo de fondo; la baja participación. Según datos del economista Luis Sierra, basados en fuentes del Ministerio del Interior, de un universo de diez millones 200 mil ciudadanos mayores de 18 años, 2 millones doscientos mil no están inscritos; si a ello agregamos los datos arrojados en las elecciones municipales, entre votos nulos, blancos y abstenciones concluimos que aproximadamente el 41,63% se siente «ajeno» a la política y, por tanto, de una u otra forma no participa.



Suficiente argumento debería significar que los ciudadanos perciben que la política no interpreta sus reales preocupaciones o problemas cotidianos para que la democratización del proceso de selección de candidaturas contribuya a galvanizar a la opinión pública, y fortalecer su identificación con una mayor participación en las instituciones democráticas. Y que frente al desencanto de la política genere un proceso de deliberación orientado a establecer un «ethos», un programa, que les dé un sentido de identidad y pertenencia.



Y es que hoy, la solución a gran parte de los problemas políticos pasa necesariamente por una mayor implicación de la ciudadanía en el ámbito público, por su permanente actitud crítica y, sobre todo, porque esté dispuesta a evaluar la política como otra de las dimensiones de su propia personalidad y a actuar en consecuencia.



Por lo demás, las primarias, constituyen un valioso mecanismo para ir resolviendo paulatinamente el proceso de recambio de las élites políticas, ahora que se debería comenzar a cerrar el primer ciclo generacional de la democracia.



Sin embargo, y sin prejuicio de lo anterior, debemos considerar algunos aspectos que si bien es cierto significan algunos riesgos, no las cuestionan en cuanto a su significación democrática y por qué no decirlo, estratégica.



Unas primarias se caracterizan ante todo por ser un procedimiento que pone en competencia a candidatos a los cuales se demanda que expliciten sus posiciones sobre los problemas que preocupan a los ciudadanos y las propuestas que quisieran que recogiese, en su día, el programa electoral.



Es precisamente la introducción de la competencia y no necesariamente la decisión de deliberar en público, lo que permite hacer más transparentes y más próximos a los ciudadanos los partidos políticos.



En primer lugar, uno de los riesgos consiste en la emergencia de un escenario caracterizado por la polarización y cristalización de conflictos. En este contexto, las primarias simplemente se encargan de fotografiar dicha conflictividad y la hacen pública. Cabe imaginar que las primarias pueden llegar a agudizar tensiones ya preexístentes, lo cuál puede tener un efecto demoledor.



A los ciudadanos de a pie no les importa la confrontación moderada entre partidos políticos en tiempos de elecciones, no obstante, la fragmentación excesiva dentro de un partido o coalición de partidos, con aspiraciones de gobernar le incomoda, y tiende a castigarlo en las urnas



Para mantener al partido o a la coalición de partidos -según sea el ámbito en donde se dé el proceso de primarias-, relativamente sólidos y evitar una confrontación excesiva, la dirección política del partido o de la coalición, debe continuar jugando un papel relevante junto a los candidatos (as).

En segundo lugar, hay que considerar que las primarias se transforman en una especie de amago o ensayo de la capacidad y talento que cada candidato tendrá una vez que se encuentre frente a la maquinaria estatal, o simplemente de gobernar.



Con la decisión de llevar adelante unas primarias para la determinación de la candidatura -en el caso concreto de la Concertación-, el camino hacia la responsabilidad pública electa, exige tener en consideración tanto la propia votación de la Concertación como así también, el universo electoral arrojado por las urnas en las recientes elecciones municipales y por tanto hacia donde intentar la ampliación de la base de apoyo electoral. Al respecto, cabe señalar que las coaliciones de partidos que se perciben ambiguas o con dos «almas» no le es fácil ganar elecciones.



La decisión de adoptar primarias debe estar avalada y acompañado -sin duda alguna-, por un proceso de coordinación casi unánime en torno al vencedor de las mismas. Y se debe ser consciente de asumir los riesgos que la revelación de una fragmentación excesiva puede conllevar de cara a la sociedad y que no se produzcan divisiones significativas en el ámbito ideológico o personal de los candidatos, ni tampoco, propuestas programáticas muy diferenciadas.



En definitiva, no hay oportunidad sin riesgo. Y lo importante no son los riesgos que individualmente corra cada uno de los candidatos, sino los que soporte la Concertación.



¿Se puede profundizar en la democracia y en la corresponsabilidad entre la política y la participación ciudadana, recuperando una sana tradición, que en nada se asemeja con los festivales electorales, majorettes incluidas, de los partidos americanos?



Debemos por fin darnos cuenta, de que las ideas no existen en el vacío y que el tan reclamado «debate de ideas», no es posible sino se produce «entre personas». Y las personas que forman parte de una organización o conglomerado político que se propone conseguir tan nobles ideales como lo es la Concertación, deberíamos darnos cuenta y ser capaces de debatir y competir sin necesidad en enfrentarnos y aborrecernos.
































  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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