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Economía: Enemigos y enemigos

En última instancia, resulta imprescindible separar observaciones de carácter ideológico de argumentos técnicos sobre el funcionamiento del sistema. De esta forma, y solo de esta forma, se podrá descubrir cuáles son los puntos débiles y vulnerables de un sistema que, en hechos y no posturas, ha sido capaz de producir con excedentes jamás antes vistos en la historia de la humanidad.


Las protestas callejeras en Génova, al igual que las de Praga, Seattle, Washington, Gotemburgo y por poco Barcelona (todas previas al 11 de septiembre del año pasado) una vez más han hecho pública una voz de discernimiento. Son voces ensordinadas en el triunfalismo capitalista de estas dos décadas, amorfa y residual de sus recientes mutaciones, con el sello gutural inconfundible de los héroes vencidos, silente o alharaca y destemplada, poco clara y sin cabeza. Pero siempre y pese a todo, rompiendo el alba de un nuevo denominador común entre sus aún descoloridas expresiones multifacéticas de esperanza.



Es un denominador común equivocado, porque ataca un hecho inevitable y no una posición ante los hechos. Pero no importa, Porque aglutina, convoca, exaspera y moviliza una protesta, un gesto disfuncional de rebeldía. Es un denominador común que ataca sin planes ni estrategias a un hecho colosal y tan poderoso e inevitable como la revolución industrial: el mismísimo Capitalismo Global, opulento y liberal. De hecho, suena enorme y es también el más común de los denominadores de nuestra cotidiana y aburrida liviandad.



Por arte de la ausencia de tribunas y de ensueños proletarios, el Capitalismo Global se ha convertido en el punto ideológico de convergencia para un maremagno de ONG’s y viejos militantes renacidos después de larga hibernación. Viejos anarquistas, soñadores trotskistas, izquierdistas no reformados, nuevos guevaristas. Todos buscan aún un nuevo norte magnético a su esperanza. Un concepto nuevo para una izquierda nueva que solo mantiene inalterable el descontento.



Marejadas de activistas por carácter, de diversos orígenes y motivaciones, críticos de lo espúriamente crítico, rebeldes que convergen, extemporáneos, a este nuevo orden sin rebeldía, en una mezcla de Hombre Nuevo Posmodernista y genuinos abogados del pueblo en contra de un sistema que daña, que trasgrede, que viola, que mata.



Todos y cada uno levantan las distintas voces que, independientes y de cara al sacrificio, denuncian el Capitalismo Global, perpetuador universal de las injusticias nunca explicadas «del Sistema».



Y es que nunca el capitalismo ha concitado simpatía consensual. En todas las épocas, desde su irrupción revolucionaria en los barrios industriales de Manchester (allá en Old Trafford, Salford y Castlefield), algunas de las más brillantes mentes de los últimos 250 años han protestado su injusticia y abogado por su destrucción. Y estas mentes no hicieron más que representar intelectualmente lo que otros millones simplemente sufrían diariamente en un plano menos sofisticado. Los mismos que a su vez crearon organizaciones para denunciar y combatir sistemáticamente al capitalismo brutalmente discriminador.



He ahí el legado de guerra de los anarcosindicalistas de comienzos del siglo 20, inspirados en las hazañas de Bakunin y Kropotkin. Los intentos de reformación del capitalismo para «humanizarlo», por parte de socialdemócratas y socialcristianos. La apuesta mundial de la izquierda marxista por la construcción del socialismo, inicialmente liderada bajo las banderas bolcheviques y basadas en los preceptos teóricos de Marx y Engels. El mismo legado que más tarde dejaran las luchas de liberación nacional flageladas en lugares tan disímiles como Argelia, Cuba y Vietnam. Y por supuesto, el último de los grandes proyectos políticos dirigidos a la construcción del socialismo: los mil días del gobierno de la Unidad Popular en Chile.



Es evidente que el capitalismo siempre ha contado con una masa crítica y detractora, que lo denuncia y lo busca desarticulado, destruido, vencido. Y esta masa parece haber echado a andar una vez más.



Hoy la voz de esta masa anónima se oye por toda la tierra en distintos idiomas, canales y frecuencias, aunque un poco más apagadamente desde el 11 de septiembre. Son voces de rabia, de esperanza, de fuerza y entrega descuidada, voces inequívocas en dirección pero esquivas en propósitos reales de largo plazo. Voces en general cortas en horizonte estratégico y poco claras en la táctica. Voces que tampoco proyectan formas de lucha vinculadas a las grandes masas desposeídas del Capitalismo Global y que, peor aún, no han descrito cómo transformarlo de raíz.



Pero todo esto es irrelevante al destino final de esta lucha. En algún lugar, lejos de apocalípticos pronósticos y gritos bullangueros, las entrañas de este mar heterogéneo de reclamos sin contestar llevan guardada las semillas de la creatividad. La misma creatividad que emana de aquellas voces que más directamente sufren las consecuencias concretas de la expansión capitalista por la tierra, voces estridentes de calor y chispa. Por eso, porque destruir para transformar es el acto más creativo que pueda existir, es que tenemos que escuchar a estas voces.



Desde ahí, irrenunciable e inevitablemente, surgirán los nuevos planes, las aún desconocidas plataformas, la nueva táctica y estrategia del movimiento de masas en el siglo 21.



En este escenario en que las nuevas formas de lucha avanzan sin parar se corre también el peligro de la confusión, del desquicie inarticulado como una sola fuerza unitaria, concentrada, capaz de golpear y ganar. Por esta razón es casi una obligación de los nuevos generales, políticos y teóricos definir el objetivo estratégico final de la lucha antes de avanzar, desafiar, retar y atacar unidos al actual Poder Capitalista. Porque sin una perspectiva clara, real y bien definida esta nueva masa anticapitalista está condenada a rondar sin rumbo fijo. Se puede cometer el error de pensar que hay que luchar por luchar y destruir por destruir y olvidar que el objetivo final de la destrucción es siempre, y ante todo, la construcción.



La crítica y la lucha es solo el comienzo, porque sin construcción no puede haber revolución. Y no puede haber construcción sin un horizonte estratégico claro, unívoco y sobredeterminante a todas las formas de lucha. Por eso, resulta imperante descubrir este nuevo horizonte aunando todas las críticas al sistema, vengan de donde vengan. De esto deriva que es absolutamente necesario distinguir la naturaleza de los argumentos desarrollados en contra del capitalismo. No hacerlo, de hecho, pone en peligro toda la discusión transformándola en un puro ejercicio académico.



En última instancia, resulta imprescindible separar observaciones de carácter ideológico de argumentos técnicos sobre el funcionamiento del sistema. De esta forma, y solo de esta forma, se podrá descubrir cuáles son los puntos débiles y vulnerables de un sistema que, en hechos y no posturas, ha sido capaz de producir con excedentes jamás antes vistos en la historia de la humanidad.



Debe resultar extraño para algunos activistas descubrir que en presencia del estado actual de desarrollo del sistema algunas de esas voces críticas provengan desde el seno mismo de la derecha. Más aún, cuando las críticas son hechas por ideólogos derechistas. La mayoría de esas críticas apuntan fundamentalmente a los postulados y aseveraciones de la teoría económica del capitalismo liberal, la misma teoría que hoy en día justifica casi la totalidad de las decisiones de política económica en países como México, Chile y hasta hace poco la Argentina.



En particular, F.A. Von Hayek expuso hace más de 50 años una postura crítica frente a la ortodoxia liberal tomando como punto de partida un tema en boga hoy en día: el rol del conocimiento en la actividad económica. Justamente, y como ejemplo de la distinción entre lo ideológico y técnico, se podría considerar una de las consecuencias (teóricas) del problema del conocimiento, la que tiene que ver con la (in)existencia del equilibrio en los mercados.



Los Austriacos y el equilibrio de mercados



En 1937, durante el auge del debate académico sobre la conveniencia de la planificación central en la producción vis a vis la utilización de los mercados, Von Hayek publicó un artículo que cambió el tono del debate para siempre. En él argumentó que dada la existencia de la división del trabajo existe división de la producción, lo que induce una cierta división del conocimiento asociado a cada una de las formas especializadas de producción.



Ahora, para que la planificación central fuese un método eficiente de organización sería necesario que el planificador central conociese todos y cada uno de los aspectos que influyen cada uno de los distintos procesos de producción a través de toda la economía. Esto, en teoría, podría ocurrir solamente si cada uno de los productores le traspasase al planificador central cada uno de los aspectos relacionados a la producción, i.e. información, del bien en el que el productor se ha especializado.



En teoría, argumentaba Von Hayek, este requisito es factible pero tiene una falencia fundacional. Traspasar la información necesaria para la determinación de las decisiones más convenientes para la sociedad necesariamente significa proveerle al mecanismo de organización un atributo humano. Esto abre las puertas a cada una de las limitaciones humanas, i.e. la corrupción. Es decir, el sistema tiende a fallar en la medida que la información traspasada al planificador central sea progresivamente de peor calidad.



Ante esto, argumentó que el sistema de formación de precios representa un método superior pues dicho método no solo no posee atributos humanos (y por ende no está sujeto a corrupción posible) sino que provee las señales de escasez y abundancia necesarias para ajustar la producción y el consumo a todos sus niveles en cada uno de sus mercados. De esta manera se generan espontáneamente los principios de conexión necesarios para articular toda la actividad económica señalados por Adam Smith un siglo antes.



Pero el argumento era uno de raíz y mucho más profundo que el mero funcionamiento del sistema de precios. Puso de relieve una de las características más profundas de cualquier sistema económico: que cualquier economía es en la práctica un sistema social basado en el conocimiento. Así, el equilibrio (estático) en cualquier mercado (aparte de los que utilizan subastas) no puede existir, y por lo tanto, tampoco puede existir el equilibrio general en la economía agregada. ¿Por qué? Porque para que el equilibrio a la liberal se obtenga, como cuestión teórica, sería necesario que todos y cada uno de los participantes del mercado revelasen y traspasasen a los demás participantes del mercado el conocimiento individual que tienen sobre sus preferencias, intenciones, creencias, expectativas y posibles decisiones.



En teoría, mientras exista un solo agente que no posea conocimiento total de sí mismo y de los otros agentes, no se puede garantizar que se tomarán las decisiones que maximicen la utilidad de todos y cada uno de los agentes. Y por lo tanto, no se puede garantizar que las acciones de los agentes generarán equilibrio parcial en cada uno de los mercados y de por ende equilibrio general en toda la economía.



Los sucesores de Von Hayek (y de Von Mises también) se encargaron del tema del equilibrio estable. Para que el equilibrio estable, o sea el equilibrio a través del tiempo, sea sostenible la articulación de la economía y el conocimiento individual asociado a ésta no puede cambiar estructuralmente. Es decir, para que cualquier mercado retenga un equilibrio estable la historia no puede inducir cambios que alteren la composición orgánica del conocimiento de los agentes económicos.



Por lo tanto, para que existan macroequilibrios estables, a la liberal, ni el conocimiento, que es individual y siempre subjetivo, ni el contexto específico y real de la producción y el consumo pueden cambiar, en todos y cada uno de los mercados de la economía. A lo más pueden existir variaciones de oferta y demanda alrededor de un punto de equilibrio, no observado, pero nunca tendencias ni retroalimentación positiva que haga que una masa crítica de agentes altere los mercados permanentemente. Solo cambios transitorios son capaces pueden retener equilibrios estables en los distintos mercados.



En cualquier caso, sea cual sea la expresión del equilibrio a considerar, la posición de Von Hayek (y la de todos los austriacos) es una en contra de los fundamentos de la teoría económica del capitalismo liberal. Es ante todo una posición técnica, teórica y de carácter a-ideológica.



Las implicaciones son profundas: si en la práctica es imposible contar con equilibrio en los mercados, entonces todas y cada una de las ecuaciones de equilibrio están describiendo una realidad que no existe. Por lo tanto, todas las decisiones basadas en dichas ecuaciones y pronósticos poseen sesgos y limitaciones cognoscitivas.



Más aún, en virtud de todo lo anterior, podría sugerirse que las decisiones de política económica tomadas por los Cavallos, Eyzaguirres, Piñeras y demases tienen en realidad otro propósito que el de preservar el equilibrio de los mercados (esto ha quedado inequívocamente claro en el caso argentino). Persiguen, quizás, la continuación de incentivos para la inversión privada, o mandar las señales adecuadas para que a su vez los incentivos sean creíbles o sencillamente proteger la inversión privada existente.



Quizás, como era costumbre señalar en otras épocas, persigan nada más que proteger los intereses de las clases económicas dominantes a través de mecanismos legales.



La izquierda y la derecha



¿Qué relevancia pueden tener las observaciones de Von Hayek y compañía desde la perspectiva de la izquierda? La respuesta es que depende del enfoque con que se mire. Las críticas de Von Hayek a la teoría económica prevaleciente del capitalismo liberal, por duras que sean, no lo convierten en un crítico del capitalismo ni mucho menos.



Sus observaciones contribuyen a un debate teórico, y por lo tanto abstracto, sobre la actividad económica de manera profunda e increíblemente lúcida. Nada valórico ni ideológico hay en ello. Sin embargo, en el preciso momento en que la discusión sobrepasa la economía, es decir la búsqueda de conocimiento técnico, los argumentos comienzan a teñirse con el color del interlocutor. Y es normal que así sea pues aquellos argumentos que superen la pura discusión económica caerán naturalmente en la interpretación valórica e ideológica de la realidad.



Hay, de hecho, dos plataformas desde las cuales enfrentar cualquier discusión. Una plataforma de carácter técnica y especialista, cuyo único propósito es la búsqueda del conocimiento económico en sí mismo y nada más. Y la otra plataforma es mucho más compleja y abarcadora, con una línea histórica propia basada en lo valórico y cobijada por doctrinas, cuyo objetivo final es la consagración de lo ideológico. La primera está fundamentada en el rigor lógico, la falsificabilidad empírica y no tiene fin en sí misma más allá del conocimiento. La segunda es personal e idiosincrásica, basada en la ética, la moral y los deseos y aspiraciones de cada uno.



Colectivamente, la primera la constituye una comunidad de investigadores motivados por la búsqueda del conocimiento. La segunda persigue inequívocamente intereses de clase bien definidos.



Hay un gran trecho entre el sentido intrínseco del conocimiento y el uso que se haga de él. El uso del conocimiento persigue un propósito, y por lo tanto, puede tener fundamento ideológico. Por otro lado, el conocimiento económico en sí mismo no es más que un sistema proposicional sin contradicciones lógicas. A esto último pertenecen las contribuciones de Von Hayek antes mencionadas. Y no es que a Von Hayek y compañía les haya desinteresado lo ideológico; todo lo contrario. Sencillamente, sus observaciones proveyeron a la teoría económica de algunos conceptos y variables adicionales que nos permiten, hoy en día, profundizar un poco más la descripción perennemente parcial e incompleta con que contamos de la realidad económica. Nada más.



El desarrollo de las luchas ideológicas, aún cuando pueda apoyarse sobre el conocimiento existente, sigue su propia lógica interna. Es así como toda disquisición de la historia es tautológicamente una interpretación ideológica de la misma, tal y como lo es la aplicación intencionada del conocimiento. Pero eso no quiere decir que el sistema proposicional por sí mismo tenga contenido ideológico. Puesto de otra forma, lo ideológico es el desarrollo gnoseológico en función de intereses de clase mientras que el conocimiento, para usar las palabras de Popper, no es otra cosa que «sentido común iluminado».



Reconocer la validez de los argumentos de Von Hayek no reduce un ápice a nadie la condición de izquierdista. Lo que sí sería antiizquierdista sería aceptar sus argumentos a favor del liberalismo en general (cosa que Von Hayek desarrolló durante toda su vida útil aplicando sistemáticamente sus ideas sobre la naturaleza de la coordinación económica a la sociedad). Aceptar el mérito de Von Hayek como teórico económico, desde la izquierda, tiene el mismo valor que el reconocimiento que el general Collin Powell le hizo al general Vo Nguyen Giap, siendo éste aún comandante en jefe de las fuerzas armadas de Estados Unidos, por sus méritos como militar.



Al final del día, hay que ser capaz de argumentar o desde la perspectiva económica puramente o desde la perspectiva ideológica. Equivocar la perspectiva puede llevar al dogmatismo, al anquilosamiento o sencillamente al error.





* Economista, Ph.D. Universidad de Manchester y consultor internacional.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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